miércoles, enero 31, 2007

La Materia es una y toda cosa (del Tratado de la Obra Hermética)



Los filósfos, siempre atentos en ocultar tanto su materia como sus procedimientos, llamaron indiferentemente "su materia" a esta misma materia en todos los estados en los que se encuentra en el transcurso de sus operaciones. Para ello le dieron nombres en particular que sólo le convenían en general y jamás un mixto ha tenido tantos nombres. Ella es una y todas las cosas, dicen, porque es el principio radical de todos los mixtos. Está en todo y es parecida a todo porque es susceptible de todas las formas, pero antes de que sea especificada en cualquier especie de individuos de los tres reinos de la naturaleza. Cuando es especificada en el reino mineral dicen que es parecida al oro, porque es su base, su principio y su madre. Es por lo que la han llamado oro crudo, oro volátil, oro inmaduro, oro leproso. Es análoga a los metales pues es el mercurio del que están compuestos. El espíritu de este mercurio es tan congelante que se le llama padre de las piedras tanto preciosas como vulgares. Es la madre que los concibe, la humedad que los nutre y la materia que los hace.
Los minerales también son formados de ella y como el antimonio es el Proteo de la química y el mineral que tiene más propiedades y virtudes, Artefio ha nombrado a la materia de la gran obra Antimonio de las partes de Saturno.
Pero aunque da un verdadero mercurio, no se ha de imaginar que este mercurio se saca del antimonio vulgar, ni que éste sea el mercurio común. Filaleteo [1] que de cualquier manera que se trate el mercurio vulgar, jamás se hará de él un mercurio filosófico. El Cosmopolita dice que éste es el verdadero mercurio y que el mercurio común no es más que su hermano bastardo.[2] Cuando el mercurio de los sabios es mezclado con la plata y el oro es llamado electro de los filósofos, su bronce, su latón, su cobre, su acero, y en las operaciones, su veneno, su arsénico, su oropimente, su plomo, su latón que se ha de blanquear, Saturno, Júpiter, Marte, Venus, la Luna y el Sol.
nos asegura
Este mercurio es un agua ardiente que tiene la virtud de disolver todos los mixtos, los minerales, las piedras y todo lo que los otros menstruos o aguas fuertes no sabrían hacer, la guadaña del viejo Saturno viene al punto para significarlo, por lo que se le ha dado el nombre de disolvente universal.
Paracelso, hablando de Saturno, se expresa así:[3] No sería buen propósito que se les persuadiera y aún menos que fueran instruidos en las propiedades ocultadas en el interior de Saturno y todo lo que se puede hacer con él y por él. Si los hombres lo supieran, todos los alquimistas abandonarían cualquier otra materia para trabajar nada más que sobre ésta.Terminaré lo que tengo que decir sobre la materia de la gran obra con la exclusión que algunos filósofos dan a cierta materia que los sopladores toman comúnmente para hacer la medicina dorada o piedra filosofal. Yo he hecho -dice Ripley- muchas experiencias sobre todas las cosas que los filósofos nombran en sus escritos para hacer el oro y la plata y os las voy a contar. He trabajado sobre el cinabrio pero no vale nada y sobre el mercurio sublimado, que me costó bien caro. He hecho muchas sublimaciones de espíritus, de fermentos, de sales de hierro, de acero y de su espuma, creyendo que por este medio y estas materias llegaría a hacer la piedra; pero al fin he visto que había perdido el tiempo, mis costes y mis esfuerzos. Seguía sin embargo exactamente todo lo que me era prescrito por los autores y encontré que todos los procedimientos que enseñaban eran falsos. Seguidamente tomé aguas fuertes, aguas corrosivas, aguas ardientes con las cuales operé de diversas maneras pero siempre sin provecho alguno. Después recurrí a la cáscara de los huevos, al azufre, al vitriolo, que los artistas insensatos toman por el león verde de los filósofos, al arsénico, al oropimente, a la sal amoníaca, a la sal de vidrio, a la sal alkalí, a la sal común, a la sal de gema, o salitre, o sal de soda, o sal ática, o sal de tártaro, o sal alembrot; pero creedme, guardaos de todas estas materias. Evitad los metales imperfectos rubificados; el olor del mercurio y el mercurio sublimado o precipitado pues os hará equivocar como a mí. Lo he probado todo, la sangre, los cabellos, el alma de Saturno, las marcasitas, l’aes ustum (metales quemados), el azafrán de Marte, las escamas y la espuma del hierro, el litargirio, el antimonio; todo esto no vale una figura podrida.
He trabajado mucho para tener el aceite y el agua de plata, he calcinado este metal con una sal preparada, y sin sal, con el agua de vida; he sacado aceites corrosivos, pero todo esto fue inútil. Empleé los aceites, la leche, el vino, el cuajo, el esperma de las estrellas que cae sobre la tierra, la celidonia, las fecundaciones y una infinidad de otras cosas y no he sacado ningún provecho. He mezclado el mercurio con los metales, los he reducido a cristal, imaginándome hacer algo bueno; he buscado en las mismas cenizas, pero creedme, por Dios, huid de tales necedades. Sólo he encontrado una obra verdadera.
El Trevisano[4] se explica, más o menos, en el mismo sentido: Y así -dice- hemos visto y conocido muchos e infinitos trabajos en estas amalgamaciones y multiplicaciones al blanco y al rojo, con todas las materias que pudierais imaginar y tantas fatigas continuas y constantes, que creí que era posible pero jamás encontramos nuestro oro ni nuestra plata multiplicada, ni del tercio ni de la mitad ni de ninguna parte. Y así hemos visto tantos blanqueos y rubificaciones, recetas, sofisticaciones, y por tantos países, en Roma, Navarra, España, Turquía, Grecia, Alejandría, Barbaria, Persia, Mesina, en Rodas, en Francia, en Escocia, en Tierra Santa y sus alrededores, en toda Italia, en Alemania, en Inglaterra y casi rodeando todo el mundo. Pero sólo encontramos gente que trabajaba en cosas sofisticadas y materias herbales, animales, vegetales y plantables, piedras, minerales, sales alumbres y aguas fuertes, destilaciones, separaciones de los elementos y sublimaciones, calcinaciones, congelaciones de plata viva mediante hierbas, piedras, aguas, aceites, estiércoles, y fuego y vasos muy extraños y jamás encontramos obreros sobre la debida materia.
Encontramos en estos países a quienes sabían bien de la piedra, pero jamás pudimos tener un trato íntimo... y me puse, pues, a leer los libros antes de trabajar más tiempo, pensando en mí mismo que siguiendo a cualquier hombre no podría lograrlo, puesto que si ellos lo sabían nunca lo querrían decir... así, observé allí dónde los libros más concordaban y entonces pensé que esto era la verdad; pues sólo pueden decir verdad en una cosa. Y así encontré la verdad. Pues donde más concordaban, esto era la verdad; todo cuanto nombra uno de una manera el otro lo hace de otra; no obstante todo es una substancia en sus palabras. Pero conocí que la falsedad estaba en la diversidad y no en la concordancia, y si esto era verdad, sólo ponían allí una materia, algunos nombres y algunas figuras que daban. Y ¡Dios mío! creo que los que han escrito parabólicamente y figurativamente sus libros, hablando de cabellos, de orina, de sangre, de esperma, de hierbas, de vegetales, de animales, de plantas, de piedras y de minerales como son sales, alumbres y porosas, otros como vitriolos, bórax y magnesia y piedras cualquiera, y aguas; creo, digo, que les ha costado muy poco, o se han tomado pocas molestias, o es que son muy crueles... Pues sabed que ningún libro la declara en palabras verdaderas, sino mediante parábolas y como en figuras. Pero el hombre debe pensar y revisar frecuentemente en lo posible lo que dicen y observar las operaciones que la naturaleza dirige en sus obras. Porque concluyo, y creedme: Dejad las sofisticaciones y a todos los que en ellas creen, huid de sus sublimaciones, conjunciones, separaciones, congelaciones, preparaciones, desuniones, conexiones y otras decepciones [...] Y se amontonan los que afirman otra tintura que no es la nuestra, no verdadera, y sin ningún provecho. Y se amontonan los que van diciendo y sermoneando otro azufre que no es el nuestro, que está oculto en la magnesia (filosófica) y que quieren sacar otra plata viva que la del servidor rojo, y otra agua que no es la nuestra, que es permanente, que de ningún modo se une a nada más que a su naturaleza, y que no moja otra cosa que no sea la propia unidad de su naturaleza [...] Dejad alumbres, vitriolos, sales y otros, bórax, cualquier agua fuerte, animales, bestias y todo lo que de ellos pueda salir; cabellos, sangre, orina, espermas, carnes, huevos, piedras y todos los minerales. Dejad todos los metales, pues aunque se haga uso de ellos, nuestra materia, dicho por todos los filósofos, debe estar compuesta de viva-plata; y la viva-plata no está en otras cosas que en los metales, como aporta Geber, en el gran Rosario, en el código de toda verdad, por Morien, por Haly, por Calib, por Avicena, por Bendegid, Esid, Serapión, por Sarne, que hizo el libro llamado Lilium, por Euclides en su séptimo capítulo de las Retracciones y por el filósofo (Aristote), en el tercero de los meteoros [...] y por esto dicen Aristote y Demócrito en el libro de la Física, capítulo tercero de los meteoros, que es muy caro para los alquimistas, pues ellos no cambiarán jamás la forma de los metales, si no se hace una reducción a su primera materia [...] O, sabed, como dice Noscus, en la Turba, el cual fue rey de Albania, que del hombre sólo viene hombre, de volátil sólo volátil, y de bestia sólo bestia bruta, y que naturaleza sólo corrige a su propia natural
eza y no a otra.
Lo que acabamos de aportar, de estos dos autores, es una lección para los sopladores. Les indica claramente que no están en la buena vía., y podrá servir al mismo tiempo de preservativo a los que ellos quisieran engañar, porque cada vez que un hombre prometa hacer la piedra con las materias aquí arriba excluidas, se puede concluir que es un ignorante o un bribón. Está claro también, por todo este razonamiento del Trevisano, que la materia de la gran obra debe de ser de naturaleza mineral y metálica; pero ¿Cuál es esta materia en particular? Ninguno lo dice precisamente.


