Este
artículo de Raimon Arola publicado en www.arsgravis.com
forma parte del discurso de presentación que este autor hizo en la UB a
propósito de la reedición del libro de Louis Cattiaux “Física y metafísica de
la pintura”. En esta parte Arola se refiere a la principal obra de Cattiaux “El
Mensaje Reencontrado”, al que este autor le había destinado unas imágenes que
finalmente no aparecieron pero que sí están incluidas en el “Física y
metafísica de la Pintura”. Recomiendo encarecidamente al lector interesado en
el Arte y la Tradición la frecuentación de esa página que abunda en datos,
textos e imágenes en referencia al tema mencionado.
11/04/2012
ARTE: Arte y conocimiento espiritual
Raimon Arola
ARTE: Arte y conocimiento espiritual
Raimon Arola
A
propósito de las imágenes de Louis Cattiaux y de su libro "Física y
metafísica de la pintura".
Para
más información ver el facebook de ArsGravis del 10/04/2012
al 30/04/2012
La
redacción de El Mensaje Reencontrado fue muy larga, pues el autor
«tardó –comenta Charles d’Hooghvorst– los catorce últimos años de su vida en
escribirlo, o, mejor dicho, [es] la obra de toda su vida». En ciertas fases de
la gestación de esta obra, Cattiaux, que era pintor, concibió imágenes que
acompañaban al texto. Al final, estas imágenes como tales no se integraron en
libro –salvo una, como veremos más adelante– sin embargo son un excelente medio
para comprender algunos aspectos importantes de El Mensaje Reencontrado.
Cattiaux
concibió estas imágenes como los antiguos jeroglíficos o como emblemas
alquímicos cuya lectura comporta una gran superposición de sentidos y es un
acceso al conocimiento, motivo por el cual hemos planteado el arte en relación
al conocimiento; respecto a ello Jean d’Espagnet escribió lo siguiente en el
siglo XVII: «Los filósofos se expresan más libremente y más significativamente
por medio de figuras y caracteres enigmáticos, como por un discurso mudo, que
por medio de palabras» [Enchiridion Physicae Restitutae]. La única imagen
que, a modo de jeroglífico, Cattiaux incluyó en la última versión de El
Mensaje Reencontrado es la siguiente:
Del
interior de un corazón aparece, como una flor que surge de la tierra, el
símbolo de Mercurio. El sentido de este jeroglífico implica multitud de
significados pues, entre otros, se relaciona con la Monas
Hieroglyphica de John Dee, que pretendía ser el jeroglífico único y
universal, síntesis de todo conocimiento. La búsqueda de significados nos
conduce a una serie de réplicas de otro dibujo que realizó Cattiaux con
anterioridad. Estas son algunas de ellas:
Aunque
no disponemos de datos documentales, pues Cattiaux no fechaba sus pinturas,
creemos que la versión que podría considerarse definitiva es la que se
titula: El fruto de la tierra. La anterior versión se titula El
verdadero misterio de la Pasión, lo cual confirma, como veremos, el
sentido del fruto de la tierra.
¿Qué
significado explica o esconde Cattiaux al poner por título El fruto de la
tierra a una escena de la crucifixión?, ya que cuanto menos parece una
relación extraña. Creemos, no obstante, que de lo que no existe duda es que en
el conmovedor vacío central, que representa la forma del Crucificado, está la
explicación.
Así
pues, el fruto de la tierra sería un cuerpo que no es un cuerpo, como si de una
materia sublimada se tratara. La materialidad opaca no existe en la figura del
Crucificado, solamente un lugar, su lugar. La imagen enseña que el fruto de la
tierra es el paso hacia otra realidad o “el mundo por venir”.
El
Crucificado está y no está. Se descubre su presencia en los
símbolos que lo envuelve, pero Él –LVI, la palabra francesa que utilizaba
Cattiaux– es un cuerpo sutil. En Paracelso se encuentra el siguiente comentario
al respecto: «El hombre debe ser carne y sangre para la eternidad. Por este motivo,
la carne es doble: la adánica que no sirve para nada, y el Espíritu del Santo
que hace la carne viva: efectivamente, éste se encarna de arriba y dicha
encarnación es la causa de su retorno al cielo a través
nuestro» [Philosophia Sagax]
Es
difícil para la razón aprehender este cuerpo, sin embargo Cattiaux sugiere al
Resucitado en su misma Pasión, cuando está fijado en la madera del mundo (hyle)
por los dos clavos que atraviesan sus manos y de las que brota la sangre
redentora, como se observa en la imagen central. Esta sangre finalmente cae
sobre la calavera de Adán.
