domingo, julio 20, 2014

Húmedo radical, según Pernety más artículo de Carlos del Tilo sobre el mismo tema

Pernety en sus FÁBULAS EGIPCIAS Y GRIEGAS (París, 1786, v. I, pp. 117 y ss.) en el apartado dedicado al HÚMEDO RADICAL dice:
La vida y la conservación de los individuos dependen de la estrecha unión de la forma con la materia. El nudo o ligadura que forma esta unión consiste en la del fuego innato con el húmedo radical. Este húmedo es la porción más pura y digerida de la materia y es como un aceite extremadamente rectificado por los alambiques de la naturaleza. Las simientes contienen mucho de este húmedo radical, en el cual, se alimenta una chispa del fuego celeste, y cuando es ayudado constantemente, puesto en una conveniente matriz, opera todo lo que es necesario para la generación. En este húmedo radical se encuentra algo de inmortal; la muerte del mixto no hace que se evapore y desaparezca. Éste resiste incluso al fuego más violento, puesto que aún se le encuentra en la ceniza de los cadáveres quemados.
Cada mixto contiene dos húmedos, aquel al que acabamos de referirnos y un húmedo elemental, en parte acuosos y en parte aéreo. Éste cede a la violencia del fuego, pues se eleva en humo, en vapores y cuando está completamente evaporado no queda del cuerpo más que cenizas o partes separadas unas de otras. No es así respecto al húmedo radical, puesto que constituyendo la base de los mixtos afronta la tiranía del fuego, sufre este martirio con un insuperable coraje y permanece unido firmemente a las cenizas del mixto, lo que indica manifiestamente su gran pureza. […]

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Ahora, tras esta extraordinaria exposición por parte de Pernety, la cual recomiendo su lectura íntegra, trasladaré un magnífico artículo del añorado Carlos del Tilo, que en gloria esté, en el que también se refiere a este húmedo radical y donde también cita este mismo apartado de Pernety.
El artículo en cuestión figura en su libro “EL LIBRO DE ADÁN” (ed. Arola Editors, Tarragona 2002, p. 77) y su título es: Un sabio refrán: “Quien te da hueso no te quiere ver muerto”, éste es el texto:

Si el perro guarda con tanto celo el hueso que le ha sido arrojado, es porque sabe que la médula alimenticia[1] está en su interior, aunque la dureza del hueso  le impide, sin embargo, alcanzarla. Por esta razón, cuando una cosa es muy difícil de resolver se dice, familiarmente, que es un hueso.
Observemos que la lengua castellana emplea la misma palabra para designar el hueso del animal y el hueso del fruto, lo que no ocurre en otras lenguas. Tal cosa tiene, ciertamente, un profundo  significado, ya que el hueso tanto en el reino animal como en el vegetal está constituido por una corteza muy dura que protege la sustancia que contiene. Esta sustancia es la porción más fija y más pura del poder vegetativo, es decir, de su simiente. Lo mismo ocurre, pues, con el esqueleto del hombre y, en particular, con su columna vertebral, que es como su centro vital.
En el Midrach Rabah encontramos un curioso comentario a propósito del versículo bíblico en el que el Señor proclama su decisión de destruir la humanidad con el diluvio:
“Y el Señor dijo: Borraré de la faz de la tierra al hombre que he creado”(Génesis, VI, 7): Rabí Leví en nombre de rabí Iojanán dijo: Incluso la piedra inferior de los molinos[2] fue disuelta en los días del diluvio. Rabí Iejudah, hijo de Simón, dijo en nombre de rabí Iojanán: Incluso el polvo  del primer hombre ha sido destruido. Es lo que rabí Iejudah explicaba en Seforis, pero en la comunidad de aquella ciudad no quisieron admiir lo que él decía al respecto.
Rabí Iojanán en nombre de rabí Simeón hijo de Iejotsedeq dijo: Incluso el hueso de la columna vertebral, del que el Santo-bendito-sea hace germinar al hombre para el mundo porvenir, ha sido destruido.
El emperador Adriano -¡que sus huesos sean triturados!- hizo la siguiente pregunta a rabí Iejochuah ben Jananiah: ¿De dónde hará germinar el Santo-bendito-sea el hombre para el mundo porvenir? Y Él le respondió: Del hueso de la columna vertebral.[3] ¿De dónde lo sabes?-le preguntó Adriano- Él respondió: Ponlo en mis manos y te lo haré ver.
Rabí Iejochuah lo puso a moler en un molino y no fue molido. Lo arrojó al fuego y no fue quemado; lo puso en el agua y no fue disuelto. Finalmente, cuando lo puso en el yunque y lo golpearon con un mazo, el yunque se hendió, el mazo se partió, y este hueso no sufrió daño alguno.[4]

Existe otro pasaje que dice lo siguiente:

Luz no fue destruida durante la invasión de Senaquerib ni arrasada durante la de Nabucodonosor. Es en luz donde el ángel de la muerte no extiende sus dominios.[5]

Se trata de cierta alusión muy clara a cierta sustancia radical que puede germinar y crecer a la manera del germen del hueso de un fruto o de una cepa vegetal.
En sus fábulas egipcias y griegas desveladas, Dom Pernety nos habla también de este hueso según la doctrina de los filósofos herméticos:
Las simientes de las cosas contienen gran cantidad de este húmedo radical, en el que se alimenta una chispa de fuego celeste, […] Esta raíz de los mixtos que sobrevive a su destrucción es […] la porción más pura e indestructible sellada con la marca de la luz cuya forma ha recibido […]. Parece que la luz todavía no ha operado más que sobre este [fundamento] y que ha dejado el resto en las tinieblas. Además todavía conserva una chispa que sólo necesita ser excitada.[6]

El sentido del Midrach que acabamos  de citar tiende a hacernos comprender que este fundamento es indestructible. Es el principio de la resurrección de los cuerpos; a partir de aquí crece y se desarrolla el árbol de la vida.
Los antiguos egipcios celebraban la fiesta de Set en honor de la resurrección de Osiris. La ceremonia consistía en enderezar un pilar o un tronco de árbol despojado de sus ramas, llamado djed, que representaba la columna vertebral de este dios.[7]
Se trata del misterio de la resurrección, o el misterio del hombre enderezado, vuelto recto.
Esto nos recuerda la experiencia que vivió Jacob, precisamente en el lugar llamado Luz, en el transcurso de la cual vio en sueños una escalera eregida entre el cielo y la tierra, de la cual subían y bajaban los setenta ángeles de Dios, y el Señor estaba en su cima.
Es curioso constatar que la palabra Jacob viene de la raíz hebrea aqov, que significa ‘encorvado’, ‘torcido’, mientras que una de las raíces de la palabra Israel significa ‘derecho’. Israel es el nombrde que recibió Jacob poco después de esta experiencia.
Levantóse Jacob de mañana, y tomando la piedra que había tenido de cabecera, la alzó [como una columna] y vertió aceite sobre ella. Llamó a este lugar: Bet El, ‘casa de Dios’, aunque la ciudad se llamó primero Luz. (Génesis, XXVIII, 18)
He aquí, pues, la piedra erigida, cual un árbol o un obelisco, sobre la que se derrama el aceite de la bendición. La cepa ha germinado y ya no se llama Luz, sino ‘casa de Dios’. Por lo que Louis Cattiaux escribe: “No ignores tu fundamento y no lo desprecies cuando lo hayas reconocido”.[8] Y un antiguo cabalista también decía: “El Señor es el fundamento del secreto y el secreto del fundamento”. Así, entendemos por qué el proverbio dice: “Quien te da hueso no te quiere ver muerto”, pues este germen perfectamente fijo que fue dado al hombre al comienzo, es la simiente de la resurrección y esta simiente se halla en el hueso. Sólo le falta el medio que ha de permitirle germinar santamente.
Como el lector habrá comprendido, no se trata aquí de la generación que conocemos, que no es más que una imagen deformada de la generación del justo. Se trata de la generación del justo u hombre perfecto, de la cual se habla en el capítulo segundo del Génesis. Igualmente, la mujer que recibe Adán, en hebreo ichah, no es la compañera del exilio del hombre en este mundo, sino más bien aquella que permite al hombre esencial germinar y fructificar en el mundo paradisíaco o mesiánico que la tradición llama el mundo por venir.
Por esta razón, cuando el Señor le presentó a la mujer, ichah, Adán dijo: “Ésta esta vez, es hueso de mis huesos” (Génesis, II, 23). La palabra etsem significa en hebreo ‘hueso’, ‘sustancia’, ‘riqueza’, y su raíz verbal significa ‘ser fuerte’, ‘fortificarse’, ‘adquirir’. La palabra ets, de la que procede, significa ‘árbol’, ‘madera’, y su raíz primitiva es ots, ‘duro’, ‘fuerte’. De aquí, el latín os y el español hueso. Observemos la relación etimológica entre el hueso y la madera.
Es como si Adán hubiera dicho: “Ésta, esta vez, es la sustancia de mis huesos”. Dicha sustancia regeneradora es llamada “frescor de los huesos” en El Mensaje Reencontrado (letanía 4). Por lo que está dicho: “Confía en el Señor de todo corazón y no te apoyes en tu propia inteligencia […] que será salud paraa tu cuerpo y frescor para tus huesos” (Proverbios, III, 5-8), y más adelante, “un árbol de vida para aquellos que la captan”. (III, 18)
E Isaías, haciéndose eco del libro de los Proverbios, dice: “Cuando esto veáis vuestro corazón se alegrará y vuestros huesos recobrarán vigor como la hierba” (Isaías, LXVI, 14)
Así mismo, en el ya citado Mensaje reencontrado (XIV, 7’), hallamos una imagen extraordinaria respecto a qué es lo que devuelve el “vigor a los huesos”.
Cuanto más se aleja el hombre de Dios, más necesita trabajar y temer, amontonar y carecer, sufrir y dudar, agitarse y destruirse. Es insensato quien pretende vivir sin la ayuda del Señor,[9] pierde su agua como un hueso que se deseca, y ninguna mano de hombre lo liberará del desierto y de la sombra de la muerte donde agoniza.

Sin la “ayuda del Señor”, los huesos del hombre se desecan poco a poco en el desierto de este mundo. Como el perro, que representa al hombre bestial,[10] no puede saborear su nutritiva médula.
Existe otro refrán que dice: “Hueso que te cupo en parte, róelo con sutil arte”, no a la manera del perro que no puede roer más que el exterior, sino “con sutil arte”, pues “Natura ayuda a Natura”, dicen los discípulos de Hermes.
La resurrección es el misterio de la restitución del hombre integral, es decir, completo, con su alma, su espíritu y su cuerpo. Y ¿qué hay de más corpóreo que el hueso? Se trata, pues, de una realización sensible. Cuando después de su resurrección el Señor se manifestó a sus discípulos, les dijo: “Palpadme y ved, que el espíritu no tiene carnde ni huesos, como veis que yo tengo” (Lucas, XXIV, 39).
Así pues, si los huesos del hombre han conservado la cepa inalterable de su origen, representan un resto de la palabra perdida por Adán. Es también la letra de los libros santos, que permanece desecada mientras el Espíritu no viene a reanimarla. En el desierto de la letra, la palabra se deshidrata, como las osamentas que se emblanquecen en la arena.
¿No sería el momento de releer la célebre visión de Ezequiel, a propósito de las osamentas desecadas?
Fue sobre mí la mano del Señor y el Señor me hizo salir en espíritu y me puso en medio de un campo que estaba cubierto de osamentas. Me hizo pasar cerca de ellas, a su alrededor: y vi que eran sobremanera numerosas sobre la haz del campo, y totalmente desecadas. Y me dijo: Hijo de hombre, ¿revivirán estas osamentas? Yo respondí: Señor, tú lo sabes. Él me dijo: Hijo de hombre, profetiza a estas osamentas y diles: Osamentas desecadas, oíd la palabra del Señor. Así dice el Señor a estas osamentas: Yo voy a hacer entrar en vosotros el espíritu y viviréis […]. Entonces profeticé como se me mandaba, y entró en ellos y recobraron vida y se pusieron en pié, ¡grande, un ejército grande, en extremo!
Díjome entonces: Hijo de hombre, estas osamentas son toda la casa de Israel. Andan diciendo: ‘Se han secado nuestros huesos, ha muerto nuestra esperanza, estamos perdidos’. Por eso, profetiza y diles: Así habla el Señor: He aquí que voy a abrir vuestras tumbas, pueblo mío, y os llevaré de nuevo a la tierra de Israel. (Ezequiel, XXXVII, 14)

El simbolismo del hueso de la palabra está magníficamente ilustrado en el siguiente versículo del Mensaje Reencontrado (XXI, 17):
Examinados desde fuera, los rosetones de las catedrales sólo dejan ver su osamenta, pero, vistos desde dentro, su resplandor ilumina al creyente. Así, la palabra de vida oída desde fuera sólo deja ver el hueso de la verdad, mientras que esta misma palabra percibida desde dentro hace saborear la médula nutritiva del creador de todas las cosas.

“Hueso que te cupo en parte, róelo con sutil arte.



[1] .  ¿No ha dicho Rabelais en el prólogo de Gargantúa: “[…] ya que la médula es alimento elaborado a la perfección por la naturaleza”?
[2] .  Véase E. d’Hooghvorst, El Hilo de Penélope, (Arola Editors, Tarragona, 2000, p. 274, n. 3: “ La piedra inferior de los molinos es la que permanece fija y la más dura. Ésta se incluía en la venta de la casa. En hebreo, istrobil, del griego strobilos. Esta misma palabra tiene otros significados en hebreo: ‘cono’ ‘almendra’ o ‘hueso de la columna vertebral’. Como veremos, el comentador hace aquí un juego de palabras”. Añadamos que esta palabra griega strobilos parece proceder de la misma raíz que el griego ostión, ‘hueso’. Se trata de la raíz ost u ots, que significa ‘duro’ ‘fuerte’, unida a la raíz tre, que significa ‘girar’ ‘torcer’. Es decir, el hueso que sirve de gozne; véase, Court de Gebelin, Dictionnaire étymologique de la langue grecque, París, s.e., 1782, pp. 701 y 945.
[3] .  “El núcleo de la columna vertebral”, luz chel chidrah. La palabra hebrea luz significa ‘núcleo’ ‘almendra’ ‘base’ ‘fuerza esencial’.  En la edición del Midrach hebreo que hemos consultado, encontramos la siguiente nota: “El núcleo de la columna vertebral es una pequeña vértebra que está en la base de las dieciocho vértebras de la columna vertebral”. En otra versión del Midrach, el texto emplea las palabras nits chidrah, que significan ‘el brote’ o ‘el verdor’ de la columna vertebral.
[4] .  Midrach Rabah, ed. Levin Epstein, Jerusalén, XXVII, 3.
[5] . Ibidem. LXIX, 8.
[6] .  Dom Pernety, Les Fables Egyptiennes et Grecques, París, 1786, v. I, pp. 117 y ss.
[7] .  S. Mayassis, Mystères et Initiations dans l’Egypte ancienne, BAOA, Atenas, 1957, p.56.
[8]El Mensaje Reencontrado, XXXVI, 1’.
[9] .  “La ayuda del Señor” se refiere a la ayuda que el Señor Dios proporcionó a Adán después de que éste la buscara vanamente entre todos los espíritus vivos del paraíso. El Señor Dios dijo: “Le haré una ayuda conforme a él” (Génesis, II, 19). Esta ayuda es la que refresca los huesos de Adán, la sustancia de sus huesos.
[10] .  El simbolismo del perro, como el del asno, es ambivalente.

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