miércoles, diciembre 06, 2006

Eneas encuentra el Ramo de oro







Aún tenéis otra cosa por hacer. Sin duda ignoráis que el cuerpo muerto de uno de vuestros amigos infecta toda vuestra flota; id pues, e inhumadlo y como expiación sacrificad bestias negras; se ha de empezar por esto;[1] después podréis ver los bosques estigios y estos imperios inaccesibles para los vivos. Eneas se volvió pensativo con Acates, su fiel compañero.
Encontraron en la orilla el cadáver de Misenas, hijo de Eolo, que Tritón había ahogado precipitándolo a través de las rocas del mar. Entonces se dispusieron a ejecutar las órdenes de la sibila, y para
ello se acercaron a una antigua selva y cortaron leña para hacer la hoguera. Mientras hacían este trabajo, Eneas observaba toda la selva con ávidos ojos para descubrir el ramo
de oro del que la sibila le había hablado.
Mientras tanto dos palomas[2] vinieron volando hacia él y se posaron sobre el césped. Las reconoció porque eran pájaros consagrados a su madre y el corazón se le llenó de alegría, y les dirigió la palabra en estos términos: Servidme de guías y dirigid mis pasos hasta el lugar de la selva donde crece este ramo de oro. Y vos, mi madre diosa, no me abandonéis en la
incertidumbre en la que me encuentro.
Habiendo hablado así se puso en marcha, observando con atención los signos que las palomas le hacían y el camino que tomaban. Emprendieron el vuelo y fueron tan lejos como la vista podía alcanzar. Pero cuando llegaron a la entrada del hediondo Infierno, se apartaron de pronto y fueron a posarse, según el deseo de Eneas, sobre el árbol doble, cuyas ramas tenían un brillante color de oro.
Cuando Eneas vio el ramo tan deseado[3] lo cogió con ardor y lo llevó al antro de la sibila. Después se reunió con sus compañeros que estaban ocupados en los funerales de Misenas. Coríneo recogió los huesos y los encerró en una urna de bronce.[4] Eneas le levantó una tumba y se volvió con la sibila para conformarse a los consejos que le había dado. Su antro estaba elevado, pedregoso, guardado por un lago negro y rodeado por un sombrío bosque.
Los pájaros no podían volar por encima impunemente,[5] pues un vapor negro y hediondo se exhala de la abertura, y se eleva hasta la convexidad del cielo y los hace caer dentro.
Después Eneas sacrificó cuatro toros negros[6] invocando a Hécate, cuyo poder se siente en el Cielo y en los Infiernos. Ofreció una oveja negra a la Noche, madre de las euménides, y a la Tierra su hermana, y finalmente
inmoló una vaca estéril a Proserpina y terminó con los sacrificios a Plutón.