[1] . I. Filaleteo, Entrada abierta al palacio cerrado del Rey.
[2] . Cosmopolita, Diálogo del Mercurio, el alquimista y Naturaleza.
[3] . Paracelso, Cielo Filosófico, can. De Saturno.
[4] . Bernardo el Trevisano, Filosofía de los Metales.


martes, enero 30, 2007

Los Nombres que los antiguos Filósofos han dado a la Piedra (del Tratado de la Obra Hermética)


Los antiguos filósofos ocultaban el verdadero nombre de la materia de la gran obra con tanto cuidado como así lo hacen también los modernos. Sólo han hablado mediante alegorías y símbolos. Los egipcios la representaron en sus jeroglíficos bajo la forma de un buey, que era al mismo tiempo símbolo de Osiris y de Isis, que se suponían haber sido hermano y hermana y esposo y esposa, el uno y la otra nietos del Cielo y de la Tierra. Otros le han dado el nombre de Venus. También la han llamado Andrógino, Andrómeda, mujer de Saturno, hija del dios Neptuno; Latona, Maya, Semele, Leda, Ceres, y Homero la ha honrado más de una vez con el título de madre de los dioses. También era conocida bajo el nombre de Rea, tierra fluyente, fusible, en fin, con una infinidad de otros nombres de mujeres, según las diferentes circunstancias en las que ella se encuentra en las diversas y sucesivas operaciones de la obra. Ellos la personificaban y cada circunstancia les sugería un motivo para yo no se cuantas fábulas alegóricas que inventaban como bien les parecía; se verán la pruebas de ello en el transcurso de esta obra.
El filósofo hermético quiere que el Latón (nombre que les ha complacido dar también a su materia) sea compuesto de un oro y de una plata que están crudos, volátiles, inmersos y llenos de negrura durante la putrefacción que es llamada vientre de Saturno, del que Venus fue engendrada. Es por lo que ella es considerada como nacida del mar filosófico. La sal que se produjo era representada por Cupido, hijo de Venus y de Mercurio, la plata viva, o el mercurio filosófico.

Nicolás Flamel ha representado la primera materia en sus figuras jeroglíficas bajo la figura de dos dragones, uno alado y el otro sin alas para significar, dice él:[1] ... el principio fijo, el macho o el azufre y por el que tiene alas el principio volátil, la humedad, la hembra o la plata viva. Estos son –añade– el Sol y la Luna de fuente mercurial. Son estas serpientes y dragones que los antiguos egipcios han pintado en círculo, la cabeza mordiéndose la cola para decir que habían salido de una misma cosa, que es suficiente a ella misma y que se perfecciona en su contorneo y circulación. Estos son los dragones que los antiguos filósofos poetas han puesto a guardar sin dormir a las manzanas de oro de los jardines de las vírgenes Hespérides. Estos son sobre los cuales Jasón, en la aventura del Toisón de oro, derramó la pócima preparada por la bella Medea; de los discursos de los cuales los libros de los filósofos están tan llenos, y no hay ningún filósofo que no haya escrito sobre ellos después del verídico Hermes Trismegisto, Orfeo, Pitágoras, Artefio, Morien y los siguientes hasta mí. Son las dos serpientes enviadas por Juno, que es la naturaleza metálica, que el fuerte Hércules, es decir el sabio, debe estrangular en su cuna, quiero decir vencer y matar para hacerlas pudrir, corromper y engendrar al comienzo de su obra. Son las dos serpientes atadas alrededor del caduceo de Mercurio, con las cuales ejerce su gran poder y se transforma y se cambia como le place.
La tortuga era también en los antiguos el símbolo de la materia, porque lleva sobre su concha una especie de representación de esta figura de Saturno ђ. Es por lo que Venus era a veces representada[2] sentada sobre un chivo, cuya cabeza como la del carnero presenta poco más o menos esta figura de Mercurio y el pie derecho apoyado sobre la tortuga. Se ve también en un emblema filosófico un artista haciendo una salsa con uvas en una tortuga.
En los aborígenes la figura ђ de Saturno tenía gran veneración, la ponían en sus medallas, sobre sus columnas, obeliscos, etc. Representaban a Saturno bajo la figura de un anciano, teniendo sin embargo un aire masculino y vigoroso que dejaba brotar su orina en forma de chorro de agua, era en esta agua en la que consistían la mayor parte de su medicina y de sus riquezas. Otros añaden allí la planta llamada Molydnos, o planta Saturnina, de la que dicen que la raíz era de plomo, el tallo de plata y las flores de oro. Es la misma de la que se hace mención en Homero,[3] bajo el nombre de Moly. Hablaremos de ella más extensamente en las explicaciones que daremos en el descenso de Eneas a los infiernos, al final de esta obra. Los griegos también inventaron una infinidad de fábulas respecto a esto y en consecuencia formaron el nombre de Mercurio de Μαρός inguin (ingle) y de κũρος puer (niño), porque el Mercurio filosófico es una agua que muchos autores, y particularmente Raimon Llull[4] han llamado orina de niño. De allí también la fábula de Orión engendrado de la orina de Júpiter, de Neptuno y de Mercurio.

