viernes, diciembre 08, 2006

Eneas encuentra a su padre Anquises




Tras este relato, la vieja sacerdotisa de Apolo dijo a Eneas: es tiempo de continuar nuestro camino y terminar la obra que hemos emprendido, ya veo los muros de la morada de los cíclopes y las puertas del palacio abovedado, donde debemos depositar el ramo de oro. Marcharon, pues, y al llegar a estas puertas, Eneas se lavó el cuerpo y hundió su ramo en el mismo umbral. Tras haber hecho esto se vieron transportados a esos lugares afortunados, donde se respira un aire suave y donde la beatitud establece su morada.
Allí se ven a los troyanos[1] que se han sacrificado por su patria, los sacerdotes de Apolo que han vivido religiosamente y que han hablado de este dios de la manera que conviene, aquellos que han inventado o cultivado las artes y aquellos que se han vuelto recomendables por sus beneficios;[2] todos tienen la frente ceñida con una cinta blanca y una diadema del mismo color. La sibila les dirigió a todos estas palabras,
a Museo en particular:[3] Decidnos, almas muy dichosas, decidnos, ilustre Museo ¿dónde encontraremos a Anquises? ¿en qué sitio de este lugar tiene su morada? Es el deseo de verle el que nos trae y nos ha hecho atravesar los grandes ríos del Infierno. Nosotros no tenemos un retiro fijo, les respondió Museo, todos habitamos por igual estas agradables riberas, estos prados verdes y siempre regados, pero si queréis subamos sobre esta elevación y pasemos al otro lado.
Museo subió allí con ellos y les hizo notar los brillantes campos cuya luz deslumbraba a los ojos. Después descendieron al otro lado y divisaron a Anquises, que recorría con ojos atentos las sombras troyanas y las otras
que debían ir a reunirse con las inmortales. Sin duda repasaba en su espíritu
a los que pertenecían a sus lazos de sangre, su estado, sus costumbres, sus acciones. Mientras tanto se apercibió de que Eneas venía hacia él, lágrimas de alegría mojaron sus mejillas y le tendió los brazos diciéndole: he aquí que habéis venido, el amor paternal os ha hecho vencer los trabajos de un viaje tan penoso, os veo, os hablo, contaba hasta los cuartos de hora en la impaciencia de volveros a ver y mi esperanza no ha sido vana. ¡Cuántas tierras, cuántos mares habéis recorrido! ¡cuántos peligros habéis sufrido! ¡cuánta inquietud he tenido por vuestra causa! Yo temía mucho que Libia arruinara vuestro proyecto.[4] Eneas le respondió: Después de que la muerte nos separara, la tris
teza se apoderó de mi corazón, siempre estabais presente en mi espíritu y el ardiente deseo de veros me ha traído aquí. Dejé mi flota en las orillas tirrenas, no os inquietéis por ella; permitid que os abrace, no me privéis de esta satisfacción. Expresando así su
alegría vertió abundantes lágrimas, tres veces le tendió los brazos para abrazarlo y tres veces la sombra de Anquises, parecida a la imagen de un sueño, se desvaneció en sus manos.
Durante esta conversación, Eneas vio a su lado un bosquecillo situado en un valle apartado, era una tranquila morada para sus habitantes y el río Leteo lo rodeaba por todas partes; una multitud de sombras de todas las naciones revoloteaban en su entorno y parecían un enjambre de abejas, que en un bello día
de verano van en bandadas y revolotean alrededor del lis y de las flores que esmaltan una pradera.[5] Eneas, sorprendido por este espectáculo, preguntó lo que era este río y esa cantidad de hombres esparcidos por su orilla; Anquises lo instruyó en estos términos: Desde el principio un cierto espíritu ígneo fue infundido en el Cielo, la Tierra, el Mar, la Luna y los Astros titánicos o terrestres; este espíritu les da la vida y los alimenta; a continuación un alma extendida por todos los cuerpos, da el movimiento a toda la masa. De allí han venido todas las especies de hombres, cuadrúpedos, pájaros y peces; este espíritu ígneo es el principio de su vigor; su origen es celeste y les es comunicado por las simientes que los han producido.
Anquises los condujo después en medio de esta multitud de hombres que habían visto, y estando subido sobre una pequeña elevación, para ver mejor todo su mundo y pasarles revista a uno tras otro, designó a Eneas todos aquellos que en Italia y en el transcurso del tiempo debían descender de él y sostener la gloria del nombre troyano.
[1] . Virgilio, Enéida, ibid. vers. 662.
[2] . Después entraron en el lugar de las delicias, de alegría y de satisfacción, donde todos los habitantes llevan una diadema blanca. He aquí el progreso insensible de la obra, he aquí los diferentes matices de los colores que suceden.
Se ha visto al negro representado por la noche, la oscuridad del antro de la sibila, por las negras aguas de los ríos del Infierno, y la disolución de la materia por los monstruos que habitan en las orillas de estos ríos; el color
gris por la barba de Caronte y sus sucios ropajes; el blanco un poco más desarrollado, por el día que extiende la aurora y la aparición de los muros del palacio. He aquí finalmente el blanco totalmente hecho, manifestado por las cintas y las diademas blancas de los habitantes de los Campos Elíseos.
