sábado, mayo 19, 2007

La Edad de Oro



Para los mitólogos todo es embarazoso y con dificultad, todo se les presenta como un laberinto del que no saben salir cuando se trata de relacionar en la historia lo que los autores nos han transmitido sobre el tiempo fabuloso. No es sólo uno que atribuye la edad de oro al reino de Saturno, pero cuando es preciso determinar el lugar donde este rey reinaba y la época de este reino y las razones que han podido inducir a llamarlo el Siglo de oro prácticamente no se hace ningún comentario. Hubiera sido mejor declarar que todas estas pretendidas historias sólo son ficciones, pero se quiere encontrar en ellas la realidad, como si interesara mucho hoy día justificar la credulidad de la mayor parte de los antiguos. Y para apoyar la autoridad de muchos de ellos sólo se pone atención en aquello que finalmente se tiene por sospechoso y que prueba a los lectores que no merece ser creído. Si se tuviera como garantía a los autores contemporáneos, o que hubieran trabajado al menos sobre los monumentos constatados y cuya autenticidad fue bien comprobada, se les podría creer; pero se conviene en que todas estas historias nos vienen de los poetas que han imitado a las ficciones egipcias. Se dice que estos poetas lo han sacado casi todo de su imaginación y que los historiadores han hablado de aquellos tiempos sólo después de ellos.
Herodoto, el más antiguo que conocemos ha escrito más de 400 años después de Homero y éste mucho tiempo después de Orfeo, Lino, etc. Ninguno de estos dice haber visto lo que relata en otra parte que no sea en su imaginación. Sus mismas descripciones son absolutamente poéticas. La que Ovidio nos hace[1] del siglo de oro es más bien el retrato de un paraíso terrestre y de las gentes que lo habrían habitado, que de un tiempo posterior al diluvio y de una tierra sujeta a las estaciones.
Entonces se observa -dice él- las reglas de la buena fe y de la justicia, sin ser molesto para las leyes. El miedo no era el motivo que hacía obrar a los hombres, no se conocían aún los suplicios. En este dichoso siglo no era preciso grabar sobre bronce estas leyes amenazantes, que se usaron después como freno a la licencia. No se veían en aquel tiempo a los criminales temblar en presencia de sus jueces; la seguridad en que se vivía no era el efecto de la autoridad que da las leyes. Los árboles sacados de las selvas no tenían que ser transportados todavía a un mundo que les era desconocido; el hombre habitaba la tierra donde había nacido y no utilizaba barcos para exponerse al furor de las olas. Las ciudades sin murallas ni fosos eran un asilo seguro. Las trompetas, los cascos, las espadas eran cosas que no se conocían aún y el soldado era inútil para asegurar a los ciudadanos una vida dulce y tranquila. La tierra, sin ser desgarrada por el arado producía toda clase de frutos y sus habitantes satisfechos por los alimentos que les proporcionaba sin ser cultivados, se alimentaban de frutos salvajes, o de las bellotas que caían de las encinas. La primavera reinaba todo el año; los dulces céfiros animaban con su calor a las flores que nacían de la tierra; los meses se sucedían sin que fuera necesario labrar ni sembrar. Se veía por todas partes manar a los arroyos leche y néctar y la miel salía en abundancia del hueco de los robles y de los otros árboles.

Querría admitir con Ovidio un tiempo donde los hombres habían vivido de la manera que acabamos de relatar, pero es alimentarse de quimeras y apartarse de la razón. Pero aunque este poeta haya descrito tal como debía de ser un siglo de oro, este retrato no es del gusto del abad Banier. Las gentes que habrían vivido de esta manera, habrían sido, según él,[2] gente que llevaría una vida salvaje, sin ley y casi sin religión. Jano se presentó y los reunió, les dio leyes, la dicha de la vida se manifestó y entonces se vio nacer un siglo de oro. El temor, la sujeción que ocasionan las leyes amenazantes habían parecido a Ovidio contrarias a la dicha de la vida. Pero para el abad Banier son una fuente de felicidad. Pero en fin, ¿qué razones podían haber tenido los antiguos para atribuir al reino de Saturno la vida de un siglo de oro? Jamás un reino fue más manchado de vicios, guerras, matanzas y crímenes de toda clase que inundaron la tierra durante todo aquel tiempo. Saturno subió al trono cazando a su padre, tras haberlo mutilado. ¿Qué hizo Júpiter más que Saturno, para merecer que no se diera a su reino el nombre de edad de oro?
En verdad Júpiter trató precisamente de la misma manera a Saturno como él había tratado a su padre. Júpiter era un adúltero, un homicida, un incestuoso, etc. Pero ¿valía más Saturno? ¿No había este desposado también a su hermana Rea y o tuvo a Fílira como concubina? eso sin mencionar a las otras, ¿Se puede ver un rey más inhumano que aquel que devora a sus propios hijos? Es verdad que no devoró a Júpiter, pero lo intentó de buena fe y no se le debe de agradecer, se le presentó una piedra, él la tragó y no pudiéndola digerir la devolvió. Esta piedra, según Hesíodo, fue emplazada sobre el monte Helicón, para servir de monumento a los hombres. ¡Vaya monumento, propio para traer el recuerdo de un siglo de oro!

