miércoles, agosto 29, 2007

(artículo del traductor) El Doble Nacimiento del Baco Filosófico


Veamos ahora un fragmento de otra obra de este mismo autor, Raimon Arola, (1) donde cita a Pernety hablando del doble nacimiento de Baco, o hijo filosófico, en el proceso alquímico, y comparándolo a la creación inspirada del artista, paralela por analogía a la regeneración del hombre. El fragmento viene hilado del elogio que Calístrato hace de la obra escultórica de Escopas,(2) concretamente de la estatua de una bacante poseída por el ardiente vino dionisíaco. Los grandes artistas –dice– «reciben los divinos alientos a la hora de crear sus obras, dictadas por el entusiasmo», siendo capaces de transmitir la profundidad del ser a sus obras. El “entusiasmo” del que habla Calístrato (pues decía: también las manos de los escultores reciben los divinos alientos a la hora de crear sus obras, dictadas por el entusiasmo.) significa etimológicamente “estar poseído por una divinidad”, lo que en castellano sonaría como “endiosamiento”. Las obras de Escopas están embebidas de Dios, no nacen del saber humano, sino que son hijas del cielo. He aquí una de las enseñanzas básicas de las estatuas vivas, que, sin duda, podemos aplicar al misterio del hombre. El hombre al nacer inspira la influencia de los astros que recibe por medio del aire. Así, cuando los pulmones del hombre se abren por primera vez para respirar, el individuo queda marcado por el destino de los astros, es el nacimiento del hombre al mundo. Ahora bien, por medio del entusiasmo, la inspiración viene de un lugar superior, es decir, de los dioses. De esta manera el hombre nace una segunda vez, su espíritu ya no está marcado por el destino de los astros, sino por la providencia de la divinidad, por el mundo de las Ideas. La supuesta vida de las estatuas es un ejemplo, y una enseñanza, de este segundo nacimiento del hombre. El soplo divino penetra y anima las estatuas, tal como dice Calístrato refiriéndose a la obra de Escopas: «sabía abandonarse al delirio báquico y acompañar en su danza al dios que, desde dentro, la animaba». Platón en Fedro explicó los presupuestos filosóficos del entusiasmo y, por lo tanto, del segundo nacimiento del hombre. Para Platón el alma, antes de caer en el cuerpo, existía en las regiones celestes, donde por la simple contemplación de la verdad del mundo de las Ideas se nutría y gozaba. Allí el alma, bañada en la luz verdadera, contemplaba sin cesar el bien, la justicia, la sabiduría y la belleza más armónica de las Ideas. Pero cuando las almas bajan hacia los cuerpos por el deseo de las oscuras realidades terrenas, entonces dejan de beber la ambrosía de la luz celeste y la sustituyen por las negras aguas del río Leteo, el río del olvido; ya que en el momento en que las almas bajan a este mundo olvidan las realidades divinas y las Ideas. Por medio de la filosofía, el hombre encuentra las «alas» que le permitirán ascender de nuevo hacia la realidad primera. (Estas son las alas que construye Dédalo para escapar del Laberinto de este mundo). El hombre amante de la sabiduría es transportado hacia los dioses. A esta elevación Platón la denomina furor divino. La ascensión del alma hacia su fuente no pede darse si no recibe el impulso de un segundo nacimiento, como una estatua nunca poseerá vida sin la recepción de un soplo vivificador; o dicho de otro modo, el hombre sin poseer el verdadero entusiasmo es como una estatua muerta. El mito de Baco es propiamente un ejemplo de estos dos nacimientos. La fábula cuenta que Baco fue hijo de Júpiter y de la princesa Sémele, hija de Cadmo. Juno, esposa de Júpiter, llevada por los celos, aconsejó a Sémele que durante su preñez exigiera a su amante que, como prueba de su amor, viniese a visitarla en todo su esplendor. Júpiter al principio se resistió, pero finalmente accedió a la demanda de Sémele. Naturalmente, con la visita de Júpiter el palacio quedó abrasado y la propia Sémele, víctima de su indiscreción, pereció en medio de las llamas; Júpiter hizo sacar el hijo que ella tenía en el vientre y lo introdujo en su muslo, o en su costado, hasta que pasaran los meses que faltaban para su nacimiento. Por esta razón se considera que Baco tiene dos madres, y se le llamó el dios nacido dos veces. (Véase esta figura que Arola inserta en su obra y que es una: copia de Marcantonio Raimondi de autor anónimo, en la que se representa a Baco joven y a Baco viejo; el árbol situado detrás del viejo está seco, sin frutos, mientras que la vid al lado del joven produce abundante vino. Siglo XVI.) No es difícil advertir en este peculiar nacimiento de Baco una clara referencia al proceso alquímico; D. Pernety lo explica de la manera siguiente: «Baco tuvo dos madres, Sémele y Júpiter, y según R. Llull el hijo filosófico tiene dos padres y dos madres: ha sido –dice Llull– sacado del fuego con muchos cuidados, y no podría morir. Júpiter llevaba este fuego al visitar a Sémele, el fuego de los filósofos, del cual dice Ripley que, encendido en el vaso filosófico, arde con más fuerza y actividad que el fuego común. Es un fuego que extrae el embrión de los sabios del vientre de su madre, y lo transporta al muslo de Júpiter hasta que madure».(4)

(1). Raimon Arola, Las Estatuas Vivas, ed. Obelisco, Barcelona, 1995, p. 101. (2). Calístrato «Descripciones», en Imágenes, Madrid, 1993, p. 186. (3). D. Pernety, Les Fables égyptiennes et grecques dévoilées et réduites au méme principe, París, 1786, vol. II, p. 191. (Véase en este blog el mito citado a través de las palabras Baco, Dioniso o Semele).

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