martes, diciembre 26, 2006

Final del Discurso Preliminar (Los buenos Filósofos)




En cuanto a los árabes, nadie duda que entre ellos siempre había estado en vigor la química hermética y la vulgar. Además, como nos enseña Albufaraio,[1] los árabes nos han conservado un gran número de obras de los caldeos, de los egipcios y de los griegos, por las traducciones que habían hecho a su lengua; tenemos todavía los escritos de Geber, Avicena, Abudalí, Alfidio, Alquindis y de muchos otros sobre estas materias. Así mismo se puede decir que la química se extendió en toda Europa mediante ellos. Alberto el grande, arzobispo de Ratisbona, es uno de los primeros conocidos después de los árabes. Entre otras obras llenas de ciencia y de erudición sobre la dialéctica, las matemáticas, la física, la metafísica, la teología y la medicina, se le encuentran muchas sobre química, de las que una que lleva por título Alchymia, se ha llenado a continuación de una infinidad de adiciones y sofisticaciones. El segundo es intitulado Concordantia Philosophorum; el tercero, Compositione Compositi. Ha hecho también un tratado de los minerales, al final del cual pone un artículo particular de la materia de los filósofos bajo el nombre de electrum minerale. En el primero de estos tratados dice: El deseo de instruirme en la química hermética me ha hecho recorrer muchas ciudades y provincias, visitar a gentes eruditas para ponerme al corriente de esta ciencia. He transcrito y estudiado con mucho cuidado y atención los libros que tratan de ello, pero durante mucho tiempo no he reconocido como verdad lo que enuncian. He estudiado de nuevo en los libros los pros y contras y no he podido sacar ni bien ni provecho. He encontrado muchos canónigos tan eruditos como ignorantes en la física, que confundían este arte y que habían hecho gastos enormes, a pesar de sus fatigas, sus trabajos y su plata, no habían logrado nada. Pero todo esto no me chocó y me puse a trabajar por mí mismo; hice el gasto, leí, velé, fui de un lugar a otro y medité sin cesar sobre las palabras de Avicena: Si la cosa es ¿cómo es ella? Si no lo es ¿cómo no lo es? Trabajé, pues, estudié con perseverancia, hasta que encontré lo que buscaba. Tengo que agradecérselo a la Gracia del Santo Espíritu que me esclareció y no a mi ciencia. También dice en su tratado de los minerales:[2] No pertenece a los físicos el determinar y el juzgar la transmutación de los cuerpos metálicos y la transformación de uno en el otro, esto pertenece al arte, llamado alquimia. Esta clase de ciencia es muy buena y muy cierta, porque

enseña a conocer cada cosa por su propia causa y no le es difícil distinguir de las cosas las partes accidentales que no son de su naturaleza. Añade después en el capítulo segundo del mismo libro:
La primera materia de los metales es una humedad untuosa, sutil, incorpórea y mezclada fuertemente con una materia terrestre. Esto es el hablar de un filósofo, en conformidad con lo que dicen todos, como se verá en lo que sigue.
Arnaldo de Vilanova, su discípulo Raimon Llull y Flamel aparecieron poco tiempo después; el número aumentó poco a poco y esta ciencia se extendió en todos los reinos de Europa. En el último siglo se ve al
Cosmopolita, Espagnet y a Filaleteo, como sin duda había otros y aún hoy en día existen, pero el número es tan pequeño, y se encuentran tan ocultos, que sería preciso descubrirlos.

