sábado, diciembre 16, 2006

Entre los Filósofos herméticos hay acuerdo (del discurso preliminar)





Los filósofos herméticos están todos de acuerdo entre ellos, pues uno no contradice los principios del otro. El que escribió hace treinta años habla como aquel que vivió hace dos mil años. Ved, dicen ellos, leed, meditad las cosas que han sido enseñadas en todos los tiempos y por todos los filósofos; la verdad está encerrada en los lugares donde todos están de acuerdo.
En efecto ¿Cuál es la probabilidad de que gentes que han vivido en siglos tan alejados y en países tan diferentes por su lengua, y oso decir, por su manera de pensar, concuerden todos sin embargo en el mismo punto? Los egipcios, los árabes, los chinos, los griegos, los judíos, los italianos, los alemanes, los americanos, los franceses, los ingleses, etc., ¿estarían, de acuerdo sin conocerse, sin entenderse y sin haberse comunicado particularmente sus ideas, en hablar y escribir todos conforme a una quimera, o en un invento de la razón? Sin entrar en la cuenta de todas las obras compuestas sobre esta materia, que la historia nos enseña que fueron quemadas por las órdenes de Diocleciano, creyendo quitar a los egipcios los medios de hacer oro y de privarles de esta ayuda para sostener la guerra contra él, nos que aún suficiente número de ellas en todas las lenguas del mundo, para justificar ante los incrédulos lo que acabo de decir. Sólo la biblioteca del rey conserva un prodigioso número de manuscritos antiguos y modernos compuestos sobre esta ciencia, en diferente lenguas.
Que se lea a Hermes el egipcio; Abraham, Isaac de Morios judíos citados por Avicena;ni uno sólo que tenga principios diferentes a los otros.
Que se lea a Hermes el egipcio; Abraham, Isaac de Moiros judíos, citados por Avicena; Demócrito, Orfeo, Aristóteles,[1] Olimpiodoro, Heliodoro,[2] Etienne,[3] y tantos otros griegos; Sinesio, Teófilo, Abugazal, etc., africanos; Avicena,[4] Rasis, Geber, Artefio, Alfidio, Hamuel llamado Senior, Rosinus, árabes; Alberto el Grande,[5] Bernardo Trevisano, Basilio Valentín, alemanes; Alain,[6] Isaac padre e hijo, Pontano, flamencos u holandeses; Arnaldo de Vilanova, Nicolás Flamel, Denis Zachaire, Cristof el parisino, Gui de Montanor, Espagnet, franceses; Morien, Pierre Bon de Ferrare, el autor anónimo del matrimonio del Sol y la Luna, italianos. Raimon Llull, mallorquín; Roger Bacon,[7] Hortulano, Juan Dastin, Richard, George Ripley, Thomas Norton, Filaleteo y el Cosmopolita, ingleses o escoceses;finalmente muchos autores anónimos[8] de todos los países y de diversos siglos; no se encontrará ni uno sólo que tenga principios diferentes a los otros. Esta conformidad de ideas y de principios forma, por lo menos, una presunción de que enseñan alguna cosa real y verdadera. Si todas las fábulas antiguas de Homero, de Orfeo y de los egipcios no son más que alegorías de este arte, como pretendo probar en esta obra mediante el fondo de las mismas fábulas, por su origen y por la conformidad que tienen con las alegorías de casi todos los filósofos, ¿se podrá persuadir uno de que el objeto de esta ciencia no es más que un vano fantasma que jamás haya tenido existencia entre las producciones reales de la naturaleza?
Pero si esta ciencia tiene un objeto real, si este arte ha existido y es preciso creer a los filósofos sobre las admirables cosas que aportan, ¿por qué está tan despreciada, por qué tan desacreditada, por qué tan difamada? Helo aquí: la práctica de este arte jamás ha sido enseñado claramente. Todos los autores que tratan de ella, tanto antiguos como modernos, sólo lo han hecho bajo el velo de los jeroglíficos, de las alegorías y de las fábulas, de manera que los que han

querido estudiarlas, comúnmente han tomado la cosa cambiada.
De ello se ha formado un sector, que por haber mal entendido y mal explicado los escritos de los filósofos, han introducido una nueva química y se han imaginado que no había ninguna otra tan real como la suya. Un buen número de gente se ha vuelto célebre en esta última. Los unos, muy hábiles siguiendo sus principios, los otros extremadamente diestros en su práctica y particularmente en las manipulaciones requeridas para triunfar en ciertas operaciones, se han reunido contra la química hermética; han escrito de una manera más inteligible y más accesible para todo el mundo. Han probado sus pensamientos con argumentos especiosos; a fuerza de hacer, a menudo al azar, mezclas de diferentes materias y de trabajar a lo ciego, sin saber lo que resultaría de ello, han visto nacer monstruos y el mismo azar que los había producido ha servido de base y de fundamento para establecer sus principios.
Se podría decir de esta especie de química que es la ciencia de destruir metódicamente los mixtos producidos por la naturaleza, para formar monstruos, que tienen más o menos la misma apariencia y las mismas propiedades que los mixtos naturales.
Basilio Valentín[9]compara a los químicos con los fariseos, que tenían honor y autoridad entre el