[1] . Flamel. Explicaciones de las Figuras jeroglíficas, cap. 4.
[2] . Plutarco in praeceptis connub.
[3] . Homero, Odisea, 10, 302 y ss.
[4] . Raimon Llull, Lib. Secretorum & alibi.

lunes, enero 29, 2007

La Materia de la Gran Obra en general (del Tratado de la Obra Hermética)

Parece que los filósofos sólo han hablado de la materia para ocultarla, al menos cuando se trata de designarla en particular. Pero cuando hablan en general se extienden mucho sobre sus cualidades y sus propiedades, le dan todos los nombres de los individuos del Universo, porque dicen que ella es el principio y la base de todos. Examinad –dice el Cosmopolita–[1] si esto que os proponéis hacer es conforme a lo que puede hacer la naturaleza. Ved cuales son los materiales que emplea y de qué vaso se sirve. Si sólo queréis lo que ella hace seguidla paso a paso. Si queréis hacer alguna cosa mejor, ved lo que puede servir a este efecto, pero permaneced siempre en las naturalezas del mismo género. Si, por ejemplo, queréis llevar un metal más allá de la perfección que ha recibido de la naturaleza es preciso tomar vuestras materias en el género metálico y siempre un macho y una hembra, sin los cuales no lo lograríais. Pues en vano os propondríais hacer un metal con una hierba o una naturaleza animal, así como de un perro o cualquier otra bestia no sabríais producir un árbol.
Esta primera materia es llamada muy comúnmente azufre y plata viva. Raimon Llull,[2] los nombra como los dos extremos de la piedra y de todos los metales. Otros dicen en general que el Sol
es su padre y la Luna su madre, que es macho y hembra, que está compuesta de cuatro, de tres, de dos y de uno y todo esto para ocultarla. Ella se encuentra por todo, sobre la tierra, sobre el mar, en los llanos, sobre las montañas, etc. El mismo autor dice que su materia es única y dice seguidamente que la piedra está compuesta de muchos principios individuales. Sin embargo todas estas contradicciones sólo son aparentes, porque no hablan de la materia desde un sólo punto de vista, sino en cuanto a sus principios generales o de los diferentes estados en los que ella se encuentra en las operaciones.
 Es cierto que no hay más que un sólo principio en toda la naturaleza y que lo es de la piedra como lo es de las otras cosas. Se ha de saber distinguir, pues, lo que los filósofos dicen de la materia en general de lo que dicen en particular. También, no hay más que un solo espíritu fijo, compuesto de un fuego muy puro e incombustible que tiene su morada en el húmedo radical de los mixtos. Es más perfecto en el oro que en toda otra cosa y sólo el mercurio de los filósofos tiene la propiedad y la virtud de sacarlo de su prisión, de corromperlo y de disponerlo para la generación. La plata viva es el principio de la volatilidad, de la maleabilidad y de la mineralidad, el espíritu fijo del oro no puede nada sin él. El oro es humectado, reincrudado, volatilizado y sometido a la putrefacción por la operación del mercurio; éste es digerido, cocido, espesado, desecado y fijado por la operación del oro filosófico que lo convierte, por este medio, en tintura metálica.
El uno y el otro son el mercurio y el azufre filosófico. Pero éste no es suficiente hasta que se haga entrar en la obra un azufre metálico como levadura, lo que hace también como un esperma o simiente de naturaleza sulfurosa para unirse a la simiente de substancia mercurial. Este azufre y este mercurio han sido sabiamente representados en los antiguos por dos serpientes, la una macho y la otra hembra, enroscaras alrededor de la vara de oro de Mercurio. La vara de oro es el espíritu fijo donde deben ser unidas. Estas son las mismas que Juno envió contra Hércules, en el tiempo que este héroe estaba aún en la cuna.
Este azufre es el alma de los cuerpos y el principio de la exuberación de su tintura; el mercurio vulgar está privado de él, el oro y la plata vulgares sólo tienen para ellos. El mercurio apropiado para la obra primeramente debe ser impregnado de un azufre invisible,[3] a fin de que esté más dispuesto a recibir la tintura visible de los cuerpos perfectos y que pueda seguidamente comunicarla con usura.
Numerosos químicos sudan sangre y agua para extraer la tintura del oro vulgar, imaginan que ha fuerza de torturarlo se la harán vomitar y que enseguida encontrarán el secreto para aumentarlo y para multiplicarlo, pero: Spes tandem agricolas vanis aludit aristis[4] Pues es imposible que la tintura solar pueda ser enteramente separada de su cuerpo. El arte no sabría deshacer en este género lo que la naturaleza ha unido tan bien. Si lograran sacar del oro un licor brillante y permanente por la fuerza del fuego o por la corrosión de las aguas fuertes se le ha de considerar solamente como una porción del cuerpo pero no como su tintura, pues lo que constituye propiamente la tintura no puede ser separada del oro. Es este término de tintura lo que hace ilusión a la mayor parte de los artistas. Con mucho gusto querría yo que eso fuera una tintura, al menos convendrán en que aún siendo alterada por la fuerza del fuego, o por las aguas fuertes no puede ser útil a la obra y que no podría dar a los cuerpos volátiles la fijeza del oro del que ella habría sido separada. Es por estas razones que Espagnet[5] les aconseja no gastar su plata y su oro en un trabajo tan penoso y del que no podrían sacar ningún fruto.

[1] . Cosmopolita, Tratado 1.
[2] . Raimon Llull, Codicilio, cap. 9.
[3] . Espagnet, La Obra secreta de la Filosofía de Hermes, can. 30.
[4] . Virgilio, Geórgicas
[5] . Espagnet, ibid, can. 34.





Los Principios Metálicos (del Tratado de la Obra Hermética)


De las sales que acabamos de hablar y de sus vapores se hace el mercurio que los antiguos han llamado simiente mineral. De este mercurio y del azufre, ya sea puro o sea impuro, son hechos todos los metales en las entrañas de la tierra y en su superficie.
Cuando los elementos corporificados por su unión toman la forma de salitre, de tártaro y de vitriolo, el fuego de la naturaleza, excitado por el calor solar, digiere la humedad que es atraída por la sequedad de estas sales y separando lo puro de lo impuro, la sal de la tierra, las partes homogéneas de las heterogéneas, la espesa en plata viva, después en metal puro o impuro, según la mezcla y la calidad de la matriz.
En la diversidad del azufre y del mercurio según sean más o menos puros y estén más o menos digeridos, de su unión y sus diferentes combinaciones se forma la numerosa familia del reino mineral. Las piedras, las marcasitas, los minerales difieren entre ellos, según la diferencia de sus matrices y la más o menos cocción.

domingo, enero 28, 2007

Las Llaves de la Naturaleza (del Tratado de la Obra Hermética)

