sábado, junio 16, 2012

PORTADAS DEL MENSAJE REENCONTRADO DE LOUIS CATTIAUX Y LA PRESENTACIÓN DESDE LA PRIMERA EDICIÓN DE EMMANUEL Y CHARLES d'HOOGHVORST






PRESENTACIÓN AL LECTOR DE Emmanuel y Charles d’HOOGHVORST
Presentación a la primera edición de El Mensaje Reencontrado

Muchos quieren oír pero no saben escuchar.
Fr. de Foix
La sabiduría es tan escasa en el Tíbet como en París, decía Louis Cattiaux. Sin embargo, puede florecer en todas partes sin que nadie se dé cuenta. Un hombre, semejante a tantos otros pero no igual, que vivía en la gran ciudad, escribió estas páginas que al lector corresponde juzgar. No son para todos, aunque estén destinadas a circular entre los hombres de hoy, que por negligir la antigua revelación se han dejado atrapar en una profunda ignorancia.
Aquellos para quienes ha sido escrito este libro lo sabrán al leerlo, pues, como dice el autor, les es dado creer lo increíble. Ellos sabrán leerlo y entenderlo, porque pertenecen a la misma familia espiritual. Antes de marcharse de este mundo, el 16 de julio de 1953, el autor se lo dejó como una contraseña para reunirse y un motivo de esperanza,(1) lo dedicó en especial a los pueblos negros, todavía divididos y como en la infancia, pero llamados a ser poderosos en el mundo por el juego de una Providencia indiferente a las intenciones y a los trabajos de los hombres.
Es difícil abordar El Mensaje Reencontrado. Contiene, según el autor, una iniciación y una mística estrechamente unidas y presentadas bajo una forma concentrada que exige más que una lectura ordinaria, pues las palabras están sobrepasadas por la revelación y la obra se presenta como el aire líquido que ha adquirido propiedades extraordinarias, pero que son invisibles a simple vista…(2) Los versículos están dispuestos en dos columnas, ya que existen dos hombres en nosotros, el hombre carnal y el espiritual, el hombre exterior y el interior, como existen también las tinieblas y la luz, la justicia y el amor, lo puro y lo impuro; todas las cosas están dispuestas de dos en dos (3). Cada versículo implica varios sentidos en profundidad: la columna de la izquierda suele dar los sentidos terrestres: moral, filosófico y ascético; la columna de la derecha, los sentidos celestes: cosmogónico, místico e iniciático. Algunas veces, los versículos se completan con un tercero dispuesto en medio de la página, que hace concordar los otros dos en el sentido alquímico que une el cielo con la tierra y que hace referencia al misterio de Dios, de la creación y del hombre; sólo a Dios corresponde desvelar al hombre piadoso este sentido, el más profundo. También se observará que cada uno de los XXXX libros lleva un doble título; por ejemplo, en el libro primero, a la izquierda: "Verité nue"; a la derecha: "El brote verde". Los cuarenta títulos de las columnas de la izquierda son anagrama unos de otros (4). Es insólito componer cuarenta anagramas con nueve letras, siempre las mismas. El lector entendido se dará cuenta de que ni una sola palabra de este libro ha sido puesta sin intención.