público, a causa de su apariencia exterior de religión y de piedad. Eran, dice él, hipócritas apegados únicamente a la tierra y a sus intereses; pero que abusaban de la confianza y de la credulidad del pueblo, que ordinariamente se deja llevar por las apariencias, porque no ha tenido la vista lo suficientemente perspicaz como para penetrar hasta lo que hay debajo de la corteza. Sin embargo que no se imagine que por un tal discurso pretendo perjudica a la química de nuestros días. Se ha encontrado el medio de volverla útil, y se puede alabar mucho a los que la estudian. Las curiosas experiencias que la mayor parte de los quimistas han hecho no pueden más que satisfacer al público. La medicina saca tantas ventajas de ella que hacerlo sería ser enemigo del bien de los pueblos, así como desacreditarla. También ha contribuido mucho a las comodidades de la vida, por los métodos que ha logrado para perfeccionar la metalurgia y algunas otras artes. La porcelana, la loza, son frutos de la química. Proporciona materias para los tintes, para las fábricas, etc. ¿Pero por el hecho de que su utilidad sea reconocida, se debe de concluir que es la única y verdadera química? ¿Es preciso, por esto, rechazar y despreciar la química hermética?
Es verdad que mucha gente se las da de filósofos y abusan de la credulidad de los bobos. Pero ¿es ésta una falta de la ciencia hermética? Los filósofos gritan lo bastante alto como para hacerse oír en todo el mundo y para prevenirles de las trampas que les tienden esta clase de gente. No es uno solo que dice que la materia de este arte es de un precio vil e incluso que no cuesta nada y que el fuego para trabajarla, no cuesta más; que sólo se necesita un vaso o máximo dos para todo el transcurso de la obra. Escuchemos a Espagnet:[10] La obra filosófica requiere más tiempo y trabajo que gastos, pues le queda muy poco por hacer a aquel que tiene la materia requerida. Los que demandan grandes sumas para llevarla a su fin, tienen más confianza en las riquezas del prójimo que en la ciencia de este arte. Que aquel que es aficionado tenga cuidado y no caiga en las trampas que le tiendan los bribones que quieren su bolsa, al mismo tiempo que le prometen montañas de oro. Ellos piden el Sol para conducirse en las operaciones de este arte porque no ven nada. No debe empezar en la química hermética quien no sea más responsable que la honradez en comparación a la bribonería.

Un arroyo puede estar sucio y hediondo a causa de las inmundicias que arrastra en su curso, sin que su manantial sea menos puro, menos bello y menos limpio.Lo que desacredita aún a la ciencia hermética son estos bastardos de la química vulgar, conocidos ordinariamente con el nombre de sopladores y de buscadores de la piedra filosofal. Estos son los idólatras de la filosofía hermética. Todas las recetas que se les propone son para ellos tanto como Dios, ante lo cual doblan la rodilla. Se encuentra un buen número de esta clase de gente, muy bien instruidos en las operaciones de la química vulgar; y además tienen mucha destreza en el juego de manos; pero no están instruidos en los principios de la filosofía hermética y no tendrán éxito jamás. Otros ignoran incluso hasta los principios mismos de la química vulgar y estos son propiamente los sopladores.
La mayor parte de los hábiles artistas en la química vulgar no niegan la posibilidad de la piedra filosofal; el resultado de un gran número de sus operaciones se lo prueba bastante claramente. Pero son esclavos del respeto humano, no osarían confesar públicamente que la reconocen posible, porque temen exponerse a la risa de los ignorantes y de los pretendidos eruditos así como del prejuicio ciego. En público se mofan como los otros, o al menos hablan de ella con tanta indiferencia que no se les sospecha que la consideren como real, mientras que los ensayos que hacen en particular tienden casi todos a su búsqueda.

[1] . Aristóteles, De Secretis Secretorum.
[2] . Heliodoro, De rebus Chemicis ad Theodosium Imperatorem.
[3] . Etienne, De magnâ & sacrâ acientia, ad Heraclium Caesarem.
[4] . Avicena, De re rectâ. Tractatus Chemius. Tractatus ad Assem Philosophum. De animâ artis.
[5] . Alberto el Grande, De Alchymiâ. Concordantia Philosophorum. De compositione compositi,
[6] . Alain, Liber Chemiae.
[7] . Roger Bacon, Speculum Alchemiae.
[8]. Turba Philosophorum, seu Codex veritatis. Clangor Buccinae. Scala Philosophorum. Aurora consurgens. Ludus puerorum. Thesaurus Philosophiae, etc.
[9] . Basilio Valentín, Azot de los Filósofos.
[10] . Espagnet, La obra secreta de la Fiolosofía de Hermes, Canon, 35
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