lunes, abril 02, 2007

Reyes de Egipto y Monumentos (1)

La historia no nos enseña sobre los primeros reyes de Egipto, nada de más cierto que sobre los de Grecia y los de las otras naciones. La realeza no era hereditaria entre los egipcios, según Diodoro. Elegían a sus reyes entre los que se volvían más recomendables, ya sea por la invención de algunas artes útiles o bien por los beneficios otorgados al pueblo. El primero en este género, si queremos creer a los árabes, fue Hanuch, el mismo que Henoch hijo de Jared, que fue nombrado también Idris o Idaris y que Kircher dice[1] que era el mismo que Osiris, según el testimonio de Abenefi y de
algunos otros árabes. Pero sin ponernos a discutir si estos árabes y Manetón 1º o el sibenita dicen la verdad respecto a lo que ha precedido al diluvio, esta remarcable época es la que debemos fechar. Muchos autores están persuadidos de que Manetón, que era sacerdote de Egipto, había formado sus dinastías y escrito otras muchas cosas conforme a las fábulas que habían sido inventadas y divulgadas mucho tiempo antes que él. Este pensamiento está tanto o mejor fundado que las fábulas que contenían la historia de la pretendida sucesión de los reyes del país, para ocultar su verdadero objeto, del que los sacerdotes hicieron un misterio y un secreto que les estaba prohibido revelar bajo pena de muerte. Manetón como sacerdote fue, pues, obligado a escribir conforme a lo que se contaba al pueblo. Pero el secreto al cual se debía, no le obligaba a desfigurar lo que había de verdad en la historia y es lo que ha hecho que se pudiera conservar al menos en parte.
La discusión de la sucesión de los reyes de Egipto me llevaría a una disertación que no entra en el plan que me he propuesto. Dejo este asunto a aquellos que quieran emprender la historia de aquel país. Es suficiente, para cumplir mi objetivo, aportar los reyes que los autores citan y que dejaron los monumentos que prueban que el arte sacerdotal o hermético era conocido y estaba en vigor en Egipto.
El primero que se estableció tras el diluvio fue Cam, hijo de Noé, que según Abenefi[2] fue llamado Zoroastro y Osiris, es decir, fuego resplandeciente en toda la naturaleza. A Cam le sucedió Mesraim. La crónica de Alejandro[3] da a éste el sobrenombre de Zoroastro y Opmecro lo llama Osiris. El retrato que los autores hacen de Cam y Mesraim o Mitsraim es el de un príncipe idólatra, sacrílego, dado a toda clase de vicios y libertinajes y no puede convenir a Osiris, que estaba ocupado en restablecer el verdadero culto de Dios en vigor, en hacer florecer la religión y las artes y en hacer a sus pueblos dichosos bajo la conducta prudente, sabia y religiosa del incomparable Hermes Trismegisto. Sólo este contraste debería hacer abandonar la opinión de los que sostienen que Cam o Mitsraim, su hijo, eran los mismos que Osiris. Es más natural pensar que el pretendido Zoroastro u Osiris, que significan fuego oculto o fuego extendido en todo el Universo, no fue jamás de otro reino que el del imperio de la naturaleza, que considerar este nombre como sobrenombre de un hombre hecho rey.
La crónica de Alejandría hizo a Mercurio sucesor de Mitsraim y dice que reinó 35 años, añade que dejó Italia para volverse a Egipto donde filosofaba bajo un hábito trenzado en oro, que enseñó allí una infinidad de cosas, que los egipcios lo proclamaron dios y lo llamaron el dios de oro, a causa de las grandes riquezas que les procuró. Plutarco[4] da a Mercurio 38 años de reinado. Sin duda este es el mismo Mercurio que, según Diodoro, fue dado por consejero a Isis.
Pero si las cosas son así ¿dónde se emplazará el reino de los dioses? Si Vulcano, el Sol, Júpiter, Saturno, etc., han sido reyes de Egipto y que cada uno no reinó menos de doscientos años, como hemos dicho anteriormente, no es posible conciliar todo esto, cuando se dijo así mismo que estos nombres de dios no eran más que sobrenombres dados a verdaderos reyes. La cosa se volverá aún menos verosímil si se quiere referir a la crónica de Alejandría que da a Vulcano como sucesor de Mercurio y al Sol sucesor de Vulcano. Tras el Sol pone a Sosin o Sotin o Sochin. Tras Sosin a Osiris, después a Horus, seguidamente a Thulen que pudo ser el mismo que Eusebio llama Thuois y Herodoto Thonis. Diodoro trastorna todo el pretendido orden de esta sucesión, y la confusión que nace de ello forma un laberinto de dificultades imposibles de apartar. Pero, en fin, es preciso atenernos a alguna cosa, es por lo que diremos con Herodoto y Diodoro[5] que el primer rey que reinó en Egipto después de los dioses, fue un hombre llamado Menas o Menes que enseñó a los pueblos el culto de los dioses y las ceremonias que debían observar. Así empezó, pues, el reino de los hombres en Egipto, que duró, según algunos, hasta la 180 olimpiada, tiempo en el cual Diodoro fue a Egipto donde reinaba Ptolemeo IX, de sobrenombre Denis.

