sábado, diciembre 02, 2006

Otras Fatalidades añadidas, necesarias para la toma de Troya (y su explicación)




A estas fatalidades se ha añadido las de la muerte de Troilo y Héctor. Uno y otro perdieron la vida bajo los golpes del valiente Aquiles. Ya se sabe lo que significan los nombre de Tros y de Ilo, de los que ha sido compuesto Troilo, en consecuencia es inútil entrar en una nueva explicación al respecto. Sólo diría que la disolución y la putrefacción de la materia, que están significadas por este mismo nombre, y tanto la una como la otra son imprescindibles para tener éxito en la obra, hacen entender la razón de que se considerara la muerte de Troilo como una condición requerida para la toma de la ciudad de Troya. La de Héctor no lo era menos ya que era el principal defensor. Vio a Aquiles viniendo hacia él, semejante a Marte, con una capacidad terrible, amenazante y brillante como el fuego, o como el Sol cuando se levanta, dice Homero.[1] Desde que Héctor se dio cuenta quedó espantado y a pesar del corazón y la bravura que había mostrado hasta entonces y ha pesar de las exhortaciones que él mismo se hizo para reanimar su coraje, no pudo sostener la presencia de Aquiles y recibirlo con pie firme. El temor se apoderó de él y optó por huir. Aquiles, el de los pies ligeros, lo persiguió con la misma rapidez que un pájaro de presa cae sobre una paloma e
spantada. Héctor huyó con mucha fuerza y velocidad, pero Aquiles lo persiguió aún más rápido. Llegaron a las dos fuentes del Escamandro, llenas de precipicios y recodos. Una es caliente y exhala humo, la otra está siempre congelada, incluso en lo más fuerte del verano. Pasaron por encima, y Aquiles no lo habría podido alcanzar si Apolo no se hubiera presentado ante Héctor. Le reanimó el coraje. Minerva también estaba presente bajo la figura de Deífobo, hermano de Héctor, al que animó a que hiciera frente a Aquiles; éste le asestó un golpe de lanza a Héctor, que lo evitó. Héctor le lanzó la suya con tanta fuerza y violencia que cayó hecha pedazos al chocar contra el escudo de Aquiles. Al verse sin lanza Héctor recurrió a su espada y se lanzó sobre Aquiles que lo paró con un golpe de lanza que dio en su clavícula y lo tiró al suelo. Muriendo
Héctor le predijo que Paris, ayudado por Apolo, acabaría con su vida.
No se ha de reflexionar mucho para ver que esta huida de Héctor y la persecución de Aquiles significan la volatilización de la materia. Alfidio, que ya he citado al respecto, dice que cuando el que persigue detiene al que huye, se vuelve el amo. Aquiles y Héctor llegan a las dos fuentes del Escamandro, una caliente y líquida y la otra congelada, porque efectivamente, hay dos materias en el fondo del vaso, una líquida y la otra congelada, es decir el agua y la tierra congelada, que está formada de esta misma agua. No se detuvieron allí pero dieron vueltas y vueltas, porque la materia al volatilizarse sube y desciende más de una vez
antes de fijarse. Héctor no se detuvo hasta que se le presentó Apolo y le habló, pues la materia volátil sólo se fija cuando se reúne con la fija. Entonces se da el singular combate donde Héctor sucumbe, y predice a Aquiles que morirá bajo los golpes de Paris y Apolo; por la misma razón que este mismo dios fue la causa de la muerte de Patroclo, así como la de Héctor.
Finalmente Télefo, hijo de Hércules y de Auge, era absolutamente necesario para la toma de
Troya. Hemos dicho en el precedente libro, que Hércules era el símbolo del artista. Auge significa esplendor, brillo, luz, y ya se sabe que los filósofos dan estos nombres a la materia fijada al blanco, en contraste con el negro al que llaman noche y tinieblas. Télefo significa el que luce y brilla desde lejos, es por esto que se dice que es hijo de la Luz. Necesariamente debía estar en la toma de Troya, puesto que ésta no podría llevarse a cabo si la materia no está fijada.
