jueves, mayo 10, 2007

El Robo de las Manzanas de Oro del Jardín de las Hespérides (2)



Temis había predicho a Atlas que un hijo de Júpiter robaría un día estas manzanas,[1] esta empresa fue intentada por muchos, pero el éxito estaba reservado a Hércules. Como no sabía dónde estaba situado este jardín, tomó la resolución de ir a consultar a las cuatro ninfas de Júpiter y de Temis, que moraban en un antro. Ellas lo dirigieron hacia Nereo, éste lo envió a Prometeo que, según algunos autores, le dijo a Atlas, al enviarlo a buscar estos frutos, que sostuviera el cielo sobre sus espaldas hasta su retorno, pero según otros, Hércules, habiendo tomado consejo de Prometeo, fue derecho al jardín, mató al dragón, se llevó las manzanas y las llevó a Euristeo, siguiendo la orden que había recibido. Se trata, pues, de descubrir el núcleo oculto bajo esta envoltura, de no tomar los términos según la letra y de no confundir estas manzanas del jardín de las Hespérides con aquellas de las que habla Virgilio en sus Églogas: Aurea mala decem misi, cras altera mittam. Las manzanas de las que aquí se trata crecen en los árboles que Juno aportó como dote cuando se casó con Júpiter. Son los frutos de oro que producen simientes de oro y árboles cuyas hojas y ramas son de este mismo metal; las mismas ramas de las que Virgilio hace mención en el sexto libro de su Eneida en estos términos: Bajo la opaca copa de un árbol se oculta un ramo, cuyas hojas y flexible tallo son de oro, el cual está consagrado a la Juno infernal […] no es dado penetrar en las entrañas de la tierra sino al que haya desgajado del árbol la áurea rama.
El monte Atlas, célebre en aquel tiempo, como lo es todavía, produce muchas especies de minerales y abunda en esta materia, de la cual se forma el oro. No es pues, sorprendente que se haya emplazado allí el jardín de las Hespérides. La misma razón ha hecho decir que Mercurio era hijo de Maya, una de las hijas de Atlas, pues el mercurio de los filósofos se compone de esta materia primitiva del oro. Y fue por esto llamada Atlántida. La cima del monte Atlas está casi siempre cubierta de nubes, de manera que no pudiendo ser percibida, parece que su cima se eleva hasta el Cielo.
¿Es preciso figurar que llevaba el cielo sobre sus espaldas para personificar esta cima? Añadid a esto que Egipto y África gozaban de un cielo sereno y que no hay un lugar en el mundo más propicio para la observación de los astros, particularmente el monte Atlas, a causa de su gran elevación. No es necesario, pues, hacer de él un astrónomo, inventor de la esfera; aún se le figura con menos verosimilitud que fue el rey de Mauritania metamorfoseado en esta montaña cuando miró la cabeza de Medusa que Perseo le presentó. Daré la razón a esta ficción cuando hable de Perseo.
Muchos otros autores han confundido las Pléyades con las Hespérides y las han considerado a todas como hijas de Atlas pero las primeras en número de siete, cuyos nombres eran Maya, madre de Mercurio, Electra, madre de Dárdano, Taigete, Astépore, Mérope, Alciones y Celeno, son propiamente hijas de Atlas, y las Hespérides hijas de Haspero. Encuentro en esta genealogía una nueva prueba que muestra claramente que esta pretendida historia de las Hespérides es una ficción.
Todos los mitólogos convienen en que Electra fue madre de Dárdano, fundador de Dardania y primer rey de los troyanos. Átlas fue, pues, abuelo de Dárdano. Lo que se acordaría con el cálculo de Teófilo de Antioquía[2] según Talo, que dice positivamente que Cronos o Saturno, hermano de Atlas, vivió 321 años antes de la toma de Troya. Si no se quiere aceptar que esta Electra fue la misma que la Electra, hija de Atlas, puesto que se dice que la madre de Dárdano es una ninfa, hija de Océano y de Tetis, se convendrá al menos que la hija de Atlas era nieta de Saturno.[3]