El Mensaje Reencontrado nos habla de una única cosa en términos siempre distintos, por ello la multitud de versículos no es una dispersión. Los ignorantes en busca de una "nueva revelación" que añada o sustraiga algo a la antigua, quedarán defraudados. Aquí sólo se encontrará un testimonio (5) a favor de la antigua, que nos habla de la caída del hombre en este bajo mundo, de las consecuencias físicas y morales de dicha caída y del medio para su regeneración corporal y espiritual, por la vía misteriosa que conduce a la resurrección (6).
Quizás escandalicemos a más de un lector afirmando que el Espíritu de Elías, siempre vivo, se manifiesta de edad en edad (7): que estos se abstengan, porque aquí está la piedra de escándalo. No obstante, bienaventurado quien sepa separar en las páginas que siguen este espíritu de su ruda corteza, reconozca su autenticidad y se nutra de ella para una vida eterna.
La dedicatoria general de El Mensaje Reencontrado nos indica que está destinado "a la gloria de Dios y al servicio de los hombres que lean con los ojos del espíritu y del corazón los signos inscritos en la carne del mundo". En efecto, allí donde el lenguaje se dirige a los ojos del espíritu y del corazón, los ojos de la razón carnal o del intelecto no nos enseñarán nada. Estos últimos sólo nos muestran la corteza o la apariencia cambiante del mundo; los otros nos guían hacia la Esencia y la Substancia, su soporte indestructible, y nos hacen reconocer la luz interna que Dios encendió al comienzo en la naturaleza y en nuestro corazón (8).
Se trata, pues, de una obra de meditación que requiere ser leída, releída y estudiada con simplicidad de espíritu y pureza de corazón. ¿Acaso la multiplicidad y el espíritu agitado no nos privan de la posesión del Reino de los Cielos?, ¿y no es la impureza de nuestros corazones lo que nos aleja de la visión de Dios (9).
El testimonio de las Escrituras nos enseña que el conocimiento de la luz divina no debe proceder del exterior sino del interior; despertada y excitada por su Origen libre, esta luz sepultada germina entonces y, volviéndose la "justa medida" y la fuente de nuestros juicios, "aparece después al exterior y resplandece plenamente en la unión" (10).
Un sordo opinará de la música según la descripción que de ella se le haga, porque carece del sentido que le permitiría experimentarla por sí mismo. Igual ocurre con los demás sentidos. La luz resplandece en las tinieblas, pero si el hombre está privado del uso del órgano apropiado para aprehender esa luz interior, es para él tinieblas mientras no haya recuperado la mirada del espíritu y del corazón.
Si tenéis fe y paciencia, escribía el autor a propósito de El Mensaje Reencontrado, se esclarecerá por sí mismo poco a poco y todo lo que os parece oscuro se os mostrará entonces evidente.
Así es como proponemos al lector que se forje su propia opinión sobre esta obra y juzgue por sí mismo si es idéntica o no a la enseñanza tradicional.
______________
1. M. R. XXX, 37 y 38; XXXIII, 35.
2. Escrito por Louis Cattiaux en una carta a G. Chaissac. Agradecemos aquí al Sr. Chaissac el haber comunicado ciertos pasajes de su correspondencia con el autor de El Mensaje Reencontrado.
3. M. R: II, 98.
4. Dichos títulos se mantienen tal como aparecen en el original francés.
5. M. R. XXIX, 36.
6. M: R. XXIX, 33 y 45.
8. M. R. VIII, 50’.
7. M. R. XXXVI, 95.
9. M. R. XIII, 32’
10. M. R. IX, 54’; IV, 36’ y XII, 12 y 13’.