Menas dio a los egipcios leyes por escrito, que decía haber promulgado por orden de Mercurio, como principio y causa de su dicha. Se ve que Mercurio se encuentra por todo, ya sea durante el reinado de los dioses que los autores hacen durar un poco menos de ocho mil años y cuyo último rey fue Horus, o bien durante el reinado de los hombres, que empezó con Menas, de lo que se debe concluir, en contra del pensamiento de Kircher,[6] que este Menas no puede ser el mismo que Mitra y Osiris, puesto que este último fue el padre de Horus. Pero sigamos a Diodoro. La raza de Menas dio 52 reyes en el año 1040. Busiris fue elegido seguidamente y ocho de sus descendientes le sucedieron. El último de los ocho se llamó también Busiris, hizo construir la ciudad de Tebas o la ciudad del Sol. Tenía ciento cuarenta estadios de circuito, Estrabón le da ochenta de largo, tenía cien puertas, doscientos hombres pasaban por cada una de ellas con sus carros y sus caballos.[7] Todos los edificios eran soberbios y de una magnificencia inimaginable. Los sucesores de este Busiris se hicieron la gloria de contribuir al adorno de esta ciudad. Decoraron los templos, las estatuas de oro, de plata, de marfil de una colosal grandeza. Hicieron levantar obeliscos de una sola piedra y, en fin, la volvieron superior a todas las ciudades del mundo. Estos son los propios términos de Diodoro de Sicilia, que está de acuerdo en esto con Estrabón.
Esta ciudad, que se volvió célebre en todo el mundo y de la que los griegos, al no saber nada de ella durante largo tiempo, y sólo de oídas, no pudieron hablar de ella sino de una manera muy sospechosa, fue construida en honor de Orus o Apolo, el mismo que el Sol, último de los dioses que fueron reyes en Egipto, y no en honor del astro que lleva este nombre, así como los monumentos que dan testimonio de ello. Una ciudad tan opulenta, tan llena de oro y de plata, aportados a Egipto por Mercurio, que como hemos dicho según los autores, enseñó a los egipcios la manera de hacerlo, ¿no es ello una prueba convincente de la ciencia de los egipcios, en cuanto a la filosofía o el arte hermético? Había en esta misma ciudad –continúa Diodoro– cuarenta y siete mausoleos de reyes, de los cuales diecisiete subsistieron aún en el tiempo de Ptolomeo Lago. Después de los incendios acaecidos en el tiempo de Cambises, que transportó el oro y la plata a Persia, se encontraron aún allí trescientos talentos pesados de oro y dos mil trescientos de plata.
Busiris, fundador de esta ciudad, era hijo de rey, en consecuencia filósofo instruido en el arte sacerdotal, era así mismo sacerdote de Vulcano. La entrada estaba prohibida a los extranjeros. Esto fue sin duda una de las razones que obligaron a los griegos a desacreditar tan fuertemente a este Busiris, el mismo del que se hace mención en los trabajos de Hércules. ¿Pero de qué no es capaz la envidia y los celos? Los griegos sólo podían intentar correr tras estas riquezas pero sólo las vieron en perspectiva.

[1] . Kircher, Edip. Egipt. t. 1, p. 66 y ss.
[2] . Kircher, op. cit. p. 85.
[3] . Alejandro, lib. 1.
[4] . Plutarco, Isis y Osiris.
[5] . Diodoro de Sicilia, lib. 1, p. 2, cap. 1.
[6] . Kircher, Edip. t. 1, p. 93.
[7] . Ni cuanto ingresa en Orcómeno, ni cuanto afluye a Tebas egipcia, en cuyas casas es donde más riquezas hay atesoradas, ciudad que tiene cien puertas y por cada una doscientos hombres van y vienen con caballos y con carros. Homero, Ilíada, IX, 381.

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