De todas las cosas materiales se hace ceniza, de la ceniza se hace sal, de la sal se separa el agua y el mercurio, del mercurio se compone un elixir o una quintaesencia. El cuerpo se pone en cenizas para ser limpiado de sus partes combustibles, en sal para ser separado de sus terrestreidades, en agua para pudrir y pudrirse y en espíritu para volverse quintaesencia.
Las sales son, pues, las llaves del arte y de la naturaleza, sin su conocimiento es imposible imitarla en sus operaciones. Éste hace saber su simpatía y su antipatía con los metales y entre ellos mismos. Propiamente no hay más que una sal de naturaleza, pero se divide en tres clases para formar los principios de los cuerpos. Éstos son el nitro, el tártaro y el vitriolo, todos los otros son compuestos.
El nitro es hecho de la primera sal por atenuación, sutilización y purgación de las terrestreidades crudas y frías que allí se encuentran mezcladas. El Sol lo cuece, lo digiere en todas sus partes y hace la unión de los elementos impregnándolo de las virtudes seminales que seguidamente trae con la lluvia a la tierra, que es la matriz común.
La sal del tártaro es este mismo nitro más cocido, más digerido por el calor de la matriz donde ha sido depositado, porque esta matriz sirve de horno a la naturaleza. Así del nitro y del tártaro se forman los vegetales. Esta sal se encuentra en todo lugar donde el nitro ha sido depositado, pero particularmente sobre la superficie de la tierra donde el rocío y la lluvia la abastecen abundantemente.
El vitriolo es la misma sal nitro, que habiendo pasado por la naturaleza de la tierra, se vuelve sal mineral mediante una cocción más larga y en hornos más ardientes. Se encuentra en abundancia en las entrañas, las concavidades y las porosidades de la tierra, donde se reúne con un humor viscoso que lo vuelve metálico.

Medios para conseguir el Secreto (del tratado de la Obra Hermética)


Las disposiciones para llegar hasta el secreto, son el conocimiento de la naturaleza y de sí mismo. Sólo se puede tener perfectamente el primero, así como el segundo, con la ayuda de la alquimia, el amor de la sabiduría, el horror al crimen y a la mentira, la persecución de los cacoquímicos, la frecuentación de los sabios, la invocación del Espíritu Santo, no añadir secreto sobre secreto y unirse sólo a una cosa, porque Dios y la naturaleza se complacen en la unidad y en la simplicidad. Siendo el hombre el resumen de toda la naturaleza, debe aprender a conocerse como lo más preciso y abreviado de ella. Por su parte espiritual participa en todas las criaturas inmortales y por su parte material en todo lo que es caduco en el Universo.

sábado, enero 27, 2007

El Secreto (del Tratado de la Obra Hermética)

La estatua de Harpócrates, que tiene una mano sobre la boca, era para los antiguos sabios el emblema del secreto, que se fortifica por el silencio pero se debilita y se desvanece por la revelación. Jesús Cristo nuestro Salvador sólo reveló nuestros misterios a sus discípulos y habló siempre al pueblo mediante alegorías y en parábolas. Porque a vosotros os es dado saber los misterios del reino de los cielos; mas a ellos no les es dado.[1]
Los sacerdotes egipcios, los magos persas, los mecubeles y los cabalistas hebreos, los brahmanes hindúes, Orfeo, Homero, Pitágoras, Platón, Porfirio entre los griegos y los druidas entre los occidentales, sólo han hablado de las ciencias secretas mediante enigmas y alegorías; si hubieran dicho cual era el verdadero objeto, no habrían habido más misterios y lo sagrado habría sido mezclado con lo profano.
[1] . Mateo, 13, 2-11; Marcos, 4, 2-11; Mateo 13, 34.

La Llave de las Ciencias (del Tratado de la Obra Hermética)

El primer paso en la sabiduría es el temor de Dios, el segundo el conocimiento de la naturaleza. Por ella se sube hasta el conocimiento de su Autor.[1] La naturaleza enseña a los clarividentes la física hermética. La obra de la naturaleza siempre es más larga, esta opera simplemente, sucesivamente y siempre por las mismas vías para producir las mismas cosas. La obra del arte es menos larga, este avanza mucho los pasos de la naturaleza. El Arte de Dios se hace en un instante. La alquimia propiamente dicha es una operación de la naturaleza ayudada por el arte. Esta nos pone en la mano la llave de la magia natural o de la física y nos vuelve admirables a los hombres, elevándonos por encima de lo común.

[1] . San Pablo, Romanos, 1, 20.

viernes, enero 26, 2007

Consejos Filosóficos (del Tratado de la Obra Hermética)

Adorad sólo a Dios, amadle con todo vuestro corazón y a vuestro prójimo como a vosotros mismos. Proponeos siempre la gloria de Dios como fin de todas vuestras acciones, invocadle y Él os otorgará, glorificadle y Él os exaltará.
Sed tardíos en vuestras palabras y en vuestras acciones. No os apoyéis sobre vuestra prudencia, sobre vuestros conocimientos, ni sobre las palabras y las riquezas de los hombres, principalmente las de los grandes. Poned vuestra confianza sólo en Dios. Haced valer el talento que os ha confiado. Sed avaros con el tiempo, es infinitamente corto para un hombre que ha de emplearlo en ello. No dejéis para mañana lo que podáis hacer hoy. Frecuentad a los buenos y los sabios. El hombre ha nacido para aprender, su curiosidad natural es una prueba palpable de ello, y es degradar a la humanidad estancarse en la ociosidad y la ignorancia. Cuantos más conocimientos tiene un hombre, más se acerca al Autor de su ser, que lo hace todo. Aprovechad pues, las luces de los sabios, recibid sus instrucciones con dulzura y sus correcciones siempre buenamente. Evitad el comercio ruin, la multitud de ocupaciones y la cantidad de amigos.
Las ciencias sólo se adquieren estudiando y meditando y no disputando. Aprended poco a la vez; repetid a menudo el mismo estudio, el espíritu puede todo cuando está en poco y no puede nada cuando está al mismo tiempo en todo. La ciencia unida a la experiencia forma la verdadera sabiduría. Si no es así es contrario recurrir a la opinión, a la duda y a la conjetura y a la autoridad.
Los sujetos de la ciencia son Dios, el gran mundo y el hombre. El hombre ha sido hecho por Dios, la mujer por Dios y el hombre y las otras criaturas por el hombre y la mujer,[1] a fin de que hicieran uso de sus ocupaciones para su propia conservación y la gloria de su común Autor. Con todo, es preciso que siempre estéis bien con Dios y con vuestro prójimo. La venganza es una debilidad en los hombres. No os hagáis jamás un enemigo y si alguien quiere haceros algún mal o ya os lo ha hecho, no seréis mejores o más nobles por el hecho de vengaros que por el de hacer el bien.

