sábado, abril 07, 2007

El Buey Apis (2)

Todos los que, como Kircher, han querido dar sus propias ideas o fundar sus interpretaciones sobre la de los historiadores que no estaban al caso, han probado claramente por sus forzadas explicaciones que no es necesario referirse a ellos. Yo he hablado basándome en la filosofía hermética y el objeto de este culto no es otro que la materia requerida para el arte sacerdotal y los colores que le sobrevienen durante las operaciones, las cuales en su mayor parte, están indicadas por la naturaleza de los animales y por las ceremonias que se observaban en su culto. A fin de convencer a los que quieran aún dudar, examinemos cada cosa en particular.
Es preciso un toro negro, con una marca blanca en la frente o a uno de los lados del cuerpo; esta marca debía de tener la forma de luna creciente, según algunos autores, así mismo este toro debía de haber sido concebido por las impresiones de un rayo. No se puede designar mejor la materia del arte hermético que mediante todos estos caracteres. En cuanto a su concepción Haymon[1] dice en los términos expresados que se engendra entre el rayo y el trueno.
El negro es el carácter indudable de la verdadera materia, como lo dicen unánimemente todos los filósofos herméticos, porque el color negro es el comienzo y la llave de la obra. La marca blanca en forma de luna creciente era un jeroglífico del color blanco que sucede al negro y que los filósofos han llamado Luna. El toro por estos dos colores tenía una relación con el Sol y la Luna, que Hermes[2] dice que son el padre y la madre de la materia. Porfirio[3] confirma esta idea diciendo que los egipcios tenían consagrado el toro Apis al Sol y a la Luna, porque llevaba los caracteres en sus colores negro y blanco y el escarabajo que debía de tener sobre la lengua. Apis era más en particular el símbolo de la Luna, a causa de sus cuernos que representan la creciente, puesto que la Luna al no estar llena, tiene siempre una parte tenebrosa indicada por el negro, y la otra parte blanca, clara y resplandeciente caracterizada por la señal blanca o en forma de Luna creciente.
Estas razones eran suficientes para hacer elegir un toro de esta especie como carácter jeroglífico, preferiblemente a todo otro animal, pero los sacerdotes aún tenían otras, cuyos motivos no eran menos razonables. El Sol produce esta materia, la Luna la engendra, la tierra es la matriz donde se nutre, es ella que nos la proporciona, como las otras cosas necesarias para la vida, y el buey es el más útil para el hombre, por su fuerza, su docilidad, su trabajo en la agricultura, de la que los filósofos emplean sin cesar su alegoría para expresar las operaciones del arte hermético. Es por esta razón que los egipcios decían alegóricamente que Isis y Osiris habían inventado la agricultura y que eran los símbolos del Sol y de la Luna. Osiris e Isis no estaban mal designados por el buey, según las ideas que algunos autores atribuyen a los egipcios respecto a esto. Osiris significa fuego oculto, el fuego que anima todo en la naturaleza y que es el principio de la generación y de la vida de los mixtos.

Los egipcios pensaban, según el testimonio de Abenefis,[4] que el genio y el alma del mundo habitaban en el buey, así como todos los signos o marcas distintivas de Apis eran caracteres simbólicos de la naturaleza; los egipcios, según Eusebio, decían también que señalaban en el buey muchas de las propiedades solares y que no podían representar mejor a Osiris o el Sol que mediante este animal. Pero si ello es verdad, se dirá que si los sacerdotes de Egipto no pretendían dar al pueblo a Apis por un dios, ¿por qué le otorgaban un culto y unas ceremonias? Respondo a esto que el culto no era un culto de latría o una verdadera adoración, sino solamente relativo y las ceremonias eran tales como las que están en uso en las fiestas públicas, o poco más o menos como cuando se le pone el incienso a las personas vivientes o a las figuras que están representadas sobre sus tumbas. Es una pura señal de veneración para su rango o para su memoria y no se pretende rendirles los mismos honores que a la Divinidad.
Los sacerdotes tenían además dos plausibles razones para actuar así. Penetrados de reconocimiento hacia el Creador, por una gracia tan especial como la del conocimiento del arte sacerdotal, querían no solamente rendirle acciones de gracias en particular, sino que querían también ligar al pueblo a reunir a los suyos, puesto que se aprovechaba de esta gracia, aunque sin saberlo, por las ventajas que se sacaba de las producciones del arte hermético. En consecuencia se presentaba a este pueblo, que prácticamente se guiaba por los sentidos, el animal más útil y el más necesario para inducir a pensar en el Creador y en recurrir a él, dándole así ocasión de reflexionar sobre sus beneficios. No podía ver a Dios. El pueblo, totalmente ocupado en las cosas terrestres, le era necesario un objeto sensible que se lo recordara sin cesar, y en particular en ciertos tiempos, es decir, los días de fiestas y de pompas instituidas para ello.
Es la idea que se debe de tener de los sacerdotes de Egipto respecto a esto, y creo que se debe de pensar con Kircher,[5] y con otros eruditos, que estos sacerdotes que fueron los maestros de estos filósofos, y a quienes la posteridad ha consagrado el nombre de sabios por excelencia, eran muy sensatos como para creer en la letra de las fábulas de Osiris, Isis, Horus, Tifón, etc., y como para rendir un culto tan extravagante a los animales u otros símbolos de la Divinidad. Los testimonios de Hermes Trismegisto mismo, de Jámblico sobre los misterios de los egipcios, lo que dice Plotino en su tercer libro de los Hipóstases, Herodoto, Diodoro de Sicilia, Plutarco, etc., es más que suficiente para fijar lo que debemos de pensar de ello. Desconfiamos de los autores griegos y latinos que no siempre estaban tan bien instruidos en los misterios de los egipcios, que los sacerdotes les ocultaron como a profanos.

[1] . Haymon, Epístolas.
[2] . Hermes, Tabla de Esmeralda.
[3] . Porfirio, lib. De abstinentia.
[4] . Abenephius, de cultu Aegypti.
[5] . Kircher. Mistag. Aegypt. Lib. 3, cap. 3.

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