En
las distintas réplicas se puede ver cómo en la parte inferior de la imagen se
describe de distintas maneras el mundo caído: la calavera de Adán, el rey y la
reina ficticios, el globo del mundo con tres raíces o el trío vil –anagrama del
vitriol alquímico–, etcétera, mientras que en la parte superior, la forma vacía
del hombre se une con el Sol y la Luna para manifestar el Mercurio. Sin lugar a
dudas el Mercurio de los filósofos, no el Mercurio vulgar.
El cuerpo
carnal ha desaparecido y se ha convertido en la transparencia del cristal –en
el cuerpo espiritual del que habla san Pablo– que permite contemplar el Sol
dorado que aparece en la imagen. ¡Cuánto ingenio! Globo sin mancha es el
título del capítulo de El Mensaje Reencontrado al que corresponde el
dibujo. ¿Cómo explicar mejor el cuerpo translucido, el Mercurio de los
filósofos? Las imágenes del arte pueden ser vehículos de conocimiento cuando
logran apartarse de las preocupaciones estéticas y explican la experiencia de
los conocedores de este cuerpo espiritual.
Ahora
bien, ¿qué es el Mercurio de los filósofos?, y ¿cómo se diferencia del vulgar?
Según explica Emmanuel d’Hooghvorst –y ya lo hemos comentado en otro lugar más
extensamente [Alquimia y religión]– podríamos resumir la respuesta a estas
preguntas de la manera siguiente: el primer Mercurio es puramente natural,
es un agua muy volátil, como el rocío. El segundo Mercurio se obtiene
únicamente por medio del Arte, el arte de la alquimia, es un compuesto y no es
muy volátil. A menudo los autores no precisan con exactitud de qué Mercurio
están tratando en sus escritos. Pero, como acabamos de decir, existen dos
Mercurios, el primero es volátil y natural y el segundo está producido por la
industria del hombre y es fijo.
La
complejidad de los jeroglíficos alquímicos reside en la superposición de
sentidos en una misma imagen, pero también en ello radica su gran valor pues se
contempla la unidad, al margen del discurso reflexivo que debe fragmentar para
explicar. Este es precisamente el caso de la imagen de Cattiaux, pues en ella
se reúnen la muerte y la resurrección de Jesucristo, el sacrificio y la
creación, el solve et coagula, en un mismo lugar.
En
las famosas Biblia pauperum de finales de la Edad Media se comparan
escenas del Nuevo Testamento con las del Antiguo Testamento y, aunque se las
conoce como las Biblias de los pobres, pues estaban dedicadas a los iletrados
que necesitaban de las imágenes para comprender el texto revelado, la verdad es
que contienen una exégesis muy profunda. La página que reproducimos a
continuación representa la escena de la Crucifixión del Nuevo Testamento, que
está acompañada a su izquierda por el sacrificio de Isaac y a su derecha por la
de la Serpiente de bronce:
En
principio, parece sencillo comprender el vínculo entre la Pasión y el
sacrificio de Isaac, pero no tanto la relación de ésta con la Serpiente de
bronce, pues se trata de un pasaje extraño y difícil por sí mismo. El pasaje de
san Juan que utiliza el autor anónimo para establecer la correspondencia,
tampoco parece añadir mucha luz: «Y Moisés levantó la serpiente en el desierto;
asimismo era necesario que el Hijo del hombre fuera elevado» (III, 14).
Emmanuel
d’Hooghvorst estudió este pasaje a partir de los comentarios rabínicos. Así, a
partir de la cita del Génesis en la cual Dios maldice a la serpiente: «Te
arrastrarás sobre el vientre» (III, 14), d’Hooghvorst se
pregunta: «¿No se enderezará nunca, este torcido? Es el secreto del Arte.