[1] . Sabiduría, 9, 2, ss.

jueves, enero 25, 2007

TRATADO DE LA OBRA HERMÉTICA


La fuente de la salud y de las riquezas, dos bases sobre las cuales se apoya la felicidad de esta vida, son el objeto de este arte. Siempre fue un misterio, y aquellos que la han tratado, han hablado de ella en todos los tiempos como de una ciencia cuya práctica tiene algo de sorprendente y cuyo resultado es milagroso en él mismo y en sus efectos. Sólo Dios Autor de la naturaleza, a la que el filósofo se propone imitar, puede esclarecer y guiar al espíritu humano en la búsqueda de este tesoro inestimable y en el laberinto de las operaciones de este arte. Todos estos autores que citamos también recomiendan recurrir al Creador y pedirle esta gracia con mucho fervor y perseverancia. ¿Debe sorprender que los poseedores de un tan bello secreto lo hayan velado en las sombras de los jeroglíficos, las fábulas, las alegorías, las metáforas y los enigmas, para apartar del conocimiento al común de los hombres? Sólo han escrito para aquellos a los que Dios dignó otorgándoles la inteligencia. Difamarles, declamar fuertemente contra la ciencia misma, porque se han hecho esfuerzos inútiles para obtenerla, es una baja venganza, es hacer agravio a su propia reputación, es publicar su ignorancia y la impotencia de lo que de ello les ha llegado. Que se levante su voz contra los sopladores, contra estos quemadores de carbón, que tras haber sido engañados por su propia ignorancia finalmente buscan hacer a otros engañados. Yo me uniría voluntariamente a estas fuertes críticas, y así mismo querría tener una voz de estentóreo para hacerme oír mejor. Pero ¿quién son los que se enredan a hablar y a escribir contra la filosofía hermética? Yo apostaría que son los que ignoran incluso su definición, gente cuyo malvado humor sólo es excitado por el prejuicio. Apelo a la buena fe, que examinen seriamente si están al caso de lo que critican. ¿Han leído y releído veinte veces y más a los buenos autores que tratan esta materia? ¿Quién de entre ellos puede jactarse de saber las operaciones y los procesos de este arte? ¿Qué Edipo les ha dado la inteligencia de sus enigmas y de sus alegorías? ¿Cuál es la sibila que les ha introducido en su santuario? Que permanezcan pues en la estrecha esfera de sus conocimientos: ne futor ultra crepitam. O puesto que es la moda, que les sea permitido anhelar un tan gran tesoro del que desesperan por poseerlo. ¡Débil consolación, pero es lo único que les queda! Y gustó a Dios que sus gritos fueran oídos por todos los que malgastan a propósito sus bienes en persecución de lo que se les escapa, por falta de conocer los procedimientos simples de la naturaleza.

martes, enero 23, 2007

El movimiento (final del Tratado de Física)


No hay ningún reposo real propiamente dicho en la naturaleza.[1] No puede permanecer ociosa, si dejara suceder el reposo real al movimiento durante un sólo instante, toda la máquina del Universo caería en la ruina. El movimiento la ha sacado como de la nada, el reposo la sumergiría allí de nuevo. A lo que nosotros damos el nombre de reposo no es más que un movimiento menos acelerado, menos sensible. El movimiento es, pues, continuo en cada parte como en el todo. La naturaleza obra siempre en el interior de los mixtos; los mismos cadáveres no están en reposo, puesto que se corrompen y la corrupción no puede hacerse sin movimiento.
El orden y la uniformidad reinan en la manera de mover la máquina del mundo, pero tiene diversos grados en este movimiento, que es desigual y diferente en las cosas diferentes y desiguales. La misma geometría exige esta ley de desigualdad y se puede decir que los cuerpos celestes tienen un movimiento igual en razón geométrica, a saber, relativamente a su tamaño, su distancia y su naturaleza. Fácilmente percibimos en el curso de las estaciones que las vías que la naturaleza emplea sólo difieren entre ellas en apariencia. Durante el invierno parece sin movimiento, muerta o por lo menos adormecida. Sin embargo es durante esta muerta estación que prepara, digiere, incuba las simientes y las dispone para la generación. Ella da a luz, por así decirlo, en la primavera, nutre y cría en verano, así mismo madura ciertos frutos y reserva otros para el otoño, cuando estos tienen necesidad de una digestión más larga. Al final de esta estación todo se vuelve caduco para disponerse a una nueva generación.
El hombre experimenta en esta vida los cambios de estas cuatro estaciones. Su invierno no es el tiempo de la vejez, como se dice comúnmente, es el que pasa en el vientre de su madre sin acción y como en las tinieblas, porque no ha gozado aún de los beneficios de la luz solar. A penas ha visto el día empieza a crecer, entra en su primavera, que dura hasta que él sea capaz de madurar sus frutos. Su verano sucede entonces, se fortifica, digiere, cuece el principio de vida que deberá dar a otros. Su fruto está maduro, domina el otoño, se vuelve seco, marchita, se inclina hacia el principio donde su naturaleza lo arrastra, cae allí, muere y no más.
De la distancia desigual y variada del Sol procede particularmente la variedad de las estaciones. El filósofo que quiere aplicarse en imitar los procedimientos de la naturaleza en las operaciones de la gran obra, debe meditarlos muy seriamente. No entraré aquí en los detalles de los diferentes movimientos de los cuerpos celestes. Moisés ha explicado lo que concierne al globo que habitamos. No ha dicho casi nada de las otras criaturas, sin duda a fin de que la curiosidad humana encontrara antes materia de admiración que argumentos de disputa. El deseo desordenado de todo saber tiraniza sin embargo aún al débil espíritu del hombre. No sabe conducirse y es lo suficiente loco como para prescribir al Creador las reglas para conducir el universo. Forja sistemas y habla en un tono tan decisivo que se diría que Dios lo ha consultado para sacar al mundo de la nada y que ha sugerido al Creador las leyes que conservan la armonía de su movimiento general y particular. Afortunadamente los razonamientos de estos pretendidos filósofos no influyen en nada sobre esta armonía. Deberíamos saber, en lugar de temer las consecuencias de ello, también fastidiosas para nosotros, que las que se sacan de sus principios son ridículas. Tranquilicémonos, el mundo irá a su paso durante el tiempo que le complazca conservarlo a su Autor. No perdamos el tiempo de una vida tan corta como la nuestra en disputar sobre las cosas que ignoramos. Apliquémonos más bien en buscar el remedio a los males que nos agobian, en rogar a aquel que ha creado la medicina de la tierra, para que nos la haga conocer y después de habernos favorecido con este conocimiento lo usemos nada más que para la utilidad de nuestro prójimo, por amor hacia el Ser soberano al que sólo a Él se ha de rendir gloria en todos los siglos de los siglos.

[1] . Cosmopolita. Tratado, 4.




lunes, enero 22, 2007

La armonía del Universo (del Tratado de Física)



Los cuerpos superiores y los inferiores del mundo, al tener una misma fuente y una misma materia por principio, han conservado entre ellos una simpatía que hace que los más puros, los más nobles, los más fuertes, comuniquen a los que lo son menos toda la perfección de la que son susceptibles. Pero cuando los órganos de los mixtos se encuentran mal dispuestos naturalmente o por accidente, esta comunicación es turbada o impedida, entonces el orden establecido para este comercio se trastorna, lo débil menos socorrido se debilita, sucumbe y se vuelve el principio de su propia ruina, mole ruit súa.
Las cuatro cualidades de los elementos, lo frío, lo caliente, lo seco y lo húmedo, son como los tonos armónicos de la naturaleza. No son más contrarios entre ellos que el tono grave en la música lo es del agudo, pero son diferentes y como separados por los intervalos o tonos medios que acercan a los dos extremos. Así como mediante estos tonos medios se puede componer una muy bella armonía, la naturaleza también hace combinar las cualidades de los elementos, de manera que resulta un temperamento que constituye el de los mixtos.[1]

[1] . Cosmopolita, Tratado, 2.

domingo, enero 21, 2007

El húmedo radical (del Tratado de Física)