miércoles, junio 06, 2012

DE LOS AMORES DE LOS DIOSES de Raimon Arola (fragmento)




He aquí otro artículo de este ilustrado autor subido a la página de ARSGRAVIS. En este caso es un fragmento de su libro LOS AMORES DE LOS DIOSES, de la editorial Alta Fulla, en el que también cita a Pernety. Realmente, querido lector, te recomiendo este libro pues: Partiendo de un riguroso estudio interpretativo de los grabados, el autor se adentra en el contenido alquímico de las fábulas mitológicas, que es el sentido último que permite desvelar el secreto que los antiguos poetas ocultaron bajo el velo de las maravillosas historias que nos cuentan los diferentes amores de los dioses.




MITOLOGÍA: Los amores de los dioses
Raimon Arola
Tres interpretaciones alquímicas de los amores de Júpiter con mujeres de la tierra, extraídas del libro "Los amores de los dioses" y acompañadas por tres pinturas de Correggio (1489- 1534).


Júpiter y Dánae


La leyenda que narra la concepción de Perseo siempre ha sido considerada por los alquimistas como una de las más próximas al desarrollo de su arte. La historia es muy conocida, por ello la resumiremos brevemente: Acrisio, rey de Argos, por un oráculo tuvo noticia de que su hija Dánae tendría un hijo que sería el causante de su muerte, para evitar este destino fatal, encierra a su hija en un subterráneo o en una torre de bronce, según las fuentes, donde ningún varón pudiera llegar. Sin embargo, Júpiter se enamoró de la joven princesa y se introdujo en su aposento convertido en lluvia de oro para poder amar a la bella princesa, de tal unión nació Perseo.
La relación de la fábula con el lenguaje alquímico parece más que evidente y confirma el estrecho vínculo entre la mitología y las operaciones de la gran obra. La torre en la que está encerrada Dánae representa el vaso químico en donde se desarrollará la conjunción del fijo y el volátil; es decir, de la materia, representada por Dánae, y de Júpiter, el oro de los Filósofos.
La alquimia es el conocimiento de los misterios del oro, que primero es espiritual y después físico. La lluvia de oro es el primer estado del oro, que al unirse con Dánae se convertirá en el oro físico. Creemos oportuno repetir aquí un fragmento de un texto del barón d'Hooghvorst que hemos citado en la introducción general: «El tema de toda Revelación es la gnosis del oro físico, el sol terrestre [...]. Alcanzar el secreto de la gran obra es meditar largo tiempo, con la ayuda de Dios, sobre la naturaleza del oro, a fin de saber de dónde viene y adónde debe ir, según el Arte; ya que el oro tiene un origen y un fin, es decir, una perfección [...]. Así, pues, nuestro oro puede ser volátil o fijo, espiritual o corporal» (“El Hilo de Penélope”).
La leyenda de Dánae narra en primer lugar el origen espiritual y volátil del oro que es recibido en el seno de una materia virginal, allí este oro madurará y llegará a la perfección, que es el hijo del cielo y la tierra.

Júpiter y Leda


Según una conocida leyenda, Leda era una bella princesa hija de Testio, rey de Etolia, y esposa de Tindáreo. Un día Júpiter la vio bañándose en el río Eurotas e inmediatamente fue preso de un intenso amor por ella, como en tantas otras ocasiones en las que el espíritu universal se siente atraído por la belleza de los cuerpos. Júpiter le pidió entonces a Venus que se convirtiera en águila y él tomó la forma de un blanco cisne, el águila simuló estar persiguiendo al cisne, por lo que éste buscó refugio entre los brazos de la bella princesa con quien finalmente se unió. A los nueve meses Leda puso dos huevos, de uno nació Pólux y del otro Cástor, al primero se le considera hijo de Júpiter y por lo tanto inmortal, mientras que el segundo se dice que era fruto de Tindáreo y en consecuencia de naturaleza mortal.
La vida de Cástor y Pólux fue muy agitada y llena de combates, en uno de ellos Cástor fue muerto por Linceo, pero cuando Pólux lo vio, pidió a su padre Júpiter que permitiera a su hermanastro compartir la eternidad con él, a lo cual accedió Júpiter y los catasterizó a ambos en la constelación de los Gemelos o Géminis.
Pero para que Cástor pudiera ser inmortal Pólux debió bajar a los infiernos y allí recoger a su hermanastro muerto, tal como lo explica Virgilio: «Pólux recobró a su hermano, muriendo en su lugar, y anda y desanda tantas veces su camino» (Eneida VI, 121); en la Odisea también leemos una cosa parecida: «en turno van viviendo y muriendo uno y otro al cambiar de los días y reciben honor semejante a los dioses»(XI, 302).
Este proceso es explicado por Boccaccio en los siguientes términos: «mientras uno desciende a los infiernos, a saber, el que muere primero como mortal, el otro está como divino entre los dioses, y al revés» (Genealogia deorum gentilium), es decir, cuando el inmortal desciende a los infiernos, el mortal, Cástor sube a los cielos.
La alternancia entre la vida y la muerte de los hijos de Leda, parece enseñar los misterios profundos de la doble naturaleza del hombre. Una parte, representada por Cástor, es el hombre carnal, fruto de la caída de los primeros padres, el otro, Pólux, representa la semilla celeste enterrada en el corazón del hombre. Uno y otro se necesitan, pues Pólux no puede encarnarse sin Cástor, ya que gracias a él desciende desde la morada de inmortalidad hasta el oscuro infierno, así mismo, Cástor no puede divinizarse sin Pólux.
La alternancia entre la muerte y la vida de estos dos héroes parece señalar también las sucesivas transmisiones que configuran la auténtica cadena de la tradición.