Efectivamente, está escrito: “Y Moisés levantó la serpiente en el
desierto; asimismo era necesario que el Hijo del hombre fuera elevado”».
Es una alusión a la serpiente de bronce. Leemos pues [en el Midrach
Rabah]: “Mientras el pueblo murmuraba en el desierto en contra de Dios y
de Moisés, el Señor les envió serpientes de fuego que les mordieron y todo
aquél que era mordido, moría. Entonces el pueblo fue a ver a Moisés y le
dijeron: Ruega por nosotros, pues hemos pecado, para que el Señor aparte de
nosotros la serpiente. Entonces IHVH dijo a Moisés: Hazte una serpiente de
fuego y colócala en una percha; y cualquiera que haya sido mordido y la mire,
vivirá. Entonces Moisés se hizo una serpiente en peso de bronce que suena. La
colocó en una percha y todos los que habían sido mordidos sanaban al
mirarla» [Números XXI, 6-9]
«En
el Midrach Rabah –continua d’Hooghvorst–, este fragmento se
interpreta de la siguiente forma: “Y Moisés hizo una serpiente de bronce, la
puso en una percha, la arrojó al aire y quedó enderezada (de pie)”. Esta
serpiente arrojada al aire y que permanece en él, parece ser, a nuestro
entender, una alusión al sonido del bronce» [El Hilo de Penélope I, p.
296]
Las
palabras de d’Hooghvorst parecen incomprensibles si no se conocen otros textos
suyos, pues, según este autor, el «sonido de bronce» alude a la Obra alquímica
que es una realización metálica; tal y como lo comenta en otro lugar: «El
triple sanctus [de la misa tradicional católica] estaba
puntuado con tres golpes de campanilla agitada por el monaguillo, para recordar
el sonido metálico corporal de la manifestación del Verbo divino, y en el
campanario, la campana de bronce empezaba también a sonar. Asimismo, en el
momento de la consagración del pan y del vino, cuando el sacerdote elevaba
la forma, y luego el cáliz, la campanilla del monaguillo sonaba al igual
que la campana de la iglesia» [El Hilo de Penélope I, p. 134]
Así
pues, y gracias al comentario de d’Hooghvorst, entendemos que en la imagen de
la Biblia de los pobres se está expresando el mismo misterio que aparece
representado en las obras pictóricas de Cattiaux.
En
el libro la Física y metafísica de la pintura, Louis Cattiaux
escribió lo siguiente acerca de la obra de arte: «El destino de la obra de arte
es permitir que la humanidad media entre en relación con la esencia oculta de
los seres y de las cosas» [p. 51]. Una idea que en El Mensaje
Reencontrado aparece expresada como sigue: «El arte consiste en hacer
aparecer lo sobrenatural oculto en lo natural» [§ IX, 53]
La
función del arte según Cattiaux es, pues, encontrar y desvelar los signos
divinos ocultos en el mundo, una vieja idea relacionada casi siempre con la
magia y las ciencias ocultas pero poco con la creación artística, quizá por eso
Cattiaux escribió: «El arte es magia o no es».
Encontrar
«los signos inscritos en la carne del mundo» es, sin duda, un conocimiento
podríamos denominar espiritual, si éste conocimiento pudiera separarse del
conocimiento en sí mismo. La pintura en particular y el arte en general fueron
para Cattiaux una manera con la que el hombre del siglo XX pudo aprehender lo
oculto, o dicho de otro modo, el medio para expresar la experiencia del cuerpo
espiritual. Así, Cattiaux escribió en El Mensaje Reencontrado: «Las
artes de los hombres bien pueden distraernos y consolarnos aquí abajo. Sólo el
ARTE de Dios puede liberarnos de la infamia putrefacta del pecado de
muerte» [§ XXXIII, 48]
El
ARTE de Dios no puede separarse de las enseñanzas de la Pasión, Muerte y
Resurrección de Jesucristo: la contemplación de las imágenes herméticas de Cattiaux
son un medio privilegiado para atravesar lo que de otro modo la razón
comprendería parcial y cronológicamente.
«El
Absoluto es incognoscible en su totalidad, pero es posible acercarse a sus
partes, que son como imágenes del todo» [El Mensaje Reencontrado XIV,
23]
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