La vida y la conservación de los individuos consisten en la estrecha unión de la forma y de la materia. El nudo, la ligadura que forma esta unión consiste en la del fuego innato con el húmedo radical. Este húmedo es la porción más pura, la más digerida de la materia y como un aceite extremadamente rectificado por los alambiques de la naturaleza. Las simientes contienen mucho de este húmedo radical, en el cual se alimenta una chispa del fuego celeste, y puesto en una matriz conveniente opera, cuando es ayudado constantemente, todo lo que es necesario para la generación. En este húmedo radical se encuentra algo de inmortal, la muerte de los mixtos no le hace evaporarse ni desaparecer. Resiste así mismo al fuego más violento, puesto que se le encuentra aún en las cenizas de los cadáveres quemados.
Cada mixto contiene dos húmedos, aquel del que acabamos de hablar y un húmedo elemental, en parte acuoso y en parte aéreo. Este cede a la violencia del fuego, se eleva en humo, en vapores y cuando está completamente evaporado el cuerpo no es más que cenizas o partes separadas las unas de las otras. No es así respecto al húmedo radical, puesto que constituye la base de los mixtos afronta la tiranía del fuego, sufre el martirio con un coraje insuperable y permanece unido firmemente a las cenizas del mixto, lo que indica manifiestamente su gran pureza.
 La experiencia ha mostrado a los vidrieros, gente comúnmente muy ignorante en el conocimiento de la naturaleza, que este húmedo está oculto en las cenizas. Han encontrado en la fuerza del fuego el secreto de manifestar, en lo que cabe, de lo que son capaces el arte y la violencia del fuego artificial. Para hacer el vidrio necesariamente se han de poner las cenizas en fusión y no habría fusión si no hubiera allí el húmedo. Sin saber que las sales extraídas de las cenizas contienen la más gran virtud de los mixtos, los labradores queman los rastrojos y las hierbas para aumentar la fertilidad de sus campos, prueba de que este húmedo radical es inaccesible a los ataques del fuego, porque es el principio de la generación, la base de los mixtos, y que su virtud y su fuego activo sólo permanecen entorpecidos hasta que la tierra, matriz que se ve diariamente en las semillas. Este bálsamo radical es el fermento de la naturaleza, que se extiende en toda la masa de los individuos. Es una tintura indeleble, que tiene la propiedad de multiplicar, que penetra hasta en los más sucios excrementos, puesto que los emplea con éxito para estercolar las tierras y aumentar su fertilidad.
común de los principios, desarrolla sus facultades, lo
Se puede conjeturar con razón, que esta base, esta raíz de los mixtos que sobrevive a su destrucción, es una parte de la primera materia, la porción más pura e indestructible, mostrada en el extremo de la luz de la que recibe la forma. Pues el matrimonio de esta primera materia con la forma es indisoluble y todos los elementos corporificados en los individuos sacan de ella su origen. En efecto, ¿no es necesaria una tal materia para servir de base incorruptible y como raíz cúbica a los mixtos corruptibles, para poder ser un principio constante, perpetuo y sin embargo material, en torno del cual girarían sin cesar las vicisitudes y los cambios que los seres materiales experimentan todos los días?
Si está permitido aportar conjeturas en la oscuridad del porvenir ¿no se podría decir que esta substancia inalterable es el fundamento del mundo material y el fermento de su inmortalidad mediante el cual subsistirá tras su destrucción, después de haber pasado por la tiranía del fuego y haber sido purgado de su mancha original, para ser renovado y devenir incorruptible e inalterable durante toda la eternidad? Parece que la luz sólo ha operado sobre él y que ha dejado el resto en las tinieblas, pues conserva siempre una chispa que sólo necesita ser excitada. Pero el fuego innato es bien diferente del húmedo. Tiene la espiritualidad de la luz y el húmedo radical es de una naturaleza mediana entre la materia extremadamente sutil y espiritual de la luz y la materia grosera, elemental y corporal. Participa de los dos y liga estos dos extremos. Es el sello del pacto visible y palpable de la luz y las tinieblas, el punto de reunión y de comercio entre el Cielo y la Tierra.
No se puede, pues, confundir sin error este húmedo radical con el fuego innato. Este es el habitante y aquel la habitación, la morada. Es en todos los mixtos el laboratorio de Vulcano, es el fogón donde se conserva este fuego inmortal, primer motor creado de todas las facultades de los individuos, el bálsamo universal, el elixir más precioso de la naturaleza, el mercurio de vida perfectamente sublimado y trabajado, que la naturaleza distribuye mediante peso y medida a todos los mixtos. Quien sepa extraer este tesoro del corazón, y del centro oculto de las producciones de este bajo mundo, desnudarlo de la espesa corteza, elemental, que lo oculta a nuestros ojos y sacarlo de la prisión tenebrosa donde está encerrado y en la inacción, podrá gloriarse de saber hacer la más preciosa medicina para aliviar el cuerpo humano.



sábado, enero 20, 2007

Conservación de los mixtos (del Tratado de Física)


El espíritu ígneo, principio vivificante, da la vida y el vigor a los mixtos, pero este fuego los consumiría pronto si su actividad no fuera moderada por el humor acuoso que los liga. Este humor circula perpetuamente en todos. Este se hace una revolución en el Universo, en medio de la cual unos se forman, se nutren y aumentan de volumen mientras que su evaporación y su ausencia hacen desechar y perecer a los otros.
Toda la máquina del mundo sólo compone un cuerpo, cuyas partes están ligadas por los medios que participan de los extremos. Esta ligadura está oculta, este nudo es secreto, pero no es menos real y es por su medio que todas estas partes se prestan ayuda mutua, puesto que hay una relación y un verdadero comercio entre ellas. Los espíritus emisarios de las naturalezas superiores producen y mantienen esta comunicación, los unos se van cuando los otros vienen, estos vuelven a su fuente cuando aquellos descienden, los que han venido últimos toman el lugar de los que parten en su viaje, luego los otros les suceden, y mediante este continuo flujo y reflujo la naturaleza se renueva y se mantiene. Esto son las alas de Mercurio, mediante la ayuda de las cuales este mensajero de los dioses rinde tan frecuentes visitas a los habitantes del Cielo y de la Tierra.
Esta sucesión circular de espíritus se hace mediante dos medios, la rarefacción y la condensación, que la naturaleza emplea para espiritualizar los cuerpos y corporificar los espíritus, o si se quiere, para atenuar los elementos groseros, abrirlos, levantarlos en la naturaleza sutil de las materias espirituales y seguidamente hacerlos retornar a la naturaleza de los elementos groseros y corporales. Así experimentan sin cesar estas metamorfosis. El aire abastece al agua una substancia tenue etérea que allí empieza a corporificarse, el agua la comunica a la tierra donde se corporifica aún más. Se vuelve entonces un alimento para los minerales y los vegetales. En estos se hace tallo, corteza, hojas, flores, fruto, en una palabra una substancia corporal palpable. En los animales, la naturaleza separa lo más sutil, lo más espiritual de lo que beben y lo que comen para volverlo alimento. Cambia y especifica la más pura substancia en semilla, en carne, en hueso, etc., deja lo más grosero, lo más heterogéneo para los excrementos. El arte imita a la naturaleza en sus resoluciones y sus composiciones.

viernes, enero 19, 2007

La Luz (del Tratado de Física)



