jueves, abril 05, 2007

Reyes de Egipto y Monumentos (4)



El octavo rey de Egipto después de Simandio o Smendes, llamado también Osimandrias, fue Ochoreo, según Diodoro,[1] al que me he propuesto seguir. Hizo construir Menfis, le dio ciento cincuenta estadios de circuito y la convirtió en la más bella ciudad de Egipto, los reyes que le sucedieron la eligieron como residencia. Miris, el duodécimo de su raza, reinó seguidamente e hizo construir en Menfis el vestíbulo septentrional del templo, cuya magnificencia no era inferior a lo que habían hecho sus predecesores. También hizo cavar el lago Moeris, de tres mil seiscientos estadios de circunferencia y cincuenta brazas de profundidad, a fin de recibir las aguas del Nilo cuando desbordaban con mucha abundancia y poderlas distribuir en los campos de los alrededores cuando las aguas escaseaban en el país. Cada vez que se daba salida o entrada a estas aguas negociaba cincuenta talentos. En medio de esta especie de lago, Miris hizo levantar un mausoleo con dos pirámides con la altura de un estadio cada una, una para él y otra para su esposa, a la cual acordó para su tocador todo el producto del impuesto sobre el pescado que se pescaba en este lago. Sobre cada pirámide había una estatua de piedra sentada sobre un trono, todo de un trabajo exquisito.
Sesostris tomó seguidamente la corona y sobrepasó a todos sus predecesores en gloria y magnificencia. Después de que hubo nacido, Vulcano se apareció en sueños a su padre y le dijo que Sesostris, su hijo, dominaría todo el Universo. En consecuencia, lo hizo educar entre el número de otros niños de la misma edad, lo obligó a los mismos fatigantes ejercicios y no quiso que tuviera otra educación que ellos, más para unirlos en la frecuentación que para inducirlo al trabajo. Para conciliarse la sujeción de todo el mundo empleó beneficios, presentes, dulzura e impunidad respecto a los que le habían ofendido. Afirmó la benevolencia de los jefes y de los soldados, emprendió aquella expedición de la que los historiadores nos han conservado su memoria.
De vuelta a Egipto hizo una infinidad de cosas bellas con grandes gastos a fin de inmortalizar su nombre. Empezó por construir encada ciudad de sus estados un magnífico templo en honor del dios que allí era adorado e hizo poner una inscripción en todos los templos que anunciaba a la posteridad que los había hecho levantar todos con sus propios gastos, sin haber impuesto ninguna contribución a sus pueblos. Hizo amontonar tierra en forma de montañas, construir ciudades sobre estas elevaciones y las pobló con los habitantes que sacó de sus ciudades bajas, muy expuestas a ser sumergidas por los desbordamientos del Nilo. Se cavó bajo sus órdenes un gran número de canales de comunicación, tanto para facilitar el comercio como para defender la entrada de Egipto de sus enemigos. Hizo construir un navío de madera de cedro de 280 codos de largo, todo dorado por fuera y plateado por dentro que ofreció al dios que se reverenciaba particularmente en Tebas. Emplazó en el templo de Vulcano, en Menfis, su estatua y la de su esposa, hechas de una sola piedra de treinta codos de altura y la de sus hijos de veinte. Adquirió tanta gloria y su memoria fue de tal veneración que muchos siglos después, Darío padre de Xerxes, quería hacer emplazar su estatua delante de la de Sesostris en el templo de Menfis, el príncipe de los sacerdotes se opuso, objetando que aún no había hecho tantas y tan grandes cosas como Sesostris.
Darío, lejos de enfadarse por la libertad del gran sacerdote, le respondió que pondría todos sus cuidados para lograrlo y que si el cielo le conservaba la vida haría por no desmerecerlo en nada. Sesostris había reinado treinta y tres años cuando murió y el hijo que le sucedió no hizo nada remarcable en hechos de magnificencia, excepto dos obeliscos, cada uno de una misma piedra, de cien codos de alto de alto y ocho de largo, que hizo arreglar en honor del dios de Heliópolis, es decir, del Sol u Horus. Herodoto[2] nombra a Ferón, este hijo de Sesostris, y le da a Proteo por sucesor, en lugar de diodoro que pone muchos entre ellos y no nombra ninguno hasta Amasis, que tuvo por sucesor a Actisanes el etíope, después Ménides, que algunos llamaron Marus. Es el que hizo hacer este célebre laberinto del que Dédalo quedó tan encantado que construyó uno parecido en Creta durante