[1] . Proserpina exige que se le presente este ramo de oro, no es posible ir a ella sin tenerlo. Pero antes de cogerlo es preciso inhumar a aquel que siempre ha acompañado a Héctor hasta la muerte y que Tritón había hecho perecer entre las rocas del mar. Es decir, que se ha de poner en el vaso al mercurio fijado en piedra en el mar filosófico y continuar el régimen de la obra; entonces la materia se dispondrá para la putrefacción y la inhumación filosófica, como hacen los compañeros de Eneas con el cuerpo de Misenas, a los cuales deja el cuidado de hacer los funerales, mientras que él busca el ramo de oro. Se sabe lo que se ha de entender por la muerte, ya hemos hablado de ello en los libros precedentes. Virgilio, que no quería dar esta historia como verdadera sino como una pura alegoría, tiene el cuidado de prevenir al lector de una vez por todas, diciendo (vers.173): Si credere dignum est. Sólo después de la inhumación de Misenas, Eneas puede ver el lago Estigio y el tenebroso imperio de Plutón, y es durante los funerales, mientras que los troyanos lloran sobre el cuerpo del difunto, que rodean la hoguera con hojas negras (vers. 213), lavan el cadáver y le hacen unciones; es entonces cuando Eneas encuentra este ramo tan deseado, bajo la guía de dos palomas. Morien (Conversación con el rey Calid) habla en muchos lugares de este cuerpo infecto y hediondo que se ha de inhumar, al que llama inmundicia de muerte. Filaleteo emplea el mismo término en su tratado de La verdadera confección de la Piedra, p. 48. Y dice que la grasa, el plomo, el aceite de Saturno, la magnesia negra, el vino ígneo, las tinieblas, el Tártaro, la tierra negra, el estiércol, el velo negro, el espíritu fétido, la inmundicia del muerto, el menstruo hediondo, todos son términos sinónimos que significan la misma cosa, es
decir, la materia venida al negro. En cuanto a las palomas, Espagnet ha empleado la misma alegoría (canon 42 y 52) y dice: la entrada del jardín de las hespérides está guardado por bestias feroces, que sólo se pueden mitigar con los atributos de Diana y las palomas de Venus. Filaleteo también ha hablado más de una vez de estas palomas, en su tratado la entrada abierta al palacio cerrado del rey. Sin ellas, dice este autor, no es posible llegar allí. Que se ponga atención a lo que significan los atributos de Diana y se verá que no es fácil penetrar en la morada de Proserpina sin su ayuda, como tampoco era posible tomar la ciudad de Troya sin las flechas de Hércules; es por esto que las palomas vinieron a Eneas volando y también fueron volando a posarse sobre el árbol doble, que oculta el ramo de oro. El Cosmopolita hace mención de este árbol (Enigrac.) en estos términos: Enseguida fui conducido por Neptuno a un prado donde había un jardín, en el que habían muchos árboles dignos de atención y perfectamente bellos. Entre muchos se veían dos más principales, más altos que los otros, salidos de una misma raíz, uno llevaba
frutos brillantes como el Sol y cuyas hojas eran de oro, y el otro producía frutos blancos como el lis y sus hojas eran de plata. Neptuno llamaba a uno árbol solar y al otro árbol lunar. Cuando las palomas llegaron junto a Eneas se posaron sobre el césped, es el prado del Cosmopolita. Estas se apartaron de la entrada del hediondo Infierno, porque la materia se volatiliza durante la putrefacción. Fueron a posarse sobre el árbol solar, es decir, que la volatilización cesa desde que las partes volátiles se fijan en una materia que los filósofos llaman oro.
[2] . Virgilio, Enéida, ibid. vers. 190.
[3] . Virgilio, Envida, ibid. vers. 210.
[4] . Virgilio no dice que se pusieran los huesos de Misenas en una urna de oro o de plata, como Homero dice que se hizo con los de Héctor y los de Patroclo, sino en una de bronce, y esto no es sin razón. Son tres estados en los que se encuentra la materia, bien diferentes los unos de los otros. El que está representado por Misenas es el primero de los tres, es el tiempo en el que la materia está en putrefacción, es entonces que los filósofos la llaman bronce, latón que se ha de blanquear. Blanquead el latón y romped los libros, entonces os son inútiles, dice Morien (conversación con el rey Calid). Los sabios de este arte, en este estado lo han llamado Quilo, plomo, Saturno, y algunas veces cobre o bronce, a causa del color negro y de su impureza de la que se ha de purgar (Filaleteo, op. cit. p. 43). Ripley dice (recapitulación de su tratado): Por este medio tendréis un azufre negro, después blanco, después citrino y finalmente rojo, salido de una sola y misma materia de los metales; es lo que ha hecho decir a los filósofos: Aunque ignorarais todo el resto, si sabéis conocer nuestro latón o bronce. Filaleteo, después de haber citado el tratado de Ripley añade: Coced, pues, este bronce, y quitadle su negrura imbibiéndolo y regándolo hasta que blanquee. Nuestro bronce, dice Jean Dastin, primero se cuece y se vuelve negro, entonces es propiamente nuestro latón que se ha de blanquear. He aquí la urna de bronce en la que se ponen los huesos de Misenas. Los de Patroclo fueron puestos en una de plata y los de Héctor en una de oro, porque uno significa el color blanco de la materia llamado plata u oro blanco, cuando está en ese estado, y el otro indica el color rojo llamado oro.
[5] . Los pájaros no podían pasar volando sobre la abertura del antro que sirve de entrada al Infierno sin caer allí, porque la materia que se volatiliza, significada por los pájaros, recae al fondo del vaso después de haber subido a la cima. El espacio que se encuentra vacío entre la materia y esta cima es llamado Cielo por los filósofos, también dan el nombre de Cielo a la materia que se colorea. La negrura que sobreviene a la materia no puede significarse mejor que mediante los sacrificios y la inmolaciones de animales negros que Eneas hace a Hécate, a la Noche y a Plutón.
[6] . Virgilio, Envida, ibid. vers. 243.

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