El origen de la luz nos prueba su naturaleza espiritual. Antes de que la materia comenzara a recibir su forma, Dios formó la luz, esta se propagó inmediatamente en la materia, que le sirvió como de mecha para su conservación. La manifestación de la luz fue, pues, como el primer acto que Dios ejerció sobre la materia, el primer matrimonio del creador con la criatura, y el del espíritu con el cuerpo.
Extendida primeramente por todo, la luz parece reunirse en el Sol, como si muchos rayos se reunieran en un punto. La luz del Sol es en consecuencia un espíritu luminoso, unido inseparablemente a este astro, cuyos rayos se revisten de partes del éter para volverse sensibles a nuestros ojos. Estos son los raudales que manan de una fuente inagotable y que se extienden en la vasta extensión de todo el Universo. Sin embargo no se ha de concluir de ello que estos rayos sean puramente espirituales. Estos se corporifican con el éter como la llama con el humo. Suministremos en nuestros hornos un alimento perpetuamente humoso y tendremos una perpetua llama.
La naturaleza de la luz es de fluir sin cesar, y estamos convencidos al llamar rayos a estas efusiones del Sol mezcladas con el éter. No se ha de confundir, pues, la luz con el rayo o la luz con el esplendor y la claridad. La luz es la causa, la claridad el efecto. Cuando una bujía encendida se extingue, el espíritu ígneo y luminoso que inflama la mecha, no se pierde, como se cree comúnmente. Su acción sólo desaparece cuando el alimento le falta o cuando se le retira. Se expande en el aire que es el receptáculo de la luz y de las naturalezas espirituales del mundo material. Así como los cuerpos vuelven, mediante la resolución, a la materia de donde tienen su origen, así mismo también las formas naturales de los individuos vuelven a la forma universal o a la luz, que es el espíritu vivificante del Universo. No se debe confundir este espíritu con los rayos del Sol, puesto que ellos no son más que el vehículo. Él penetra hasta el centro mismo de la tierra, aún cuando el Sol no esté sobre nuestro horizonte.
La luz es para nosotros una viva imagen de la Divinidad. El amor divino no pudiendo, por así decirlo, contenerse en sí mismo, es como expandido fuera de él y multiplicado en la creación. La luz no se encierra tampoco en los cuerpos luminosos, ella se expande y se multiplica, es como Dios una fuente inagotable de bienes. Se comunica sin cesar y sin ninguna disminución; así mismo parece tomar nuevas fuerzas mediante esta comunicación, como un maestro que enseña a sus discípulos los conocimientos que tiene, sin perderlos e imprimiéndolos por más tiempo en su espíritu.
Este espíritu ígneo traído a los cuerpos por los rayos se distingue muy fácilmente. Estos se comunican igualmente aunque se encuentren en su camino algún cuerpo opaco que detenga su curso. Penetra los cuerpos más densos, puesto que se siente el calor en el lado del muro opuesto al del lado donde recaen los rayos, aunque no hayan podido penetrar allí. Este calor subsiste aún después de que los rayos hayan desaparecido con el cuerpo luminoso. Todo cuerpo diáfano, el vidrio particularmente, transmite este espíritu ígneo y luminoso sin transmitir sus rayos, esto es porque el aire que está detrás suministrando un nuevo cuerpo a este espíritu, deviene iluminado y forma nuevos rayos que se extienden como los primeros. Además todo cuerpo diáfano, sirviendo de medio para transmitir este espíritu, se encuentra no solamente esclarecido sino que se vuelve luminoso, y este aumento de claridad se manifiesta fácilmente a los que ponen un poco de atención. Este aumento de esplendor no llegaría si el cuerpo diáfano transmitiera los rayos tal como los ha recibido.
El señor Pott parece haber adoptado estas ideas de los filósofos herméticos sobre la luz, en su Ensayo de Observaciones Químicas y Físicas, sobre las propiedades y los efectos de la luz y del fuego. Se encuentra perfectamente con Espagnet, del que analizo aquí sus sentimientos, y que vivió hace cerca de un siglo y medio. Las observaciones que este sabio profesor de Berlín aporta, concurren todas en probar la verdad de lo que hemos dicho hasta aquí. Él llama a la luz el gran y maravilloso agente de la naturaleza. Dice que su substancia, a causa de la tenuidad de sus partes, no puede ser examinada por el número, por la medida ni por el peso; que la química no puede exponer su forma exterior, porque en ninguna substancia puede ser concebida, y aún menos expresada, cómo son anunciadas su dignidad y su excelencia en la Escritura santa, donde Dios se hace llamar con el nombre de luz y de fuego, puesto que allí está dicho que Dios es una luz, que permanece en la luz, que la luz es su vestido, que la vida está en la luz, que hace a sus ángeles llamas de fuego, etc., y en fin, que muchas personas observan la luz más bien como un ser espiritual que como una substancia corporal.
Reflexionando sobre la luz, la primera cosa, dice este autor, que se presenta a mis ojos y a mi espíritu es la luz del Sol, y presumo que el Sol es la fuente de toda la luz que se encuentra en la naturaleza, ya que toda la luz entra allí como en su círculo de revolución y que de allí es de nuevo reenviada sobre todo el globo. No pienso, añade, que el Sol contenga un fuego ardiente y destructivo; sino que encierra una substancia luminosa, pura, simple y concentrada, que lo aclara todo. Miro la luz como una substancia, que alegra, que anima y que produce la claridad; en una palabra, la observo como el primer instrumento que Dios puso y pone aún en obra en la naturaleza. De ahí viene el culto que algunos paganos han rendido al Sol; de ahí la fábula de Prometeo que roba el fuego en el Cielo para comunicarlo a la tierra.
Sin embargo el señor Pott no aprueba, no en apariencia sino que lo hace en realidad, el sentimiento de los que hacen del éter un vehículo de la materia de la luz, porque multiplican, dice, los seres sin necesidad. Pero si la luz es un ser tan simple como él declara, ¿podrá manifestarse de otra forma que mediante alguna substancia sensible? Ella tiene la propiedad de penetrar muy sutilmente los cuerpos por su tenuidad superior a la del aire y por su movimiento progresivo, el más rápido que se puede imaginar, pero él no osa determinar si es de substancia espiritual, aunque sea cierto que el principio motor es tan antiguo como esta substancia misma.
El movimiento, como movimiento, no produce la luz, pero la manifiesta en las materias convenientes. Sólo se muestra en los cuerpos móviles, es decir, en una materia extremadamente sutil, fina y propia al movimiento precipitado, ya sea porque esta materia se derrama inmediatamente del Sol o de su atmósfera y penetra hasta nosotros, ya sea, lo que parece más verosímil, que el Sol pone en movimiento estas materias extremadamente sutiles de las que nuestra atmósfera está llena. He aquí pues un vehículo de la luz, vehículo que no difiere en nada del éter, puesto que este erudito añade más abajo: es pues también allí la causa del movimiento de la luz que obra sobre nuestro éter y que nos viene principalmente y más eficazmente del Sol. Este vehículo no es pues, como según dice él, un ser multiplicado sin necesidad.
Él distingue muy bien el fuego de la luz y señala la diferencia del uno y del otro, pero después de haber dicho que la luz produce la claridad, confunde aquí esta última con el principio luminoso, como se puede concluir de las experiencias que aporta. Yo habría concluido que hay allí un fuego y una luz que no queman, es decir, que no destruyen los cuerpos a los que son adheridos, pero no que haya una luz sin fuego. La falta de distinción entre el principio y la causa del resplandor y de la claridad y el efecto de esta causa es la fuente de una infinidad de errores sobre esta materia. Puede ser que esto fuera una falta del traductor que hubiera empleado indiferentemente los términos de luz y de claridad como sinónimos. Soy bastante partidario de creer esto, puesto que Pott, inmediatamente después de haber aportado diversos fenómenos de las materias fosfóricas, la madera podrida, los gusanos luminosos, la arcilla calcinada y frotada, etc., dice que la materia de la luz en su pureza o separada de todo cuerpo, no se deja percibir y que sólo la tratamos rodeada de una envoltura y que sólo conocemos su presencia por inducción. Esto es distinguir propiamente la luz de la claridad que es el efecto. Con esta distinción vuelve fácilmente razonable una infinidad de fenómenos muy difíciles de explicar sin ésta.
El calor, aunque efecto del movimiento, es como identificado con él. La luz siendo el principio del fuego lo es del movimiento y del calor. Éste es sólo un grado menor del fuego, o el movimiento producido por un fuego muy moderado, o muy alejado del cuerpo afectado. Es a este movimiento que el agua debe su fluidez, puesto que sin esta causa sería hielo. No se debe confundir, pues, el fuego elemental con el fuego de las cocinas y observar que el primero sólo se vuelve fuego actual y ardiente cuando es combinado con las substancias combustibles, por él mismo no da ni llama, ni luz. Así el flogístico o substancia oleosa, sulfurosa, resinosa, no es el principio del fuego, sino la materia propia para mantenerlo, alimentarlo y para manifestarlo.
Los razonamientos de Pott prueban que el sentimiento de Espagnet y de otros filósofos herméticos sobre el fuego y la luz, es un sentir razonable y muy conforme a las observaciones físico-químicas más exactas, puesto que están de acuerdo con este erudito profesor de química de la Academia de las Ciencias y Bellas Letras de Berlín. Estos filósofos conocen, pues, la naturaleza, y si la conocen ¿por qué no probar, más bien, levantar el oscuro velo bajo el cual han ocultado sus procedimientos, mediante sus discursos enigmáticos, alegóricos y fabulosos, antes que despreciar sus razonamientos, puesto que parecen inteligibles, o acusarles de ignorancia y de mentira?





