lunes, diciembre 25, 2006

La Ciencia Hermética no se aprende en las escuelas de medicina (del discurso preliminar)




La ciencia hermética no se aprende en las escuelas de medicina, aunque se puede dudar de que Hipócrates no haya sido un hermetista, cuando se sopesa las expresiones esparcidas en sus obras y el elogio que hace de Demócrito a los abdericianos, que consideraban a este filósofo como insensato, porque cuando volvió a Egipto, les distribuyó casi todos los bienes del patrimonio que le quedaba, a fin de vivir como filósofo en una pequeña casa de campo
alejada del tumulto. Sin embargo esta prueba sería insuficiente para probar la antigüedad de la ciencia hermética; pero hay tantas otras que es preciso no haber leído a los autores antiguos para negarla. ¿Qué quiere decir Píndaro,[1] cuando declama que el más grande de los dioses hizo caer en la ciudad de Rodas una nieve de oro, hecha por el arte de Vulcano? Zósimo Panopolita, Eusebio y Sinesio nos enseñan que esta ciencia fue cultivada durante mucho tiempo en Menfis, en Egipto. Los unos y los otros citan las obras de Hermes.
Plutarco[2] dice que la antigua teología de los griegos y de los bárbaros sólo era un discurso de física oculto bajo el velo de las fábulas. Así mismo prueba de explicarlo diciendo que por Latona entendían la noche; por Juno, la tierra; por Apolo, el Sol y por Júpiter, el calor. Añade que los egipcios decían que Osiris era el Sol, Isis la Luna, Júpiter el espíritu universal extendido en toda la naturaleza y Vulcano el fuego.
Orígenes dice que los egipcios recreaban al pueblo con las fábulas y que ocultaban su filosofía bajo el velo de los nombres de los dioses del país. Coringio, a pesar de todo lo que ha escrito en contra de la filosofía hermética se ve contrariado por sólidas pruebas al declarar que los sacerdotes de Egipto ejercían el arte de hacer oro y que la química había nacido allí. San Clemente de Alejandría hace en sus Estromatas un gran elogio de seis obras de Hermes sobre la medicina. Diodoro de Sicilia habla largo y tendido[3] de un secreto que tenían los reyes de Egipto para sacar oro de un mármol blanco que se encontraba en las fronteras de su imperio. Estrabón también hace mención de una piedra negra de la que se hacía mucho mortero en Menfis. Se verá en el transcurso de esta obra que esta piedra negra, este mármol blanco y este oro eran alegorías para significar la piedra de los filósofos venida al color negro, que los mismos filósofos han llamado mortero, porque la materia se tritura y se disuelve. El mármol blanco era esta misma materia llevada al blanco, llamada mármol, a causa de su fijeza. El oro era el oro filosófico, o la piedra fijada al rojo, que se saca y nace de esta blancura.
Filón el judío cuenta que Moisés había tomado de Egipto la aritmética, la geometría, la música, la filosofía simbólica, que sólo se escribía mediante caracteres sagrados, la astronomía y las matemáticas. Clemente de Alejandría se expresa en los mismos términos que Filón, pero añade la medicina y el conocimiento de los jeroglíficos, que los sacerdotes sólo enseñaban a los hijos de los reyes del país y a los suyos propios.
Hermes fue el primero que enseñó todas estas ciencias a los egipcios, según Diodoro de Sicilia,[4] y Estrabón.[5] Kircher, aunque muy incitado contra la filosofía

hermética, él mismo[6] ha probado que era ejercida en Egipto. Clemente de Alejandría[7] se expresa así respecto a esto: Tenemos aún cuarenta y dos obras de Hermes muy útiles y muy necesarias. Treinta y seis de estos libros encierran toda la filosofía de los egipcios; y los otros seis observan la medicina en particular:
uno trata de la construcción del cuerpo o anatomía; el segundo, de las enfermedades; el tercero, de los instrumentos; el cuarto, de los medicamentos; el quinto, de los ojos y el sexto de las enfermedades de las mujeres.
Homero había viajado a Egipto,[8] y aprendió muchas cosas en la frecuentación que tuvo con los sacerdotes de aquel país. Así mismo se puede decir que es de allí que sacó sus fábulas. Da pruebas de
ello en muchos lugares de sus obras y particularmente en su himno 3 a Mercurio, donde dice que este dios fue el primero que inventó el arte del fuego. Πυρός δ’ίτιμαίτο τέκιηι v. 108 y v. 111. Ερμής τοι προίτιςα πυρηία, πΰρ’ τ’ ανέδωκε. Homero habla así mismo de Hermes como del autor de las riquezas y lo llama en consecuencia χρυσόρροςτηις, δΰτορ ιάωι. Es por esto que dice (ibid. v. 249) que Apolo habiendo ido a encontrar a Hermes para tener noticias de los bueyes que

le habían robado, lo vio oculto en su oscuro antro, lleno de néctar, de ambrosía, de oro y de plata, y de los hábitos de las ninfas rojos y blancos. Este néctar, esta ambrosía y estos hábitos de las ninfas serán explicados en el curso de esta obra.
Está, pues, fuera de duda que el arte químico de Hermes fue conocido por los egipcios. No es menos patente que los griegos que viajaron a Egipto lo conocieron allí, por lo menos algunos, y que habiéndolo aprendido de los jeroglíficos, lo enseñaron seguidamente bajo el velo de las fábulas. Eustatio nos lo da a entender suficientemente en su comentario sobre la Ilíada. La idea de hacer oro con la ayuda del arte, pues, no es nuevo; además de las pruebas que hemos dado, Plinio[9] lo confirma por lo que relata de Calígula. El amor y la avidez que Caiüs Calígula tenía por el oro, empujaron a este príncipe a trabajar para procurárselo. Hizo, pues, cocer –dice este autor– una gran cantidad de oropimente y logró, en efecto, hacer oro excelente; pero en tan pequeña cantidad que tuvo más pérdidas que provecho. Calígula sabía que se podía hacer oro artificialmente; la filosofía hermética, pues, era conocida.

[1] . Píndaro, Olímpicas, 6.
[2] . Plutarco, Teología Físico Grecorromana.
[3] . Diodoro de Sicilia, Antiguedad, lib. 4, cap. 2.
[4] . Diodoro de Sicilia, Lib. 2,cap. 1.
[5] . Estrabón, Lib. 17.
[6] . Kircher, Oedip. Aegypt. T. 2, p. 2.
[7] . Clemente de Alejandría, Estromata, Lib. 6.
[8] . Diodoro de Sicilia, Lib. 1, cap. 2.
[9] . Plinio, Lib. 33, cap. 4
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