Júpiter y Antíope


Las representaciones de sátiros sorprendiendo a bellas ninfas dormidas son muy frecuentes tanto en la Antigüedad como en el Renacimiento. Las ninfas acostumbran a descansar escondidas en lugares frondosos, junto a una fuente o un río, pues son, según Porfirio, «los poderes que presiden las aguas» (El antro de las ninfas de la Odisea), pero los sátiros, que simbolizan las fuerzas del fuego, las buscan, las espían y las descubren para unirse a ellas.
Gracias a Ovidio sabemos que «Júpiter, oculto bajo las apariencias de un sátiro, llenó la bella Nicteide de prole gemela» (Metamorfosis VI, 108). La bella Nicteide, es decir la hija de Nicteo, es Antíope; de ella dijo Homero: «gloriosa por haber descansado en los brazos de Júpiter, del cual tuvo dos hijos, a Zeto y Anfión, los primeros fundadores de Tebas» (Odisea XI, 260). Tradicionalmente se consideraba que las siete salidas o puertas de Tebas, hechas por Zeto y Anfión, eran de metal filosófico producido por el Arte alquímico.
Nicteo en griego deriva de nux, ‘noche, oscuridad, sombra’, por lo que se entiende que Antíope es la hija de la noche u oscuridad. Pernety nos ofrece una lectura alquímica de esta etimología al afirmar que Nicteo significa: «la coagulación de la materia al salir de la putrefacción, durante la cual esta materia se convierte en negra, y es llamada noche» (Les fables égyptiennes et grecques dévoilées…). En este momento del desarrollo de la obra alquímica, la materia sale de la negrura y se vuelve blanca, entonces está preparada para ser fecundada por el cielo, por ello Júpiter -representado en el grabado en forma de sátiro- levanta el vestido de la ninfa, pues desvela la blancura que contiene la materia negra.
Que Júpiter se esconda bajo las apariencias de un sátiro parece enseñarnos que el alma divina para unirse a la materia -cuya imagen en este caso es Antíope- necesita de los espíritus elementales y las fuerzas de la naturaleza, que en los relatos míticos están representados por los sátiros. El autor de la Concordance Mytho-Physico-Cabalo-Hermétique escribe lo siguiente sobre la función de los sátiros como espíritus elementales:
«El alma del hombre es la pureza por excelencia; el cuerpo material está compuesto por una pasta terrestre y muy corruptible. Una es una sustancia pensante cuyas funciones se limitan a la reflexión; el otro es un cuerpo pesado y maquinal cuyas funciones se limitan a la más perfecta obediencia. Estas cualidades opuestas nunca hubieran podido formar un todo si un intermediario no las hubiera acercado. Es la sustancia espiritual [representada según el autor por los sátiros, faunos y cobales] a la que le está reservado ser el vínculo de estos dos extremos; sin este cuerpo espiritual que está en medio y que sirve de envoltura al alma, ésta nunca hubiera podido unirse ni atarse al cuerpo material a causa del alejamiento y de la oposición de sus principios. Hacía falta, pues, que para servir de morada a uno y para preservar al otro de la corrupción, el espíritu tuviera algo de lo terrenal de uno y de lo sutil del otro».
En la mitología griega los sátiros eran genios espirituales sin genealogía ni leyendas propias, su cuerpo era medio humano y medio caprino, para indicar que tenían algo de terrenal y algo de sutil. Los sátiros, al igual que el dios Pan quien a veces era considerado como su padre, representaban la naturaleza media de la creación. Alciato dedica uno de sus emblemas a la «La fuerza de la naturaleza» y la describe de la siguiente manera: «Las gentes veneran a Pan -es decir la naturaleza de las cosas-, hombre mitad cabrón y dios mitad hombre. Es hombre hasta el pubis, porque nuestro valor, plantado en el corazón al nacer, se asienta sublime en lo alto de la cabeza. Desde aquí es cabrón, porque la naturaleza nos propaga secularmente por medio del coito, como a las aves, los peces, los brutos y las fieras» (Emblemas).
El hecho de que Júpiter se esconda bajo la forma de este ser de doble naturaleza  parece indicar que la causa primera de la creación no engendra el cosmos directamente, sino por medio de la naturaleza, lo que durante el Renacimiento se llamó la causa segunda. Juan Pérez de Moya explica que los antiguos entendieron por Pan «la causa segunda, obradora de la voluntad divina de Dios, criada de su divina providencia. […] Dijeron ser hijo de Hermes, porque por Hermes entendían la voluntad o mente divina, la cual guía el nacimiento o generación de las cosas» (La filosofía oculta).