Es una gran prueba de ello el hecho de que no busquen la gloria del mundo, o que al menos teman los efectos de su perversidad. Se mantienen en el silencio, tanto por parte de la palabra como por parte de los escritos. Lo que no quiere decir que no aparezcan de tiempo en tiempo algunas obras sobre esta materia; pero es suficiente haber leído y meditado a los verdaderos filósofos, para apercibirse pronto de que sólo se asemejan a ellos en los términos bárbaros y el estilo enigmático, pero nunca en el fondo. Sus autores han leído buenos libros, los citan

bastante a menudo, pero lo hacen tan intempestivamente, que prueban claramente, o que no los han meditado, o que lo han hecho de manera para adaptar las expresiones de los filósofos a las falsas ideas que su predisposición les había puesto en el espíritu respecto a las operaciones y a la materia, y no buscando rectificar sus ideas mediante las de los autores que leían. Estas obras de los falsos filósofos son un gran número, todo el mundo ha querido ponerse a escribir y la mayor parte, sin duda, para encontrar en la bolsa del librero un recurso que les faltaba, o al menos para hacerse un nombre que ciertamente no merecían. Un autor desearía que algún verdadero filósofo tuviera la suficiente caridad hacia el público como para publicar una lista de buenos autores en este género de ciencia, a fin de quitar a un gran número de personas la confianza con la que leen a los malos, que sólo les inducen a error. En consecuencia Olao Borriquio Danois hizo imprimir, a finales de este último siglo, una obra que lleva por título: Conspectus Chymicorum celebriorum. Hace artículos separados de cada uno y dice bastante prudentemente lo que piensa. Excluye un gran número de autores de la clase de los verdaderos filósofos, pero todos los que da por verdaderos ¿lo son en verdad? Además el número de estos es tan grande que no se sabe cuál escoger preferiblemente. Por consiguiente se tiene mucha dificultad cuando uno se quiere dar a este estudio. Yo querría mejor atenerme al sabio consejo que Espagnet da en estos términos en su Arcanum Hermética Philosophiae opus, canon 9: Aquel que ama la verdad de esta ciencia debe leer pocos autores; pero señalados como buenos. Y en el canon 10: Entre los buenos autores que tratan de esta filosofía profunda y de este secreto físico, los que han
hablado con más espíritu, solidez y verdad son, entre los antiguos, Hermes[3] y Morien Romano;[4] entre los modernos, Raimon Llull, que estimo y considero más que a los otros, y Bernardo conde de la marca Trevisana, conocido bajo el nombre de el buen Trevisano.[5] Lo que el sutil Raimon Llull a omitido los otros lo han mencionado. Es bueno, pues, leer, releer y meditar seriamente su testamento antiguo y su codicilio, como un legado de un inestimable precio que nos ha hecho presente; en estas dos obras se reúne la lectura de sus dos prácticas. Allí se encontrará todo lo que se puede desear, particularmente la verdad de la materia, los grados del fuego, el régimen o medio por el cual se perfecciona la obra; todas las cosas que los antiguos han estudiado la manera de ocultar con mucho cuidado. Ningún otro ha hablado tan claramente y tan fielmente de las causas ocultas de las cosas y de los movimientos secretos de la naturaleza. No ha dicho casi nada del agua primera y misteriosa de los filósofos, pero lo que dice es muy significativo.[6]
En cuanto a esta agua límpida buscada por tantas personas, y encontrada por tan pocas, aunque esté presente en todo el mundo y se haga uso de ella. Un noble Polonés,[7] hombre de espíritu y erudito, ha hecho mención de esta agua que es la base de la obra, a lo largo de sus tratados que llevan por título: Nueva Luz Química; Parábola y Enigma del Sulfuro. Ha hablado con tanta claridad que aquel que pida más, no sería capaz de ser contentado por los otros. Los filósofos –continúa el mismo autor–[8] se explican de muy buena gana y con más energía mediante un discurso mudo, es decir, mediante figuras alegóricas y enigmáticas, que por los escritos; tales son por ejemplo, la tabla de Senior; las pinturas alegóricas del Rosario; las de Abraham el judío aportadas por Flamel y las propias de Flamel. Entre ellas también están las de Michel Maier, donde ha encerrado y como explicado tan claramente los misterios de los antiguos que es casi imposible poner la verdad ante los ojos con más claridad.
Sólo éstos son los autores alabados por Espagnet, sin duda suficientes para un hombre que quiera aplicarse y poner en práctica la filosofía hermética. Dice que no se ha de contentar con leerlos una o dos veces sino diez veces y más sin disgustarse; que es preciso hacerlo con un corazón puro y