Estas eran las fatalidades de la ciudad de Troya y tal es el sentido en el que se las debe entender. Estas son las fábulas, o más bien las alegorías, que tomadas en el sentido histórico no tendrían nada de ridículo. Los partidarios del sentido histórico bien lo han sentido; tampoco se les a obligado a explicarlas. Todas han sido la obra de Ulises, como Ovidio se lo hace decir en su arenga para disputar las armas de Aquiles. Él descubrió a Aquiles bajo su disfraz de mujer y le obligó a unir sus armas a las de los griegos. Llevó a Filoctetes al campo y trajo las flechas de Hércules; robó el Paladión, trajo el hueso de Pélope, robó los caballos de Reso y fue causa, dice él, de la muerte de Héctor y de Troilo, puesto que estos dos hijos de Príamo sucumbieron bajo las armas de Aquiles. Finalmente obligó a Télefo a unirse a los griegos contra los troyanos, aunque fuera aliado de estos últimos y debiera ser enemigo de los primeros, que le habían librado una batalla donde fue herido. Se tiene razón al decir que era aliado de los troyanos; la naturaleza de Télefo, o la piedra al blanco lo indican suficientemente, puesto que es de naturaleza fija como la piedra al rojo, o el elixir designado por los troyanos. Así mismo Homero nos enseña que se ha de tener de Ulises la misma idea que la que tenemos de Hércules. En su descenso a los Infiernos le hace hablar así:[2] Hércules me reconoció desde que me vio y me dijo: Bravo y valiente hijo de Laertes, Ulises que sabéis tantas cosas ¡Ay! Pobre miserable sois, os parecéis a mí; tenéis que superar muchas fatigas y trabajos parecidos a los que yo he sufrido, cuando vivía sobre la tierra. Soy hijo de Júpiter y a pesar de esta cualidad, he tenido que sufrir males. Estuve obligado a obedecer las órdenes del más malvado de los hombres y que era duro al mandarme. Se imaginó que el trabajo más difícil y más peligroso que podía ordenarme era el de venir aquí a robar el Cerbero. Vine y lo arranqué de los Infiernos. bajo la guía de Minerva y de Mercurio.
Son bien remarcables estas guías de Hércules. También son las mismas que condujeron a Ulises en sus operaciones. Siempre se ve a Minerva a su lado. Se reconocían bien el uno y la otra. Hércules consagró su maza a Mercurio, Ulises ofreció a Minerva los despojos de Dolón, teniendo el cuidado al hacerlo de advertir a esta diosa que la prefería a todos los habitantes del Olimpo y que sólo a ella hacía esta ofrenda. Así mismo ella llama a Ulises,[3] el más fino, el más astuto y el más ardiente de los hombres. Ella le dice: Pero no disputemos de astucias y de finezas, sabemos suficiente de lo uno y de lo otro, puesto que no tenéis igual en cuanto a consejos y a elocuencia. Yo soy igual en relación a los dioses. ¿No reconoceréis, pues a Minerva, la hija de Júpiter, a mí que me es un placer acompañaros por todo y ayudaros en todos vuestros trabajos?[4]
Este testimonio no es contradicho por las acciones de Ulises.
Siempre se ve en él a un hombre sabio y prudente que no hace nada a la ligera y en fin, a quien todo le sale bien. También era así Hércules, no emprendía nada que no llevara a cabo. Así es, o así debería ser el filósofo hermético que emprende los trabajos de Hércules, o las acciones de Ulises, es decir, la gran obra, o la medicina dorada. En vano se intentará ejecutarlas si no se tienen todas las cualidades de estos héroes. En vano se trabajará si no se conoce la materia de la que fue construida la ciudad de Troya; si se ignora la raíz del árbol genealógico de Aquiles. Los filósofos la han disfrazado bajo tantos diferentes nombres que se ha de tener la penetración y el genio de Ulises para reconocerla. Es esta multitud de nombres lo que, según Morien,[5] induce a error a casi todos los que intentan conocerla. Pitágoras en la Turba dice que toda la ciencia del arte hermético consiste en encontrar una materia, reducirla en agua y reunir este agua con el cuerpo de la plata viva y de la magnesia. Buscad, dice el Cosmopolita, una materia de la que podáis hacer un agua que disuelva el oro naturalmente y radicalmente. Si la habéis encontrado, tenéis la cosa que tanta gente busca y que tan pocos encuentran. Tenéis el más preciado tesoro de la tierra.

[1] . Homero, Ilíada, lib. 22, vers. 131.
[2] . Homero, Odisea, lib. 2, vers. 614.
[3] . Homero, Odisea, lib. 13, vers. 292 y ss.
[4] . Homero, Ilíada, lib. 10, vers. 278, y en la Odisea, lib. 13, vers. 300.
[5] . Morien, Conversación con el rey Calid.

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