domingo, junio 03, 2012

ARTE Y CONOCIMIENTO, artículo de R. Arola, a propósito de la presentación del libro de Louis Cattiaux "Física y Metafísica de la Pintura


Este artículo de Raimon Arola publicado en www.arsgravis.com forma parte del discurso de presentación que este autor hizo en la UB a propósito de la reedición del libro de Louis Cattiaux “Física y metafísica de la pintura”. En esta parte Arola se refiere a la principal obra de Cattiaux “El Mensaje Reencontrado”, al que este autor le había destinado unas imágenes que finalmente no aparecieron pero que sí están incluidas en el “Física y metafísica de la Pintura”. Recomiendo encarecidamente al lector interesado en el Arte y la Tradición la frecuentación de esa página que abunda en datos, textos e imágenes en referencia al tema mencionado.

11/04/2012
ARTE: Arte y conocimiento espiritual
Raimon Arola

A propósito de las imágenes de Louis Cattiaux y de su libro "Física y metafísica de la pintura".

Para más información ver el facebook de ArsGravis del 10/04/2012 al 30/04/2012

La redacción de El Mensaje Reencontrado fue muy larga, pues el autor «tardó –comenta Charles d’Hooghvorst– los catorce últimos años de su vida en escribirlo, o, mejor dicho, [es] la obra de toda su vida». En ciertas fases de la gestación de esta obra, Cattiaux, que era pintor, concibió imágenes que acompañaban al texto. Al final, estas imágenes como tales no se integraron en libro –salvo una, como veremos más adelante– sin embargo son un excelente medio para comprender algunos aspectos importantes de El Mensaje Reencontrado.
Cattiaux concibió estas imágenes como los antiguos jeroglíficos o como emblemas alquímicos cuya lectura comporta una gran superposición de sentidos y es un acceso al conocimiento, motivo por el cual hemos planteado el arte en relación al conocimiento; respecto a ello Jean d’Espagnet escribió lo siguiente en el siglo XVII: «Los filósofos se expresan más libremente y más significativamente por medio de figuras y caracteres enigmáticos, como por un discurso mudo, que por medio de palabras» [Enchiridion Physicae Restitutae]. La única imagen que, a modo de jeroglífico, Cattiaux incluyó en la última versión de El Mensaje Reencontrado es la siguiente:

Del interior de un corazón aparece, como una flor que surge de la tierra, el símbolo de Mercurio. El sentido de este jeroglífico implica multitud de significados pues, entre otros, se relaciona con la Monas Hieroglyphica de John Dee, que pretendía ser el jeroglífico único y universal, síntesis de todo conocimiento. La búsqueda de significados nos conduce a una serie de réplicas de otro dibujo que realizó Cattiaux con anterioridad. Estas son algunas de ellas:

Aunque no disponemos de datos documentales, pues Cattiaux no fechaba sus pinturas, creemos que la versión que podría considerarse definitiva es la que se titula: El fruto de la tierra. La anterior versión se titula El verdadero misterio de la Pasión, lo cual confirma, como veremos, el sentido del fruto de la tierra.