desprendido de los obstáculos fatigantes del siglo, con un verdadero y firme propósito de usar el conocimiento de esta ciencia sólo para la gloria de Dios y la utilidad del prójimo, a fin de que Dios pueda derramar sus luces y su sabiduría en el espíritu y el corazón; puesto que la sabiduría, según lo que dice el sabio, no habitaría jamás en un corazón impuro y mancillado de pecados.
Espagnet exige aún un gran conocimiento de la física; y es por esto que he puesto a continuación de este discurso un tratado abreviado que encierra los principios generales sacados de los filósofos herméticos y que Espagnet ha recogido en su Enchiridión. El tratado hermético que sigue es absolutamente necesario para disponer al lector en la inteligencia de esta obra. Allí reúno citas de los filósofos, para que se vea que están de acuerdo sobre los mismos puntos.
Es muy recomendable el estudio de la física, porque en ella se aprende a conocer los principios que la naturaleza emplea en la composición y la formación de los individuos de los tres reinos, animal, vegetal y mineral. Sin este conocimiento se trabajaría a ciegas y se tomaría para formar un cuerpo lo que sería propio para formar un género o una especie completamente diferente de la que se propone. Pues el hombre viene del hombre, el buey del buey, la planta de su propia simiente y el metal de la suya. El que buscara, pues, fuera de la naturaleza metálica el arte y el medio de multiplicar o de perfeccionar los metales, estaría ciertamente en el error. Es preciso sin embargo, declarar que la naturaleza sola no sabría multiplicar los metales, como lo hace el arte hermético. Es verdad que los metales encierran en su centro esta propiedad multiplicativa; pero estos son como las manzanas cogidas antes de su madurez, según lo que dice Flamel.
Los cuerpos o metales perfectos (filosóficos) contienen esta simiente muy perfecta y muy abundante pero está sujeta allí tan firmemente que sólo la solución hermética la puede sacar.

Aquel que tiene su secreto, tiene el de la gran obra, si se cree a todos los filósofos. Es preciso para llegar a ello, conocer los agentes que la naturaleza emplea para reducir los mixtos a sus principios, porque cada cuerpo está compuesto de aquello en lo que se resuelve naturalmente. Los principios de física detallados a continuación son muy propios para servir de antorcha y esclarecer los pasos del que quiera penetrar en el pozo de Demócrito y descubrir la verdad oculta en las tinieblas más espesas. Pues este pozo no es otro que los enigmas, las alegorías y las obscuridades esparcidas en las obras de los filósofos, que han tomado de los egipcios, como Demócrito, el hecho de no desvelar la sabiduría en la que habían sido instruidos por los sucesores del padre de la verdadera filosofía.

[1] . Albufaraio, Dynastiâ nonâ.
[2] . Alberto el Grande, Tratado de los minerales, Lib. 3, cap. 1.
[3] . Hermes, La Tabla de Esmeralda y los Siete Capítulos.
[4] . Morien, Conversación con el Rey Calid.
[5] . Trevisano, La Filosofía de los Metales y su Carta a Thomas de Roulogne.
[6] . Espagnet, La Obra Secreta de la Filosofía de Hermes, Canon 11.
[7] . El Cosmopolita. Cuando Espagnet escribió esto, el público no estaba aún desengañado de su error, respecto al autor de este libro, que Michel Sendivogio Polonés puso al día bajo su nombre, por anagrama, pero se ha reconocido después que él lo tenía en un manuscrito de la viuda del Cosmopolita.
[8] . Espagnet, op. cit. Canon, 12
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