El monte Atlas comprende casi todas las montañas que reinan a lo largo de la costa occidental de África, como se llama en general al monte Taurus, los Alpes, el monte de Oro, los Pirineos, etc, una caden
a de montañas y no una sola montaña, los pequeños montes que se encuentran adyacentes a los montes Atlas y Hespero, parecen nacer de éstos, lo que puede haber dado lugar a considerarlos como sus hijos, es por lo que se les llama Atlántidos. Los tres nombres de las Hespérides les han sido dados porque significan las tres principales cosas que afectan a la materia de la obra antes que sea propiamente el oro filosófico. Héspera es hija de Hespero, o del fin del día, en consecuencia la noche o la negrura. Hespertusa, ha tomado este nombre de la materia que se volatiliza durante y después de esta negrura, de εσπιρος, final del día, y de δυω, ímpetu, furor. Eglé significa la blancura que sucede a la negrura, de αγλη, esplendor, fulgor, porque la materia siendo llevada al blanco es brillante y tiene mucho resplandor. Se ve por ello el por qué Hesíodo dice que la noche fue madre de las Hespérides.
Apolonio de Rodas ha considerado en los nombres que da a las Hespérides, los tres colores principales de la obra, el negro bajo el nombre de Héspera, el blanco bajo el de Eglé y el rojo bajo el de Eriteis, que viene de ιρευθως rubor. Así mismo parece haberlo querido indicar más particularmente mediante las metamorfosis que relata de estas. Eran ninfas y se cambiaron en tierra y en polvo a la llegada de los argonautas. Hermes[4] dice que la fuerza o poder de la materia de la obra es completo si es convertida en tierra. Todos los filósofos herméticos aseguran que no se logrará jamás si no se cambia el agua en tierra. Apolonio hace mención de una segunda metamorfosis. De esta tierra pulularon, dice, tres plantas y cada una de las Hespérides se encuentra insensiblemente cambiada en un árbol que convenía a su naturaleza. Estos árboles crecían más gustosamente en los lugares húmedos, el álamo, el sauce y el olmo.
El primero o álamo negro es aquel del que Héspera toma la figura, porque indica el color negro. El autor de la fábula del descenso de Hércules a los infiernos ha fingido también que este héroe encontró allí un álamo cuyas hojas eran negras de un lado y blancas del otro, a fin de dar a entender que el color blanco sucede al negro; Apolonio ha designado esta blancura mediante Eglé cambiada en sauce, porque las hojas de este árbol son lanuginosas y blanquecinas.
Eriteis o el color rojo de la piedra de los filósofos casi no podía ser mejor indicada que por el olmo, cuya madera es amarilla cuando es verde y toma insensiblemente un color rojizo a medida que se seca. Esto es lo que llega en las operaciones de la obra, donde el citrino sucede al blanco y el rojo al citrino, según el testimonio de Hermes. Los que han puesto a Vesta como una de las Hespérides tienen en consideración la propiedad ígnea del agua mercurial de los filósofos, que les ha hecho decir, nos lavamos con el fuego y nos abrasamos con el agua. Nuestro fuego húmedo, dice Ripley,[5] o el fuego permanente de nuestra agua, quema con más actividad y fuerza que el fuego ordinario, puesto que disuelve y calcina el oro, lo que el fuego común no sabría hacer.
Las Pléyades, hijas de Atlas anuncian el tiempo lluvioso en el curso ordinario de las estaciones y las Pléyades filosóficas son, en efecto, los vapores que se elevan de la materia, se condensan en lo alto del vaso y recaen en lluvia que los filósofos llaman rocío de Mayo o de la Primavera, porque se manifiesta tras la putrefacción y la disolución de la materia, a las que llaman su Invierno. Una de estas Pléyades, Electra, mujer de Dárdano, se ocultó en el tiempo de la toma de Troya y no apareció más, dice la fábula; no es que una de estas Pléyades celestes haya desaparecido un poco antes del asedio de Troya, que no tuvo lugar jamás, pero puesto que una parte de esta lluvia o rocío filosófico se vuelve tierra, desaparece como para no mostrarse más bajo una forma conocida. Esta tierra es el origen de la ciudad de Troya. Cuando estaba aún bajo la forma de agua era madre de Dárdano, fundador del imperio Troyano. El mismo tiempo en el que el agua se transforma en tierra es el tiempo del asedio; explicaremos todo esto a lo largo del sexto libro. Pero se observará que esta tierra es designada con el nombre de Electra puesto que los filósofos la llaman su Sol, cuando es vuelta fija y como se hace venir de Ηλικταρ Sol, muchos autores herméticos, entre otros Alberto el Grande y Paracelso, dan el nombre de Electra a la materia del arte.

[1] . Se acordaba del viejo oráculo que Temis dictó en el Parnaso y que decía: Atlas, vendrá un día en que tu árbol será desnudado de su oro por un hijo de Jove. Ovidio, Metamorfosis, lib. 4.
[2] . Teófilo de Antioquia, lib. 3, adv. Ant.
[3] . Diodoro de Sicilia.
[4] . Hermes, Tabla de Esmeralda.
[5] . Ripley, Las Doce Puertas.

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