[3] . La sibila dirigió la palabra a Museo en particular,
¿por qué? Es porque Museo pasa por ser uno de los que sacaron de Egipto el conocimiento de la genealogía dorada de los dioses y porque ha podido ser el primero en llevar su teogonía a Grecia. Él había hablado de Apolo, o el oro filosófico, de la manera que conviene hacerlo, así mismo había cultivado el arte de enseñar a hacerlo y a hablar de ello. No es sin razón, pues, que se figure que la sibila se dirigió a él para encontrar lo que Eneas buscaba.
[4] . Libia está al occidente de Egipto, es una parte de África que antiguamente tuvo los nombres de Olimpia, Oceanía, Corifé, Hesperia, Ortigia, Etiopía, Cirena, Ofiuse. Anquises tenía razón al
decir que había temido por Eneas respecto a Libia, puesto que el régimen más difícil de la obra es, según todos los filósofos, el que se ha de guardar para llegar al color negro y para salir de él, pues el negro es la llave de la obra y es el primer color sólido que debe sobrevenir a la materia; es el signo de la disolución y la corrupción que necesariamente debe preceder toda generación. Si se fuerza mucho el fuego, dicen los filósofos, el color rojo aparece antes que el negro, se quemarán las flores y se frustrará el intento. Poned, pues, toda vuestra atención, añaden ellos, al régimen del fuego; coced vuestra materia hasta que se vuelva negra, porque es la señal de la disolución y de la putrefacción; cuando lo hayáis conseguido, continuad vuestros cuidados para blanquear vuestro latón (Filaleteo, Enarrat. Method. P. 80) cuando sea blanco regocijaos entonces, pues el tiempo de las penas ya pasó: dealbate latonem & rumpite libros.
[5] . Este afecto de Virgilio al citar primero el lis, que es una flor extremadamente blanca y poco común en las praderas, parece no tener otro objetivo que el de confirmar la idea de la materia llegada al blanco, que primero había designado mediante las cintas blancas que ciñen la frente de los habitantes de los Campos Elíseos. Así mismo se diría que no ha llevado más allá la descripción de la obra si no hubiera añadido que muchas otras flores esmaltaban las praderas. Aunque en total sean variadas estas flores, se sabe que tomadas cada una en particular son, comúnmente, blancas, o amarillas, o rojas, o mezcladas de algunos de estos colores. Virgilio había designado el
blanco en particular mediante el lis; se contentó con indicar los otros dos en general, que señalan la continuación de la obra hasta el rojo. La respuesta de Anquises a Eneas lo prueba perfectamente. Este espíritu ígneo infundido en la materia es precisamente el que los filósofos herméticos dicen que está en su magisterio perfecto, al que también han dado el nombre de Microcosmos, o pequeño mundo, como siendo un resumen de todo lo que el Macrocosmos tiene de perfecto. Dicen que es el principio de todo; produce el vino en la viña, el aceite en el olivo, la harina en el grano, la simiente en las plantas, el color en las flores, el gusto en los alimentos; es el principio radical y vivificante de los mixtos y de todos los cuerpos; es el espíritu universal corporificado, que se especifica según las diferentes especies de individuos de los tres reinos de la naturaleza. El magisterio es, dice Espagnet, una minera del fuego celeste. Respecto a esto se ha de considerar que Virgilio ha tenido el cuidado de distinguir los astros terrestres de los celestes, a fin de que el lector no los confunda; es por esto que los ha llamado titanes, porque sabe que los
titanes eran hijos de la Tierra. Los astros terrestres son los metales, a los que la química ha dado el nombre de los planetas. Virgilio añade que este fuego es de origen celeste, porque, según Hermes (Tabla de Esmeralda) el Sol es su padre y la Luna su madre. Todos los filósofos herméticos lo dicen como él. Se llenaría un volumen entero en este sentido; yo mismo he aportado un buen número de citas en el transcurso de esta obra. Cuando el magisterio ha adquirido la perfección, entonces es este fuego concentrado, este espíritu de la naturaleza, que tiene la propiedad de corregir las imperfecciones de los cuerpos, de purificarlos de sus impurezas, reanimar su vigor y producir todos los efectos que los filósofos le atribuyen. Finalmente es una medicina del espíritu, puesto que vuelve a su poseedor exento de todas las pasiones, la avaricia, la ambición, la envidia, los celos y otras que tiranizan sin cesar el corazón humano. En efecto, teniendo la fuente de las riquezas y de la salud ¿qué más se puede desear en el mundo? No se aspirará a los honores, pues la miseria les está ligada. No se envidiará los bienes y la fortuna de otro, cuando se tiene con qué satisfacerse y hacer a los otros partícipes de ello. Los filósofos tienen razón al decir que la ciencia hermética es la parte de los hombres prudentes, sabios, piadosos y temerosos de Dios; que si no eran así cuando Dios permitió que tuviesen su posesión, se han vuelto así después.

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