¿No es sorprendente que una tal paradoja no haya hecho abrir los ojos a los antiguos y que todos hayan convenido en atribuir una edad de oro al reino de Saturno? El abad Banier lo dio al de Jano, que reinó conjuntamente con Saturno. Este príncipe –dice este mitólogo–[3] suavizó la ferocidad de sus costumbres, los reunió en ciudades y en pueblos, les dio leyes y bajo su reino sus súbditos gozaron de una dicha que no habían conocido, lo que hace considerar al tiempo en que había reinado como un tiempo dichoso y un siglo de oro. Pero no hay menos dificultad en tomar las cosas desde este punto de vista pues no es posible hacer vivir a Saturno con Jano, los tiempos no concuerdan en nada.
Puesto que no es posible conciliar todo esto, es natural pensar que el inventor de esta fábula no tenía como intención explicar la historia sino que la usaba como alegoría de algo, de la que los historiadores no han sospechado su sentido. No, Saturno, Jano, Júpiter, no han reinado jamás, porque para reinar es preciso ser hombre y todos estos dioses de los que hablamos sólo existieron en el espíritu de los inventores de estas fábulas, que la mayor parte de pueblos consideraron como historias reales, porque su amor propio se encontraba extremadamente adulado por ello. Les era infinitamente glorioso el tener a los dioses como los primeros de sus ancestros, o por reyes, o en fin, como fundadores de sus ciudades. Cada pueblo se enorgullecía en la envidia y se creía superior a los otros, en proporción a la grandeza del dios y de su antigüedad. Es preciso pues, buscar otras razones que hayan hecho dar al pretendido reino de Saturno el nombre de siglo de oro.
Yo encuentro más de una razón en el arte hermético donde estos filósofos llaman reino de Saturno al tiempo que dura la negrura, porque llaman Saturno a esta misma negrura, es decir, cuando la materia hermética puesta en el vaso es vuelta como pez fundida. Esta negrura, siendo también como ellos dicen, la entrada, la puerta y la llave de la obra, representa a Jano que en consecuencia reina conjuntamente con Saturno. Se ha buscado y se buscará durante mucho tiempo aún la razón que hacía abrir la puerta del templo de Jano, cuando se trataba de declarar la guerra, y por qué se cerraba en la paz. Un filósofo hermético la encuentra de una manera más simplemente que todos estos mitólogos. Hela aquí. La negrura es una especie de disolución; la disolución es la llave y la puerta de la obra.
Esta sólo puede hacerse mediante la guerra que se levanta entre el fijo y el volátil y por los combates que se dan entre ellos. Al ser Jano esta puerta, era del todo natural que se abriera la del templo que le estaba consagrado para anunciar una declarada guerra. Mientras la guerra duraba permanecía abierta y se cerraba en la paz, porque esta guerra del fijo y del volátil dura hasta que la materia se haya vuelto absolutamente fija. Entonces se hace la paz. Es por lo que la Turba dice, fac pacem inter humicos & opus completum est. Así mismo los filósofos han dicho figuradamente, abrir, desliar, para decir disolver, y cerrar, ligar, para decir fijar. Macrobio dice que los antiguos tomaban a Jano por el Sol. Aquellos que entendían mal esta denominación la atribuían al Sol celeste que regula las estaciones, en lugar de entenderlo del Sol filosófico y es una de las razones que ha hecho llamar a su reinado siglo de oro.


Sin embargo la negrura de la que hemos hablado, o el reinado de Saturno, el alma del oro, según los filósofos, se une con el mercurio y en consecuencia llaman a este Saturno la tumba del rey, o del Sol. Entonces es cuando empieza el reinado de los dioses, porque Saturno está considerado como el padre, por lo tanto es la edad de oro, puesto que esta materia vuelta negra contiene en ella el principio aurífico y el oro de los sabios. El artista se encuentra además en el caso de los súbditos de Jano y de Saturno, desde que la negrura ha aparecido, está libre de obstáculos y de inquietudes. Hasta entonces había trabajado sin descanso y siempre incierto del éxito. Puede ser que haya errado en los bosques, las selvas y sobre las montañas, es decir, trabajado sobre diferentes materias poco propias a este arte, así mismo puede ser que haya errado cerca de doscientas veces trabajando, como Pontano,[4] sobre la verdadera materia. Entonces empieza a sentir una alegría, una satisfacción y una verdadera tranquilidad, porque ve sus esperanzas fundadas sobre una base sólida. ¿No sería esto, pues, una edad verdaderamente de oro, en el sentido mismo de Ovidio, donde el hombre viviría contento y tendría el corazón y el espíritu llenos de satisfacción?

[1] . Ovidio, Metamorfosis, lib. 1, Fáb. 3.
[2] . Banier, Mitología, t. 2, p. 110.
[3] . Banier, op. cit.
[4] . Pontano, Epístola del Fuego.

1 comentario:

Legabal dijo...

Hay un templo a Jano en lo que ahora es la iglesia de San Nicola in Carceri, en Roma, junto al teatro de Marcelo y enfrente, casi, de la isla Tiberina.

Saludos.