¿Qué significado explica o esconde Cattiaux al poner por título El fruto de la tierra a una escena de la crucifixión?, ya que cuanto menos parece una relación extraña. Creemos, no obstante, que de lo que no existe duda es que en el conmovedor vacío central, que representa la forma del Crucificado, está la explicación.
Así pues, el fruto de la tierra sería un cuerpo que no es un cuerpo, como si de una materia sublimada se tratara. La materialidad opaca no existe en la figura del Crucificado, solamente un lugar, su lugar. La imagen enseña que el fruto de la tierra es el paso hacia otra realidad o “el mundo por venir”.
El Crucificado está y no está. Se descubre su presencia en  los símbolos que lo envuelve, pero Él –LVI, la palabra francesa que utilizaba Cattiaux– es un cuerpo sutil. En Paracelso se encuentra el siguiente comentario al respecto: «El hombre debe ser carne y sangre para la eternidad. Por este motivo, la carne es doble: la adánica que no sirve para nada, y el Espíritu del Santo que hace la carne viva: efectivamente, éste se encarna de arriba y dicha encarnación es la causa de su retorno al cielo a través nuestro» [Philosophia Sagax]
Es difícil para la razón aprehender este cuerpo, sin embargo Cattiaux sugiere al Resucitado en su misma Pasión, cuando está fijado en la madera del mundo (hyle) por los dos clavos que atraviesan sus manos y de las que brota la sangre redentora, como se observa en la imagen central. Esta sangre finalmente cae sobre la calavera de Adán.
En las distintas réplicas se puede ver cómo en la parte inferior de la imagen se describe de distintas maneras el mundo caído: la calavera de Adán, el rey y la reina ficticios, el globo del mundo con tres raíces o el trío vil –anagrama del vitriol alquímico–, etcétera, mientras que en la parte superior, la forma vacía del hombre se une con el Sol y la Luna para manifestar el Mercurio. Sin lugar a dudas el Mercurio de los filósofos, no el Mercurio vulgar.
El cuerpo carnal ha desaparecido y se ha convertido en la transparencia del cristal –en el cuerpo espiritual del que habla san Pablo– que permite contemplar el Sol dorado que aparece en la imagen. ¡Cuánto ingenio! Globo sin mancha es el título del capítulo de El Mensaje Reencontrado al que corresponde el dibujo. ¿Cómo explicar mejor el cuerpo translucido, el Mercurio de los filósofos? Las imágenes del arte pueden ser vehículos de conocimiento cuando logran apartarse de las preocupaciones estéticas y explican la experiencia de los conocedores de este cuerpo espiritual.
Ahora bien, ¿qué es el Mercurio de los filósofos?, y ¿cómo se diferencia del vulgar? Según explica Emmanuel d’Hooghvorst –y ya lo hemos comentado en otro lugar más extensamente [Alquimia y religión]– podríamos resumir la respuesta a estas preguntas de la manera siguiente: el primer Mercurio es puramente natural, es un agua muy volátil, como el rocío. El segundo Mercurio se obtiene únicamente por medio del Arte, el arte de la alquimia, es un compuesto y no es muy volátil. A menudo los autores no precisan con exactitud de qué Mercurio están tratando en sus escritos. Pero, como acabamos de decir, existen dos Mercurios, el primero es volátil y natural y el segundo está producido por la industria del hombre y es fijo.
La complejidad de los jeroglíficos alquímicos reside en la superposición de sentidos en una misma imagen, pero también en ello radica su gran valor pues se contempla la unidad, al margen del discurso reflexivo que debe fragmentar para explicar. Este es precisamente el caso de la imagen de Cattiaux, pues en ella se reúnen la muerte y la resurrección de Jesucristo, el sacrificio y la creación, el solve et coagula, en un mismo lugar.
 En las famosas Biblia pauperum de finales de la Edad Media se comparan escenas del Nuevo Testamento con las del Antiguo Testamento y, aunque se las conoce como las Biblias de los pobres, pues estaban dedicadas a los iletrados que necesitaban de las imágenes para comprender el texto revelado, la verdad es que contienen una exégesis muy profunda. La página que reproducimos a continuación representa la escena de la Crucifixión del Nuevo Testamento, que está acompañada a su izquierda por el sacrificio de Isaac y a su derecha por la de la Serpiente de bronce:


En principio, parece sencillo comprender el vínculo entre la Pasión y el sacrificio de Isaac, pero no tanto la relación de ésta con la Serpiente de bronce, pues se trata de un pasaje extraño y difícil por sí mismo. El pasaje de san Juan que utiliza el autor anónimo para establecer la correspondencia, tampoco parece añadir mucha luz: «Y Moisés levantó la serpiente en el desierto; asimismo era necesario que el Hijo del hombre fuera elevado» (III, 14).
Emmanuel d’Hooghvorst estudió este pasaje a partir de los comentarios rabínicos. Así, a partir de la cita del Génesis en la cual Dios maldice a la serpiente: «Te arrastrarás sobre el vientre» (III, 14), d’Hooghvorst se pregunta: «¿No se enderezará nunca, este torcido? Es el secreto del Arte. Efectivamente, está escrito: “Y Moisés levantó la serpiente en el desierto; asimismo era necesario que el Hijo del hombre fuera elevado”». Es una alusión a la serpiente de bronce. Leemos pues [en el Midrach Rabah]: “Mientras el pueblo murmuraba en el desierto en contra de Dios y de Moisés, el Señor les envió serpientes de fuego que les mordieron y todo aquél que era mordido, moría. Entonces el pueblo fue a ver a Moisés y le dijeron: Ruega por nosotros, pues hemos pecado, para que el Señor aparte de nosotros la serpiente. Entonces IHVH dijo a Moisés: Hazte una serpiente de fuego y colócala en una percha; y cualquiera que haya sido mordido y la mire, vivirá. Entonces Moisés se hizo una serpiente en peso de bronce que suena. La colocó en una percha y todos los que habían sido mordidos sanaban al mirarla» [Números XXI, 6-9]
«En el Midrach Rabah –continua d’Hooghvorst–, este fragmento se interpreta de la siguiente forma: “Y Moisés hizo una serpiente de bronce, la puso en una percha, la arrojó al aire y quedó enderezada (de pie)”. Esta serpiente arrojada al aire y que permanece en él, parece ser, a nuestro entender, una alusión al sonido del bronce» [El Hilo de Penélope I, p. 296]
Las palabras de d’Hooghvorst parecen incomprensibles si no se conocen otros textos suyos, pues, según este autor, el «sonido de bronce» alude a la Obra alquímica que es una realización metálica; tal y como lo comenta en otro lugar: «El triple sanctus [de la misa tradicional católica] estaba puntuado con tres golpes de campanilla agitada por el monaguillo, para recordar el sonido metálico corporal de la manifestación del Verbo divino, y en el campanario, la campana de bronce empezaba también a sonar. Asimismo, en el momento de la consagración del pan y del vino, cuando el sacerdote elevaba la forma, y luego el cáliz, la campanilla del monaguillo sonaba al igual que la campana de la iglesia» [El Hilo de Penélope I, p. 134]
Así pues, y gracias al comentario de d’Hooghvorst, entendemos que en la imagen de la Biblia de los pobres se está expresando el mismo misterio que aparece representado en las obras pictóricas de Cattiaux.
En el libro la Física y metafísica de la pintura, Louis Cattiaux escribió lo siguiente acerca de la obra de arte: «El destino de la obra de arte es permitir que la humanidad media entre en relación con la esencia oculta de los seres y de las cosas» [p. 51]. Una idea que en El Mensaje Reencontrado aparece expresada como sigue: «El arte consiste en hacer aparecer lo sobrenatural oculto en lo natural» [§ IX, 53]
La función del arte según Cattiaux es, pues, encontrar y desvelar los signos divinos ocultos en el mundo, una vieja idea relacionada casi siempre con la magia y las ciencias ocultas pero poco con la creación artística, quizá por eso Cattiaux escribió: «El arte es magia o no es».
Encontrar «los signos inscritos en la carne del mundo» es, sin duda, un conocimiento podríamos denominar espiritual, si éste conocimiento pudiera separarse del conocimiento en sí mismo. La pintura en particular y el arte en general fueron para Cattiaux una manera con la que el hombre del siglo XX pudo aprehender lo oculto, o dicho de otro modo, el medio para expresar la experiencia del cuerpo espiritual. Así, Cattiaux escribió en El Mensaje Reencontrado: «Las artes de los hombres bien pueden distraernos y consolarnos aquí abajo. Sólo el ARTE de Dios puede liberarnos de la infamia putrefacta del pecado de muerte» [§ XXXIII, 48]
El ARTE de Dios no puede separarse de las enseñanzas de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo: la contemplación de las imágenes herméticas de Cattiaux son un medio privilegiado para atravesar lo que de otro modo la razón comprendería parcial y cronológicamente.
 «El Absoluto es incognoscible en su totalidad, pero es posible acercarse a sus partes, que son como imágenes del todo» [El Mensaje Reencontrado XIV, 23]