jueves, diciembre 21, 2006

La Gran Obra comparada a la Creación (del discurso preliminar)





Cuando nuestro primer padre oyó pronunciar la sentencia de muerte como castigo de su desobediencia, oyó al mismo tiempo la promesa de un liberador que debía de salvar a todo el género humano. Dios todo misericordioso no quiso permitir que la obra más bella de sus manos pereciera absolutamente. La misma sabiduría que había dispuesto con tanta bondad el remedio para el alma, sin duda no olvidó indicar uno contra los males que debían de afligir al cuerpo. Pero así como todos los hombres no sacan provecho de los medios de salud que Jesús-Cristo nos ha hecho merecer y que Dios ofrece a todos, así mismo todos los hombres no saben usar el remedio propio para curar los males del cuerpo, aunque
la materia de la que está hecho este remedio, sea vil, común y presente ante sus ojos, que la vean sin conocerla y que la empleen en otros usos que en aquel que le es verdaderamente propio.[1] Esto es lo que prueba bien que es un don de Dios, que favorece a aquel que le place. Salomón, el más sabio de los hombres, nos dice: El Altísimo ha creado de la tierra los medicamentos y el hombre cuerdo no los desprecia.[2]
Es ésta la materia que Dios empleó para manifestar su sabiduría en la composición de todos los seres. Él la animó con el soplo del espíritu que era llevado sobre las aguas, antes que su todo poder hubiera desenredado el caos del Universo. Ella es susceptible de todas las formas y no tiene ninguna que le sea propia.[3] La mayor parte de los filósofos también comparan la

confección de su piedra a la creación del Universo. Había allí, dice la Escritura,[4] un caos confuso, en el cual ningún individuo estaba distinguido. El globo terrestre estaba sumergido en las aguas; estas parecían contener el Cielo y encerrar en su seno las simientes de todas las cosas. No había nada de luz, todo estaba en las tinieblas. Apareció la luz y las disipó y los astros fueron emplazados en el firmamento. La obra filosófica es precisamente la misma cosa. Primero es un caos tenebroso, allí todo parece confuso, que no se puede distinguir nada separadamente de los principios que componen la materia de la piedra. El Cielo de los filósofos está sumergido en las aguas, las tinieblas cubren toda la superficie; finalmente la luz se separa, la Luna y el Sol se manifiestan y vienen a esparcir la alegría en el corazón del artista y la vida en la materia.
Este caos consiste en lo seco y lo húmedo. Lo seco constituye la tierra, lo húmedo es el agua. Las tinieblas son el color negro, que los filósofos llaman el negro más negro que el mismo negro, nigrum nigro nigrius. Es la noche filosófica, las tinieblas palpables. La luz en la creación del mundo apareció antes que el Sol, es esta blancura de la materia tan deseada, que sucede al color negro. El Sol apareció finalmente de color naranja, del cual el rojo se fortifica poco a poco hasta el color rojo púrpura, lo que constituye el cumplimiento de la primera obra.
El Creador quiso seguidamente poner el sello a su obra; formó al hombre amasándolo de tierra,

de una tierra que parecía inanimada y le inspiró un soplo de vida. Lo que Dios hizo entonces en atención al hombre, el agente de la naturaleza, que algunos llaman su Arqueo,[5] lo hizo sobre la tierra o limo filosófico. Lo trabaja por su acción interior y lo anima de manera que empieza a vivir y a fortificarse día a día hasta su perfección. Morien[6] habiendo señalado esta analogía, ha explicado la confección del magisterio mediante una comparación tomada de la creación y de la generación del hombre. Así mismo algunos pretenden que Hermes habla de la resurrección de los cuerpos en su Poimandrés, porque lo concluye de lo que vio que sucede en el progreso del magisterio. La misma materia que había sido llevada a un cierto grado de perfección en la primera obra, se disuelve y se pudre, lo que muy bien se puede llamar una muerte, puesto que nuestro Salvador así lo ha dicho del grano que se siembra:[7] si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere lleva mucho fruto.[8] En esta putrefacción, la materia filosófica se vuelve una tierra negra volátil, más sutil que ningún otro polvo. Los adeptos la llaman cadáver cuando está en este estado y dicen que tiene el mismo olor; Flamel no dice que el artista sienta un olor hediondo, puesto que ello se hace en un vaso sellado, sino que juzga que es así por la analogía de su corrupción con la de los cuerpos muertos. Este polvo o ceniza, que Morien dice que no se ha de despreciar porque debe de revivir y porque encierra la diadema del rey filosófico, retoma vigor, poco a poco, a medida que sale de los brazos de la muerte, es decir, de la negrura; ella se revivifica y toma un resplandor muy brillante, un estado de incorruptibilidad más noble que el que tenía antes de su putrefacción. Cuando los egipcios observaron esta metamorfosis, figuraron la existencia de un Fénix, del que decían que era un pájaro de color púrpura que renacía de sus propias cenizas. Pero este pájaro, absolutamente fabuloso, no era otro que la piedra de los filósofos llevada al color púrpura tras su putrefacción.

[1] . Basilio Valentín, Azot de los Filósofos, y el Cosmopolita.
[2] . Eclesiástico, 38, 4.
[3] . Basilio Valentín.
[4] . Génesis, cap. 1.
[5] . Paracelso, Vanhelmont.
[6] . Morien, Op. cit.
[7] . Flamel.
[8] . Juan, 12, 24
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