el reinado de Minos. Este último no duró hasta el tiempo de Diodoro y el de Egipto subsistió intacto.
Cetés, al que los griegos llamaron Proteo, reinó después de Ménides; Cetés era experto en todas las artes. Es el Proteo de los griegos, que se cambiaba en toda clase de figuras y que tomaba las formas tanto de león, como de toro, de dragón, de árbol, de fuego, etc.
Explicaremos el por qué en los libros siguientes. El noveno que llevó la corona en Egipto tras Proteo fue Chembis, que reinó cincuenta años e hizo levantar la más grande de las tres pirámides y que se pone entre el número de las maravillas del mundo. La más grande cubre en su base siete arapendes de terreno, su altura tiene seis y la longitud de cada uno de sus lados, que disminuye a medida que la pirámide se eleva, tiene sesenta y cinco codos. Toda la obra es de una piedra extremadamente dura muy difícil de trabajar. Se puede acordar uno del asombro que produce la vista de un edificio tan admirable. Algunos aseguran –continúa Diodoro– que hace más de tres mil años que esta masa enorme de construcción ha sido levantada y subsiste todavía nada menos que intacta.
Estas pirámides son tanto más sorprendentes al estar en un terreno arenoso alejado de toda clase de canteras y que cada piedra de las más grandes de estas pirámides no tenía menos de treinta pies de superficie, según lo relata Herodoto.[3] La tradición del país decía que se habían hecho transportar estas piedras desde las montañas de Arabia. Una inscripción gravada sobre la pirámide enseñaba que el gasto hecho en cebollas, ajos y nabos dados para vivir a los obreros que habían trabajado en su construcción ascendía a 1600 talentos de oro, que trescientos sesenta mil hombres fueron empleados durante veinte años y que costó doce millones de talentos de oro para transportar las piedras, tallarlas y ponerlas. Después Ammien Marcelin no hizo menos gastos para el laberinto. ¿Cuánto debió de costarle, dice Herodoto, el hacerlo, las vestimentas de los obreros y las otras cosas requeridas?
Chabree y Micerino que reinaron tras Chembis, hicieron levantar también soberanas pirámides con gastos proporcionados, pero inmensos. Bochoro vino después, y Sabacho que abdicó la corona y se retiró a Etiopía. Egipto después de esto fue gobernado por doce iguales durante quince años, al cabo de los cuales uno de los doce llamado Psamético se hizo rey. Fue el primero en atraer a los extranjeros a Egipto[4] y les procuró toda la seguridad que no habían tenido bajo sus predecesores que los hacían morir o los reducían a la servidumbre. La crueldad que los egipcios ejercieron hacia los extranjeros bajo el reinado de Busiris, dio ocasión a los griegos –dice Diodoro– de invectivar contra este rey, de la manera que lo han hecho en sus fábulas, aunque todo lo que relatan sea contrario a la verdad.

Tras la muerte de Psamético empezó la cuarta raza de reyes de Egipto, es decir, de Apries, que habiendo sido atacado por Amasis, jefe de los egipcios sublevados, fue apresado y estrangulado. Amasis fue elegido en su lugar alrededor del año del mundo 3390, que fue el del retorno de Pitágoras a Grecia, su patria. Durante el reinado del sucesor de Amasis, Cambises, rey de Persia, subyugó a Egipto hacia el tercer año de la 63 olimpiada. Los etíopes, los persas y los macedonios llevaron también la corona de Egipto y entre los que allí reinaron hubo seis mujeres.

[1] . Diodoro de Sicilia, lib.1, p. 2 c.1.
[2] . Herodoto, lib. 2, c. 3.
[3] . Herodoto, lib. 2.
[4] . Herodoto, lib. 2, c. 154.

No hay comentarios: