miércoles, noviembre 25, 2009

Nepentes o el Remedio de todos los males

He aquí a Pernety hablando del “arte “a través de la interpretación de los símbolos egipcios, al que acompaño con unos versículos del Mensaje Reencontrado de L. Cattiaux en los que olfateo una clara relación.

[Del capítulo Las Colonias Egipcias]

Las estatuas de Júpiter y Juno, hermano y hermana, esposo y esposa, se encontraban en esta sala [del templo construido por Semiramis] con su abuela [Ops o la Tierra] y ante ellos una tabla de oro común a los tres, porque salen de un mismo principio aurífico, del cual se extraen dos cosas, una humedad aérea y mercurial y una tierra fija ígnea, que reunidas sólo son una y misma cosa llamada oro hermético, común a los tres porque está compuesto de ellos,…

MR, II, 83’: Toda humedad será expulsada de la tierra y el fuego consumirá la mugre inmunda hasta que la sal virginal aparezca, a la que se le devolverá el agua celeste para formar el nuevo mundo de Dios. “¿Quién nos hará oír esta palabra del comienzo y del fin de los tiempos? ¿Quién nos mostrará el germen desnudado de la creación perfecta del Señor?”

MR, II, 88: Conocer los tres fundamentos hereditarios del hombre es poseer la ciencia. El alma que viene de Dios, el espíritu que viene de los astros, el cuerpo que viene de la tierra.

MR, II, 89’: La tierra incuba el águila luminosa. ¿Quién la asirá cuando salga del huevo? Y ¿Quién la criará hasta su retorno a la tierra santa?

… y verdadero remedio del espíritu, del que hemos hablado, al cual Diodoro da el nombre de Nepentes, porque está hecho de la pretendida hierba que tiene este nombre, de la que Homero[1] dice que en Egipto se compone un remedio que hace olvidar todos los males y conduce al hombre a una vida exenta de dolor y melancolía, propiedades éstas tan alabadas en el oro hermético.

MR, X, 1’: El abandono de sí mismo, la aceptación de los remedios y la práctica del amor divino liberan al hombre de las coacciones del mundo.

MR, XVII, 25: La sobriedad, la sencillez y la caridad son los tres grandes médicos del cuerpo, del espíritu y del alma, pero el amor divino es el único remedio a la enfermedad de nuestras vidas exiliadas.

MR, XXI, 57: Todo se derrumbaba en mí y alrededor mío, pero en mi corazón el Señor me indicaba que me riese con él y que no creyera en la desgracia, y mi asombro y mi alegría eran ilimitados, como el desespero desvanecido.

[1] . Homero, Odisea, lib. 4, v. 221 y ss.

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