miércoles, enero 17, 2007

Generación y corrupción de los mixtos (del Tratado de Física)

  Todo vuelve a su principio. Cada individuo es en potencia, en el mundo material, antes de que aparezca al día bajo la forma individual y volverá, en su tiempo, a su rango al mismo punto de donde salió, como los ríos a la mar para renacer en su todo.[1] Puede ser que Pitágoras entendiera así su metempsicosis, la que no se le ha comprendido. Cuando el mixto se disuelve por el vicio de los elemntos corruptibles que lo componen, la parte etérea lo abandona y va al encuentro de su patria. Se produce entonces un trastorno, un desorden, una confusión en las partes del cadáver, por la ausencia de aquel que allí conservaba el orden. La muerte y la corrupción se apoderan hasta que esta materia recibe de nuevo las influencias celestes que reunificando los elementos dispersos y errantes, los vuelve aptos para una nueva generación. Este espíritu vivificante no se separa de la materia durante la putrefacción generativa, porque no es una corrupción entera y perfecta, como la que se produce en la destrucción del mixto. Es una corrupción combinada y causada por este mismo espíritu, para dar a la materia la forma que conviene al individuo que debe animar. Algunas veces está allí en la inacción, tal como se ve en las simientes, pero sólo espera ser excitado.
Tan pronto como lo es, pone la materia en movimiento, y cuanto más obra más adquiere nuevas fuerzas hasta que ha acabado de perfeccionar al mixto.
Que los materialistas, los ridículos partidarios del azar en la formación de los mixtos y su conservación, examinen y reflexionen un poco seriamente y sin prejuicios sobre todo lo que hemos dicho y que me digan seguidamente cómo un ser imaginario puede ser la causa eficiente de alguna cosa real y tan bien combinada. Que sigan a esta naturaleza paso a paso, sus procesos, los medios que ella emplea y su resultado. Verán, si no quieren cerrar sus ojos a la luz, que la generación de los mixtos tiene un tiempo determinado, que todo se hace en el Universo mediante peso y medida y que no hay más que una sabiduría infinita que lo pueda presidir.
Los elementos empiezan la generación por la putrefacción, como los alimentos por la nutrición. Se resuelven en una naturaleza húmeda o primera materia, entonces se hace el caos y de este caos la generación. Es, pues, con razón que los físicos dicen que la conservación es una creación continua, puesto que la generación de cada individuo responde analógicamente a la creación y a la conservación del macrocosmos. La naturaleza siempre es parecida a ella misma, no tiene más que una vía derecha de la que sólo se aparta por obstáculos insuperables, entonces es cuando hace a los monstruos.
La vida es el resultado armónico de la unión de la materia con la forma, lo que constituye la perfección del individuo. La muerte es el término prefijado donde se hace la desunión y la separación de la forma y de la materia. Se empieza a morir desde que esta desunión comienza y la disolución del mixto es su complemento. Todo lo que vive ya sea vegetal, ya sea animal, tiene la necesidad de alimento para su conservación y estos alimentos son de dos clases. Los vegetales no se alimentan menos del aire que del agua y de la tierra. Los pechos mismos de ésta se secarían pronto si no estuvieran continuamente abrevados de leche etérea. Es lo que Moisés nos expresa perfectamente en los términos de la bendición que da a los hijos de José: Bendita del Señor sea tu tierra, con lo mejor de los cielos, con el rocío, y con el abismo que está abajo. Con los más escogidos frutos del Sol, con el rico producto de la Luna. Con el fruto más fino de los montes antiguos, con la abundancia de los collados eternos. Y con las mejores dádivas de la tierra y su plenitud, etc...[2]
¿Sería solamente para refrescar el corazón que la naturaleza habría tomado cuidado de colocar cerca de él los pulmones, estos admirables e infatigables fuelles? No, ellos tienen un uso más esencial; es para aspirar y transmitirle continuamente este espíritu etéreo que viene a socorrer a los espíritus vitales y reparar su pérdida y algunas veces los multiplica. Es por lo que se respira más a menudo cuando se produce más movimiento, porque entonces se produce más gran pérdida de espíritus que la naturaleza busca reemplazar.
Los filósofos dan el nombre de espíritus, o naturalezas espirituales, no solamente a los seres creados sin ser materia y que sólo pueden ser conocidos por el intelecto, tales como los ángeles y los demonios, sino aquellos que, aunque materiales, no pueden ser percibidos por los sentidos a causa de su gran tenuidad. El aire puro o éter es de esta naturaleza, las influencias de los cuerpos celestes, el fuego innato, los espíritus seminales, vitales, vegetales, etc. Son los ministros de la naturaleza que parece obrar solamente mediante ellos sobre la materia. El fuego de la naturaleza sólo se manifiesta en los animales por el calor que excita. Cuando se retira, la muerte toma su lugar, y el cuerpo elemental o el cadáver permanece entero hasta que empieza a resolverse. Este fuego es muy débil en los vegetales como para volverse sensible al sentido mismo del tacto. No se hace tal cual la naturaleza del fuego común, su materia es tan tenue que sólo se manifiesta por los otros cuerpos a los que ataca.
El carbón no es fuego, ni la madera que arde, ni la llama que sólo es un humo inflamado. Luego parece extinguirse y desvanecerse cuando el alimento le falta. Es preciso que sea un efecto de la luz sobre los cuerpos combustibles.




 [1] . Eclesiastés, 1, 7.
[2] . Deuteronomio, 33, 13-16, ss.